Por Nabih Yussef

La construcción de un muro que separase a los Estados Unidos con México, le valió a Donald Trump la popularidad política que lo llevaría eyectado a la Casa Blanca. El fenómeno, sin embargo, lejos de ser un recurso novedoso de campaña, presenta antecedentes históricos de gran significancia.

«El secretario de Seguridad Interna, trabajando conmigo y mi equipo, comenzará de inmediato la construcción de un muro en la frontera. ¡Lo necesitamos mucho!» De esta manera se refirió Trump al muro que ya se encuentra en la frontera entre Estados Unidos y México. Todo apunta a que los esfuerzos del mandatario se dirijan a ampliar el hormigón que divide a ambos países en unos 2000 kilómetros adicionales, al tiempo que refuerce la tecnología de las patrullas fronterizas para detectar la migración ilegal.

A pesar de aparentar ser una novedad producto de la inventiva proselitista de Trump, la edificación de muros ha sido una constante en la historia política de la humanidad. Desde la gran muralla china en el siglo XVI creada con fines geopolíticos, hasta los muros “antifavelas” de Rio de Janeiro en la antesala del mundial de fútbol 2014, construidos para frenar el crimen urbano. Los muros son y han sido, un instrumento de la política para contener el peligro (real o imaginario) de tener que enfrentarse con el otro desconocido.

Restar importancia a la funcionalidad de los muros como elemento psicológico disuasivo y también como elemento físico, sería tan imprudente como querer escalarlos. Los muros que están ahí generan efectos físicos concretos y poseen resultados inmediatos en la seguridad de corto plazo. El problema se encuentra en los efectos del largo plazo, en las condiciones de (in)seguridad que éstos generen entre las distintas sociedades donde se edifican.  La historia reciente puede ser útil, si analizamos los muros que han dividido a la humanidad, y los que la siguen dividiendo.

 

El muro de Berlín (1989)

Símbolo icónico de la Guerra Fría, la cortina de hierro fue construida en 1961, separando en dos partes a Alemania. De un lado, la Alemania democrática; del otro, la comunista. Con algo más de 150 kilómetros y 4 metros de altura, el muro de Berlín dividió por momentos la grieta global entre los paradigmas capitalistas y socialistas.

La división este-oeste reprodujo en Berlín la lucha de ideas del momento, teniendo una finalidad geopolítica disuasiva.

En sus paredes dejaron huellas más de 200 personas que intentaron huir de la crisis económica de la Alemania socialista, mientras algunos afortunados escapaban del horror de la dictadura.

28 años después, la caída de los regímenes socialistas marcaría el final del muro ideológico que separara la Guerra Fría.

El paralelo 38

Una de las últimas fronteras físicas de la Guerra Fría es el paralelo 38 en la frontera entre la República Democrática de Corea (ubicada al norte), y Corea “a secas” (del sur). Dividida por rejas, vidrios blindados y miles de soldados en ambos bandos, la tensión militar se mezcla con cientos de turistas que se amontonan para tomar fotos, en una escena estética surreal que mezcla guerra y “selfie” en una sola captura.

La división de las Coreas lleva más de 70 años, tras la ocupación de los Estados Unidos del sur de la península; y de la URSS, al norte. Si bien la tutela norteamericana al gobierno de Seúl sigue en pie, los norcoreanos cambiaron su padrino político por China. Con el desmoronamiento de la URSS, el gobierno de Pyongyang encontró en el gigante asiático la protección de sus fronteras a cambio de garantizar las influencias de Pekín. Hoy, esa línea cartográfica imaginaria es separada por kilómetros de edificaciones, siendo una de las zonas geográficas más militarizadas del mundo, sin que se escuche un solo disparo.

Muros nucleares

India y Pakistán son potencias nucleares y comparten 2.900 kilómetros de línea fronteriza. Las tensiones entre ambos países han derivado en sucesivas guerras por el control territorial de Cachemira y de zonas en disputa en 1947, 1965 y 1971.

Las fricciones entre un Pakistán musulmán y una India secular, han hecho que sus gobiernos desarrollen armamento nuclear a espaldas de la comunidad internacional. Lo que paradójicamente provocó que ambos ejércitos depusieran las incursiones militares en territorios vecinos, ya que un paso en falso sería devastador para ambos Estados. Son concretamente 130 ojivas nucleares en posesión de Pakistán y 110 en India, suficientes para acabar con la totalidad de sus poblaciones civiles.

Nueva Delhi dispuso a comienzo de los 90s la edificación de fortificaciones, vallas de alambres y minas antipersona en la llamada “línea de control” que se extiende entre ambos países con más de 1.500 millones de habitantes en conjunto.

El muro que separa a los países ha marcado la vida de los ciudadanos. A pesar del horror de los números indicados, se desarrolla en la actualidad una asombrosa convocatoria popular para observar desde la comodidad de las gradas, un show belicista que ambos ejércitos ofrecen a centímetros de la frontera. Todo comienza al abrir los portones metálicos que separan la comunicación terrestre en la frontera. Una media docena de militares con trajes de gala caminan a pasos pronunciados, pisando firme el suelo y casi decididos a ingresar en territorio rival. Al llegar al límite de la frontera, giran en sentido contrario para formar filas e izar sus banderas a centímetros una de la otra. De fondo, miles de pakistaníes e indios vitorean a sus escuadras en un bullicio que fusiona algarabía y tragedia.

El muro de Gaza

Desde el año 2000 se han levantado en la Franja de Gaza controles fronterizos para restringir los desplazamientos palestinos en territorios israelíes. Situación que fue profundizada por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, ferviente defensor de los asentamientos colonos en territorios disputados por ambas naciones.

La comunidad internacional ha manifestado su rechazo a la creación de facto, de un gueto palestino en Franja de Gaza. La ciudad amurallada posee 2 millones de habitantes y tiene serios problemas para la distribución de alimentos y suministros higiénicos. Las organizaciones internacionales en el territorio se han limitado a gestionar el conflicto más que a resolverlo, ya que Israel no se apega a las resoluciones de Naciones Unidas para reconocer los derechos del pueblo palestino.

El gran muro de Calais

El último muro de la humanidad, construido hace apenas un año. Con un kilómetro de largo, cuatro de altura y un presupuesto de us$3 millones de dólares, el muro se encuentra entre Francia e Inglaterra. El muro de cemento y hierro fue financiado por Londres en territorio francés, para evitar las incursiones de migrantes desde el continente hacia la isla británica.

Los países se encuentran divididos por el Canal de la Mancha, una franja de 34 kilómetros de agua que separa al continente europeo del sector insular británico. Debajo de él, existen conexiones submarinas que unen a los países entre rieles de trenes y canales vehiculares. Son precisamente estos conductos donde miles de migrantes buscan violar el control civil de la zona para emigrar hacia Inglaterra, provocando que decenas acaben aplastados debajo de camiones pesados.

El muro búlgaro

El país más pobre de la Unión Europea también tiene su muro. Ha invertido en él unos €122 millones de euros para ampliar la valla fronteriza que lo separa con Turquía. Las autoridades de Sofía (capital de Bulgaria), decidieron poner un freno al flujo creciente de inmigrantes y refugiados de guerra provenientes de Siria, que atraviesan territorio turco para llegar a Europa.

La valla de espiral de púas posee 130 kilómetros de los 240km que cuenta la frontera búlgaro-turca, y el gobierno no descarta continuar la inversión metálica para completar el vallado de la totalidad de la frontera.

La inversión ya ha dado frutos. Dos iraquíes han sido encontrados muertos a causa de hipotermia tras intentar violar el vallado, y una mujer somalí ha corrido igual suerte en su intento por ingresar a Europa, quizás para continuar el avance hasta Austria o Alemania.

Muros y muros

Los muros no son todos iguales ni han sido edificados con propósitos homogéneos. Hay muros metálicos, de hormigón, de cuatro y cinco metros de altura. Algunos vienen acompañados de cientos de militares, de patrullas de frontera y otros de minas antipersona, para evitar que nada se filtre por sus barreras.

Hay muros históricos como el de Berlín, que separaron dos maneras radicales de pensar al mundo, en democracia y comunismo. También muros religiosos como los “muros de la paz” de Irlanda, para dividir católicos y protestantes. Y otros muros etnográficos, para separar árabes de israelíes. Sin embargo, el mundo se encuentra reeditando este viejo sistema físico de exclusión en torno a los muros de migración. Muros recientes en México, Calais, Melilla o Bulgaria, modifican sustancialmente las percepciones de inseguridad en las hipótesis de conflicto migratorio.

La construcción de muros en la historia de la humanidad ha tenido fundamentos geopolíticos, religiosos, etnográficos, etc. pero siempre construidos en base a un “enemigo” colectivo, que amenaza la identidad del territorio amurallado, o sus creencias, o su sistema político. La novedad del “nuevo enemigo” es su carácter individual, hombres, mujeres, niños, son personalizados como una masa poco controlable que amenaza las condiciones laborales al interior de las murallas.

Si bien los gobiernos se esfuerzan en adjudicar a las construcciones de barreras un fin multipropósito: contener al terrorismo, el narcotráfico o el crimen transnacional, la experiencia revela que los gigantes de hormigón no constituyen frenos para estas organizaciones que perfeccionan y actualizan sus métodos de penetración. Los muros están ahí para contener las migraciones groseras de familias desesperadas por la pobreza y de refugiados desplazados por los conflictos armados, que se mueven a pie o en barcazas rudimentarias con un sueño atrincherado lejos de sus hogares.

Estos grupos son amenazas demográficas para los gobiernos de Europa y Estados Unidos, pero son producto también de un modelo de producción capitalista que concentra la riqueza cada vez más en pocos Estados (y en pocas cabezas); y de un modelo de política internacional que desplaza la diplomacia y la cooperación al desarrollo, por cada vez más belicosidad militar y lucha por los recursos naturales estratégicos.

En la medida de que se “partidocratice” el malestar del estadio actual del capitalismo por la vía de la inmigración, el ascenso de las ultraderechas europeas y estadounidenses encontrarán el antídoto en las formaciones de hormigón. Muros que estrechen las fronteras como a las identidades nacionales que se buscan proteger. Pero a pesar de la fuerza de sus cimientos, los muros caen. Así lo demostró la historia, toda vez que las divisiones físicas dividieron a familias enteras o contuvieron la desesperanza. Los muros podrán ser a corto plazo una solución a los flujos migratorios, pero en la medida en que las familias migrantes dejen atrás hambre o guerra, nada las detendrá en apostar escalar hacia un presente mejor. No tienen nada que perder, porque todo ya está perdido.

 

*Analista internacional, Director de www.CEIEP.org