Por Carlos Duclos

Como alguna vez he escrito, de las palabras de las antiguas escrituras sagradas el hombre puede tomar enseñanzas determinantes para la vida. Esto, claro, si es capaz de poder interpretarlas y aplicarlas a la acción cotidiana. Y, ya de lleno adentrándose uno en la faz política, podría decir que estarían demás los Mauricios, las Cristinas, los Carlitos, los Eduardo, los Sergios, los Amados, los Hugos y toda la seguidilla de nombres que sirven para identificar a una casta que ha hecho de la política en la Patria un interés personal o sectorial, pero no un interés común. En efecto, estarían de sobra la derecha desalmada, la izquierda hipócrita, o peligrosamente inocente, o utópica, vaga y meramente declamatoria, si sólo apareciera un líder que reuniera bajo sus alas a todos los hombres de buena voluntad, sin distinción de creencias y no creencias, ideologías políticas y aplicara sin ambages, sin rodeos y demasiadas vueltas: “la economía al servicio del hombre sostenida por el principio del amor clamado y declamado en el Sinaí”.

Pero no, la ambición por el dinero, por el poder mal usado y por la gloria, siempre pudieron más. Pero como tarde o temprano, como bien dicen las escrituras, “nadie se burla de Dios”, -interpretándose eso como “nadie se burla de la justicia del poder universal que todo lo rige”- todos estos mediocres terminan pagando sus sandeces y mediocridad, vituperados en esta vida y podridos en un cajón finalmente, sin que nadie se acuerde de sus “maravillosos” discursos y patéticas acciones; salvo honrosas excepciones que pudieron superar la media de la mediocridad y la baja de la maldad que son recordadas (y de vez en cuando) si las necesidades políticas así lo aconsejan. Hipocresía, nada más.

Lo que sigue está basado en aquellas palabras de Jesús que dicen: “No se puede servir a Dios y al dinero, porque se amará a uno y se aborrecerá a otro”. Y este principio, aplicado desde la función política debida y extensamente interpretado (en un sentido lato, digamos) podría traducirse de la siguiente manera: “no se puede servir al pueblo y expoliarlo, porque se amarán más las arcas del Estado que la felicidad del hombre”. Y esto tiene consecuencias.

Visto desde este punto de vista, un presidente no debería, por ejemplo, descontar impuestos a las ganancias a los trabajadores, a los jubilados, o aumentar los tributos o los costos de los servicios sin límites ni piedad, como está haciendo don Mauricio. Un gobernador no debería aumentar impuestos o costos de servicios en forma desmedida, o un intendente no debería pensar sólo en sus arcas y salir a cazar infractores de tránsito no con el ánimo de poner orden en el tránsito, sino por la necesidad de plata, como parece que está sucediendo en Rosario. No deberían sus ejecutores fiscales iniciar acciones judiciales sin que haya habido de por medio (como ha sucedido) intimaciones previas de parte de ciertos estudios. Un intendente o presidente comunal, no debería permitir advertencias con juicios y remates a propietarios, y menos aún ejecuciones, porque todo el mundo hoy interpreta que lo que es para unos pocos termina siendo para todos.

Las enseñanzas de las escrituras siempre han sido sabias y les han servido incluso a algunos estadistas eminentes en su acción de gobierno. Algunos deberían comprender que los publicanos nunca terminaron bien, y lo que es peor arrastraron con su publicanismo al pueblo a la miseria y a sus anclajes políticos a la derrota. Esto es no ver que la sociedad, sin necesidad de leer la Torá o el Evangelio, ha comprendido aquello de “por sus frutos los conoceréis”. Por ejemplo: en muchas ciudades ya se ha instalado en la comunidad la idea de que “la multa y la cámara no están ni para el orden en el tránsito ni para la seguridad del vecino, sino para hacer guita”. Así de clarito lo dicen los muchachos. Y esto en política es el primer clavo de la crucifixión.

Pero claro, que como dijo el poeta: “Poderoso caballero es don dinero”, algunos prefieren adorar al becerro de oro y satisfacer (sin límites a veces) el deseo de sus cajas fiscales aunque con ello despierten la ira de Dios (léase pueblo) y lleven todo sus proyectos políticos al Gólgota sin posibilidades de resucitar.