Por Elisa Soldano

En 1982 el gobierno del régimen militar, en un manotazo de ahogado para recuperar apoyo y desviar la atención de la crisis económica del país, anunció la guerra contra el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas. Argentina, un país que no estaba preparado para un conflicto armado, lo afrontó enviando a jóvenes y adolescentes a pelear al rincón más austral del país.

La maestra oriunda de San Lorenzo, y actualmente residente de Rosario, Graciela Schor, residía en ese entonces en Río Gallegos junto a su familia y a sus treinta años vivió el conflicto desde cerca. Auxilió a los soldados que paraban en la ciudad antes de partir para Malvinas y también socorrió a los que volvían con la marca de la guerra en sus cuerpos. Ya que en Río Gallegos se formó un grupo, compuesto principalmente por mujeres, que se ocupaba de ayudar y socorrer a los jóvenes combatientes.

El primer recuerdo que Schor tiene del conflicto es el de haberse negado a ir a festejar a la plaza junto a sus alumnos cuando tomaron las Islas Malvinas. “No porque fuera antipatriota, simplemente porque estoy en desacuerdo con la guerra”, señaló a Conclusión. Sin embargo, el negarse a participar de este evento le costó un apercibimiento por parte de las autoridades educativas.

“No iba a ir a la plaza a festejar una guerra. Fue una época muy fea para dar clases porque sonaba la alarma y un chico de 4, 5 años tiene miedo y vos también, porque sos responsable de esa vida”, contó.

El marido de Schor era jefe del Departamento de la Planta de Tratamiento de Gas de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en Río Gallegos. En ese entonces, la ciudad era un punto crucial por la cercanía con las islas y en la planta paraba un ejército.

Los soldados tenían frío, entonces nosotros le llevábamos comida, por ahí no aceptaban mucho que le diéramos alimentos porque tenían miedo que estén contaminados. También tejíamos, le llevábamos cosas de abrigo, hablábamos con ellos”, recordó la maestra.

Su vecina era la esposa del médico de YPF y se encargaba de traer a los soldados que estaban heridos para que se les realicen curaciones. El resto del vecindario iba a ayudar en los primeros auxilios debido a que las clínicas de la región estaban repletas.

“Auxilié a muchos soldados que ni siquiera podían hablar, estaban quemados, uno tenía totalmente quemados los brazos así que le dábamos de comer en la boca”, indicó Schor.

Les llevábamos comida y abrigo, les tejíamos, los curábamos. Uno tenía los brazos quemados así que le dábamos de comer en la boca

Según recuerda, luego eran trasladados a Comodoro Rivadavia o a Buenos Aires, aunque esa información no se les brindaba.

El gran recuerdo que Schor tiene de los meses que duró la guerra, fue una ocasión en donde en el club YPF de Río Gallegos le hicieron un chocolate caliente a un grupo de soldados correntinos para alentarlos a ir a la guerra. “Estaban muertos de miedo, eran muchachitos de dieciocho años, todavía se me eriza la piel de pensar en las caras de algunos de ellos”, lamentó.

Schor también contó que le llevaban papel y lápiz a los soldados para que les escriban cartas a sus familias. Luego, entre un grupo de mujeres compraban las estampillas y las mandaban.

“El ejército actuó muy mal, los jefes estaban todos en la oficina (de la planta de gas) con calefacción y los soldaditos muertos de frío, afuera con pequeñas frazadas”, explicó Schor con indignación.

Y relató: “Una vez nos reunimos e hicimos como 80 docenas de empanadas para llevarle a estos muchachos. Cargamos una camioneta de YPF y los tenientes no nos permitían acercarles la comida a los soldados, tenían desconfianza de que los envenenáramos”.

La guerra no es ir a festejar a la plaza. La guerra es muerte, es sangre, es miedo

Una de las tantas imágenes que quedaron guardadas en la retina de esta maestra es el paisaje del aeropuerto con cajones vacíos que llegaban de los aviones y cajones llenos que se iban.

“Yo tomé conciencia de lo que era la guerra cuando cayó un helicóptero enemigo que iba a bombardear la planta de gas y sonaron las alarmas. Mi marido tuvo que salir corriendo y yo estaba con tres hijas pequeñas y embarazada”, mencionó Schor. “Es una experiencia que no hay que olvidar para que no se vuelva a repetir, para que ningún loco inste a la gente a festejar una guerra”, señaló.

Después de la guerra, Schor no tuvo contacto con ningún soldado, sin embargo, treinta y siete años después, tiene la esperanza de saber si algún soldado recuerda las cartas que les llevó.

Graciela Schor recordó al año 1982 como un momento muy límite, “la guerra no es ir a festejar a la plaza. La guerra es muerte, es sangre, es miedo”.