Los españoles están llamados este domingo a las urnas para intentar desbloquear la formación de un nuevo gobierno en medio de una gran tensión por la escalada del conflicto secesionista de Cataluña, que polariza la sociedad y amenaza con mantener a España en la inestabilidad.

El fracaso de las negociaciones para formar gobierno tras los comicios del 28 de abril último, que dieron el triunfo al Partido Socialista (PSOE) del actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez, llevaron a España a celebrar sus cuartas elecciones en cuatro años.

En septiembre, en plenas negociaciones con Unidas Podemos (UP), Sánchez afirmó que “no podría dormir” si aceptaba incorporar a miembros del partido de izquierda en su gobierno. El líder socialista perdió entonces una gran oportunidad, ya que el panorama político es ahora mucho más complejo.

A pesar de que las encuestas pronostican un nuevo triunfo del PSOE, volvería a quedarse muy lejos de la mayoría absoluta, lo que lo obligaría a Sánchez a buscar acuerdos con otros partidos, siendo Unidas Podemos, una vez más, el único que le ofrece apoyo.

La repetición electoral vino además acompañada de otra mala noticia para Sánchez, puesto que parece haber beneficiado más a la derecha, que saca provecho de las disputas entre los partidos progresistas y el hartazgo del electorado de izquierda, que es el más desmovilizado.

Uno de los partidos que más rédito obtiene es Vox, que entró en el Parlamento español en abril con un 10 por ciento de los votos, y las encuestas sitúan en la tercera o cuarta posición, por delante de UP y los liberales de Ciudadanos.

El partido nacionalista incluso logró marcar la agenda, llevando a los partidos de derecha y al propio Sánchez hacia posiciones cada vez más duras.

Sánchez apostó por la repetición electoral buscando reforzar su mandato en las urnas para insistir en su pretensión de gobernar en solitario con el apoyo parlamentario de UP, partido que, por su parte, se fragmentó ante la irrupción de Más País, la propuesta del ex Podemos Íñigo Errejón, más partidario de facilitar la reelección del líder socialista.

Sin embargo, en medio estallaron enfrentamientos violentos en Cataluña, en el marco de la respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo español, que impuso duras penas de entre 9 y 13 años de prisión a los líderes del fallido proceso de secesión de 2017.

Al margen de las masivas protestas pacíficas, en Cataluña se produjeron graves enfrentamientos entre manifestantes radicales y la policía, que entre el 15 y el 18 de octubre dejaron más de 600 heridos y 200 detenidos.

El Ejecutivo de Sánchez trató los disturbios como un asunto de orden público e intentó aislar al presidente catalán, Quim Torra, por no haber condenado con contundencia la violencia.

La imagen de la violencia en las calles de Cataluña, no obstante, llevó a los partidos de derecha y a reclamar medidas más severas para restaurar el orden, como la intervención de la norteña región y la destitución de Torra, al que acusan de dirigir los «comandos» de radicales independentistas.

A pesar de que la calma regresó a Cataluña, donde el gobierno reforzó la seguridad de cara a los nuevos comicios y ante el anuncio de tres jornadas consecutivas de protestas, a partir del 11 de noviembre, los disturbios dejaron delimitado el terreno de la batalla electoral.

Así, en el único debate televisivo de la campaña, Sánchez propuso reintroducir en Código Penal el delito de convocatoria ilegal de referendo y prometió «traer de vuelta» a España al ex presidente catalán Carles Puigdemont, quien se encuentra en Bélgica pendiente de que se resuelva el proceso de extradición en su contra.

Esta inesperada severidad, no obstante, resultó poco en comparación con las soluciones radicales propuesta por el líder de Vox, Santiago Abascal, quien frente a una audiencia de 8 millones de personas abogó por ilegalizar a los partidos independentistas por ser «organizaciones criminales», «detener a Torra» o «acabar» con el gobierno regional catalán, algo anticonstitucional.

La percepción generalizada de que Abascal había ganado el debate, hizo saltar todas las alarmas, y llevó a que el líder socialista diera un pequeño giro argumental y en la recta final de campaña centrara sus esfuerzos en frenar el ascenso de Vox.

«Aquí está el PSOE para frenar a la ultraderecha», proclamó Sánchez en el cierre de campaña en Barcelona, la capital de Cataluña, el ahora feudo independentista que históricamente catapultó a los socialistas a La Moncloa.