Por José Odisio

La noticia sorprende, indigna, nos deja sin palabras, nos hace sentir indefensos, y sobre todo, preocupa. Otra vez los violentos dejaron su mensaje. Otra vez el mundo Newell’s se conmociona por un atentado que sólo por una cuestión de puntería no se transformó en tragedia.

Esta vez el blanco fue Cristian D’Amico. Como para dejar en claro que no es sólo un tema personal con Claudio Martínez, como muchos afirmaban. Y como sucedió con el Tiky, en el ataque se involucró a la familia, para amedrentar aún más, porque no les importa nada a la hora de actuar. D’Amico estaba con su hijo de 10 años y la balacera arrancó en la puerta de Malvinas. Y pensar en lo que podría haber pasado, sinceramente da escalofríos.

Por unos minutos el oeste rosarino montó una escena de ‘far west’, con una balacera que podría haber tenido consecuencias impensadas, y si no fuera por la habilidad de D’Amico por impedir que los agresores se pusieran a la par, el final hubiera sido muy grave y tal vez estaríamos lamentando una vida.

¿Es necesario llegar a eso? ¿No se puede actuar con mayor firmeza? ¿Hay que esperar una muerte para que esto estalle? La sensación es que la impunidad manda y la hipocresía también. No alcanza con identificar a 82 violentos e impedirle que entren al Coloso. Esta gente no parece intimidarse con nada. Y tiene pocas razones para que eso suceda. Una vez más escucharemos discursos de turno políticamente correctos, pero a los pocos días serán palabras al viento. Y el miedo volverá a instalarse en el Parque. Y ahí perderemos todos, y la victoria será una vez más de los violentos.