Por Alejandro Maidana

Una vez más, y repitiendo los mismos patrones represivos de siempre, la fuerza policial dijo presente en el barrio toba tirando las puertas abajo y sin decir una palabra. Pero claro, en esta oportunidad a la violencia de siempre, se le sumó la denuncia por robo, ya que vecinas del lugar sostienen que les llevaron dinero y electrodomésticos.

El día jueves 7 de mayo familias de un pasillo de La Cava, el barrio municipal toba de la zona oeste de Rosario fueron despertadas por un importante operativo policial. La mayoría de las y los afectados son integrantes de las comunidades originarias Qom y Moqoit, que manifestaron desconocer los motivos de los allanamientos sin orden judicial alguna, realizados violentamente en sus domicilios.

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El hecho ocurrió a las 8, cuando los uniformados se presentaron rompiendo puertas y portones de ingreso a las viviendas, e hicieron salir a sus habitantes. Durante la hora y media que duró la requisa, no les permitieron acceder a sus abrigos, destacando que la temperatura era muy baja en ese momento. Para conocer más detalles del deleznable y repudiable suceso, Conclusión dialogó con Mabel Leiva, docente intercultural bilingüe de la escuela 1333 y damnificada.

“Lo vivido en el día de ayer nos llena de profundo dolor e impotencia, ya que de manera repentina aparecieron en La Cava más de 20 efectivos que sin orden judicial alguna, comenzaron a romper las puertas y a requisar nuestros hogares”, sostuvo.

Vivir en carne propia un abuso que parece no amainar después de décadas de atropellos. “En lo particular cuando abro la puerta de mi casa, me encuentro con un policía apuntándome con su arma a la cabeza, allí mis cuatro hijos comenzaron a gritar, situación que produjo la llegada de más policías que a posterior nos sacaron fuera de la casa, sin la posibilidad de al menos poder tomar nuestros abrigos a sabiendas que el frío reinante era muy importante”.

Sumado a las roturas del mobiliario, los vecinos denuncian el robo de pertenencias por parte de los agentes policiales. “En casa revolvieron absolutamente todo, a la vecina de enfrente le robaron lo que había cobrado de la IFE, que era su único sustento, y a otra, le llevaron electrodomésticos. Estamos muy compungidos, ya que aún desconocemos los motivos de tanta violencia. Esto para nosotros es demoledor, ya que sobrevivimos a duras penas a través de la venta de artesanías y del cirujeo”, indicó la docente.

Al silencio de la institución policial, se le pliega el de los medios de comunicación. “Lamentablemente seguimos siendo discriminados, nos tuvieron tres horas en la intemperie sin tener la posibilidad de acceder a un abrigo para los niños y ancianos. Es muy triste e indignante lo que hemos vivido, y los medios de comunicación que fueron convocados, nunca se acercaron”.

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El Estado solo aparece en los barrios populares para mostrar su faceta represiva, “acá cuando asesinan a un miembro de la comunidad, o necesitamos denunciar algún hecho delictivo, la policía no aparece, al igual que las ambulancias en caso de una emergencia médica, pero a la vista está que cuando tienen que violentarnos sin orden judicial alguna, lo hacen rápidamente”.

El grito de los pueblos indígenas avanza como estampida, pero choca de manera constante contra los oídos sordos de una justicia clasista. “Es imposible graficar con palabras el inmenso dolor que sentimos como pueblo cuando este tipo de abusos nos atraviesan. No tenemos voz, no existimos para el Estado ni para la justicia, el odio racial es muy concreto y se aplica de manera constante. Cuando a nosotros nos roban dentro de la comunidad, la policía no nos quiere tomar la denuncia, pero para avasallar nuestros derechos están siempre predispuestos”, enfatizó Mabel Leiva.

Maradona 6056, en uno de los pasillos que contiene a duras penas y de manera precaria a 25 familias, el pasado 7 de mayo quedará marcado a fuego en el corazón y las retinas de aquellos que no se resignan a ser oprimidos. El odio racial lejos está de haberse disipado, ya que el segregacionismo social, sigue siendo esa pandemia a la cual en lugar de combatirla, se la alimenta con espinas.