Se habla mucho de las extravagancias y peligros políticos que acarrearía un hipotético gobierno de Donald Trump en Estados Unidos pero hay otro escenario de imprevisibles consecuencias que también se desencadenaría con su llegada a la Casa Blanca y que podría impactar con fuerza a la economía global.

Una nota reciente del diario The New York Times advirtió que el enfoque del magnate republicano sobre comercio internacional «rompe con doscientos años de ortodoxia económica».

Es que Trump, destacó el diario, está en carrera para convertirse en el primer candidato republicano a la Presidencia en casi un siglo que reclama por mayor protección arancelaria como una barrera a las importaciones baratas.

En las palabras ampulosas del excéntrico candidato, la balanza comercial negativa que Estados Unidos mantiene con China es «el mayor robo en la historia del mudo».

Y por eso plantea mayores impuestos contra ese tipo de importaciones y una protección desconocida en décadas para Estados Unidos.

El New York Times señaló que el giro sería tan drástico para un país del peso e Estados Unidos en el comercio internacional, que habría que remontarse a los siglos XVI y XVII en Inglaterra, a la Francia de Luis XIV o a la Prusia de Otto von Bismarck para encontrar planteos similares.

Visto desde los países del Sur también habría que preguntarse qué ocurriría en la economía china si se cortara de manera más o menos abrupta la capacidad del país asiático de colocar su producción industrial en Estados Unidos.

¿Podría generarse un freno a la maquinaria económica asiática y también a la demanda de productos primarios provenientes, por ejemplo, de Sudamérica?

El déficit comercial de Estados Unidos con China tocó el año pasado la suma escalofriante de 366 mil millones de dólares.

En un mundo donde -entre los países desarrollados- la única locomotora por el momento parece ser la de Estados Unidos, un cambio drástico en las políticas comerciales norteamericanas podría tener consecuencias difíciles de prever.

Trump tampoco es un fanático de la Inversión Extranjera Directa por parte de las compañías nnorteamericanas, una variable que gobiernos como el de Mauricio Macri en la Argentina quisieran que
aumente y no que disminuya.

El republicano que está conviertiéndose en un verdadero dolor de cabeza para el «establishment» de ese partido, de hecho prometió penalizar a las empresas estadounidenses que abran fábricas fuera de las fronteras nacionales.

Así, el New York Times recordó que Trump atacó duramente a la compañía Ford por anunciar hace pocos meses una expansión de sus inversiones en México; también descargó su furia contra la empresa de aires acondicionados Carrier, que decidió trasladar una planta desde el Estado de Indiana también a México.

Más allá de la xenofobia la agresividad del candidato, lo que no augura buenos tiempos en la relación que pueda entablar con los países del Sur, habrá que ver si sus excentricidades -con respecto a lo que está acostumbrada la política estadounidense- no implica mayores dolores de cabeza para una economía global que aún no sale del atolladero.