En la tarde de ayer, luego del cierre del dólar apenas por debajo de $40, Infobae publicó que, para los bancos de Wall Street, Mauricio Macri debería implementar un ajuste de «shock». En los últimos días, varios comunicadores de habituales vínculos con el sector financiero explicaron que es necesario reformar el sistema previsional, es decir, bajar las jubilaciones. Cualquier persona criteriosa sabe lo que pasaría en el país si se tomaran estas medidas. En principio, al Gobierno le sería complicadísimo que una reforma de ese estilo se aprobara. Pero si, por medio de un milagro lo lograra, ese ajuste frenaría aún más la actividad económica, eso haría caer la recaudación y eso provocaría una crisis más aguda de confianza. Entonces, los bancos de Wall Street pedirían otro ajuste de shock. Y así, hasta que una crisis social tremenda acabe con el gobierno actual.

Las personas adultas que han vivido en este país en los últimos 20 años ya conocen esa seguidilla porque fue la que derrumbó al gobierno de Fernando de la Rúa en el año 2001. Algunos lectores lo recordarán. Ante una crisis de confianza, el Gobierno anunció en marzo de ese año que reduciría los salarios públicos un 13%. Eso generó una bruta recesión que aumentó el déficit fiscal. Los «mercados» reclamaron más ajuste. El Congreso aprobó una ley de déficit cero. Se profundizaron la recesión y el déficit. La fuga de capital se aceleró. Pidieron más ajuste y más shock. Y así, hasta el helicóptero.

Es muy raro, dados estos antecedentes, que ante la estampida del dólar tanto el Gobierno como los bancos, los fondos de inversión y el Fondo Monetario Internacional insistan en las mismas recetas. Como estos, finalmente, son los que deciden el rumbo del dinero, ese sistema atrapa a Macri. Si los ignora, o al menos eso cree él, tiene los días contados. El problema es que si los obedece también. Como se ve, hay un sistema endemoniado (que no se llama peronismo) que lo empuja hacia el abismo.

La pregunta, en estos días, es más que obvia: ¿hay solución?

Nadie debería ser terminante en estos temas. Pero está claro que Macri prefiere ignorar algunas herramientas que no parecen tan delirantes como las recetas de los mercados.

El 1° de julio, cuando el dólar tocó por primera vez los $30, en esta columna se citó a un economista que ha sido consultado varias veces por el Presidente. «Lo que el Gobierno necesita es un poco de duhaldismo. Nunca en la historia económica argentina un Gobierno devaluó fuerte y bajó retenciones al mismo tiempo. Solo es cuestión de hacer un cálculo sencillo. Hace dos meses el dólar estaba a $20. Ahora está a $30. Si se aplica una retención generalizada del 13% a todas las exportaciones, implicaría una recaudación extra de cerca de $250 mil millones. Se sobrecumpliría el acuerdo con el FMI. Los exportadores igual hubieran incrementado sus ingresos. Aplicar retenciones en medio de una devaluación brutal es una medida justa y necesaria. En cambio, recortar el gasto público provoca más recesión, menos recaudación y golpea fuertemente en el empleo. Las retenciones apenas recortan las ganancias de los beneficiados. La solución está ahí. Pero Macri tiene que atreverse a pensar distinto».

Ahora el dolar está a $40. El Gobierno tiene a mano una recaudación extra de $300 mil millones sin afectar el consumo, ni la obra pública. Macri ha dicho que las retenciones son un impuesto «poco inteligente». A la luz de los resultados, las medidas que ha tomado, ¿cómo se deberían calificar? Muchos economistas cercanos al Gobierno están perplejos por la demora en aplicar retenciones. Entre ellos, Juan Llach, José Luis Machinea, Pablo Gerchunoff o Bernardo Kosakoff. Juan Llach ha propuesto impuestos extraordinarios a sectores de altos ingresos. Ninguno de ellos pertenece al «troskokirchnerismo», para usar una palabra de estos días.

Hay otro tema, vinculado a las retenciones, y muy urgente.

En la Argentina existe un régimen económico por el cual la suba del tipo de cambio se traslada inmediatamente al precio de los alimentos. Eso genera angustia en los sectores más humildes de la sociedad. Pero si ese detalle no fuera suficiente para atenderlo con el máximo nivel de prioridad, también se trata de una urgencia política: la desesperación suele generar conductas extremas (saqueos, por ejemplo) que desestabilizan a cualquier gobierno. Sin embargo, en estos días, la Casa Rosada no ha tomado ninguna medida ni emitido ningún mensaje para aliviar esa angustia. ¿Tienen noción de cómo se ve desde allí abajo lo que pasa con el dólar? ¿Registran la presión que esos sectores sociales vienen acumulando con resignación?

En ese sentido, Mauricio Macri ha demostrado tener menos reflejos, o sensibilidad, que sus antecesores. En el año 2002, en el peor momento económico de la historia del país, Eduardo Duhalde forzó a su ministro de Economía, Jorge Sarghini, a destinar dinero que no tenía para que 500 mil argentinos recibieran un subsidio que les permitiera comer. «Si no hacemos eso, no hay país», le dijo. En 2009, plena crisis internacional, Cristina Kirchner adoptó una iniciativa de Elisa Carrió y puso en marcha la Asignación Universal por Hijo. En 2014, Axel Kicillof devaluó fuertemente la moneda, pero intentó mecanismos compensatorios como los programas Precios Cuidados o Ahora 12. ¿Qué propuesta está haciendo el Gobierno en estos días? ¿Cómo aliviará el aluvión inflacionario que caerá sobre los más pobres?¿Realmente creen que el método consiste en «estimular la libre competencia para que bajen los precios», como explicó hace unas semanas el jefe de Gabinete?

Esa ausencia de iniciativa fue advertida por Bernardo Kosacoff, ex director de la CEPAL, que asesora desde hace años a los principales industriales de la Argentina. El 14 de julio, en el canal de La Nación, explicó lo siguiente: «Es necesario desacoplar el dólar de los alimentos que consumen los más pobres. El ejemplo de la carne es perfecto para entender esto. Cuando la inflación llegaba a los dos dígitos, Moreno fijó un precio máximo que no cubría los costos de producción y prohibió la exportación de carnes. El resultado fue previsible. A los pocos meses pasamos de 65 millones de cabezas a 50 millones. Cuando se redujo la oferta, dejamos de exportar. Pero como el precio era insostenible, también aumentaron los precios. Para resolver esto, había que tomar una medida muy clara: pasar de la media res a los cortes y abaratar así el precio que va a recibir el 10% de la población más pobre. Eso se hace de una manera muy sencilla. Se permite exportar libremente la carne de alta calidad, y se aplica una retención alta a los de más baja calidad para que no se exporte. Se les rebaja el IVA a los cortes populares y se le eleva a los cortes más caros. Quien quiera lomo, que lo pague con precios internacionales e IVA alto. Quien quiera asado, que lo pague muy barato. Se termina así con una relación de precios relativos donde en la Argentina los cortes que consumen los ricos son más baratos que en Brasil, y los que consumen los pobres son más caros».

Kosacoff cree que es muy sencillo implementar una política que derive en una reducción muy dramática del hambre por medio de estos mecanismos, aplicados también al aceite o la polenta. «Es curioso que esto no aparezca en el centro del debate», argumenta.

Macri no quiere oír hablar del tema porque incluye una palabra maldita: retenciones. Ese dogmatismo lo lleva a repetir una y otra vez la palabra ajuste. Quienes le prestaron de manera irresponsable en 2016 y 2017 sin pedirle nada, ahora le exigen todo mientras lo castigan. Las personas que manejan el dinero en el mundo son así: caprichosas, poco informadas, bastante mediocres y capaces de hacer mucho daño. En 2001, sus recetas terminaron con el Gobierno de Fernando de la Rúa. El peronismo puede tener capacidad de desestabilización. Pero ningún factor es tan desestabilizador como la conducta del mundo financiero.

¿Reaccionará Macri? ¿Se atreverá a explorar mecanismos alternativos a los actuales, y que le proponen economistas que no son sus enemigos? ¿Aceptará mansamente que el sistema financiero, paulatinamente, lo vaya transformando en Fernando de la Rúa? ¿Se entregará sin pelear?

El dólar a $40.

Sería ingenuo decir que lo peor ya pasó.