Por Facundo Díaz D’Alessandro

Pasadas las 10.30 de este jueves, ya con el discurso redactado y repasado, la intendenta Mónica Fein abandonó su oficina en el primer piso del Palacio de los Leones y cruzó por octava y última vez el Monumento a la Bandera en el camino hacia el Concejo Municipal, para abrir las sesiones ordinarias como máxima autoridad rosarina.

En absoluto rigor protocolar, aunque con abundancia de sonrisas, fue recibida por el presidente del cuerpo, Alejandro Roselló, en la entrada del Palacio Vasallo (que a pesar de ser re-aconcicionado hace poco no parece contemplar la asistencia a un evento de estas características), al que ingresaron de la mano como una pareja de recién casados, para luego dirigirse a la oficina de Presidencia, donde dialogó con varios ediles, a puertas cerradas.

Ya sentada en el recinto, en el lugar que suele corresponderle a Roselló, con el mismo presidente del Concejo y los vicepresidentes Roberto Sukerman y Aldo Poy como laderos, tras la entonación de las estrofas del himno nacional, Fein comenzó su discurso.

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Para esta última presentación, podría decirse que cumplió una máxima no escrita, no de la política sino ya de la vida. Ante una circunstancia definitiva (podría ser límite aunque este no es el caso), el ser humano suele reaccionar «yendo a lo seguro», evitando que el factor incierto de lo espontáneo o innovador pueda manchar esa instancia que no tendrá corrección posible.

Es una postura lógica desde el pragmatismo que todo político tiene (o debe tener). Así, el discurso de la intendenta tuvo ADN 100% socialista, con las luces y sombras (siempre depende la óptica desde donde se lo mire) que eso pueda representar.

En el inicio de la alocución se dio quizás el momento más sensible, cuando la mandataria, antes de «hacer balances, rendir cuentas y pensar el futuro de la ciudad», decidió «homenajear a los varones y mujeres del país, y en especial de la ciudad, que han dejado su vida para la reconstrucción de la democracia».

En ese tren, recordó a quien da nombre al recinto de sesiones del Palacio Vasallo, «la figura, que hoy se agiganta, que sintetiza esos ideales de paz: Raúl Alfonsín», quizás el mayor exponente socialdemócrata que ha tenido un radicalismo con otras variantes más conservadoras. «Él sí que recibió una pesada herencia», dijo.

En un tono pausado, sin estridencias, aunque también exento de «picos emotivos», la titular del Palacio de los Leones enumeró los que ella creyó fueron los mayores logros de su gestión, no sin reconocer que «el rosarino siempre quiere más».

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Reconversión urbana, salud publica, implementación del nuevo sistema de transporte, fomento a la cultura y al deporte como actividades inclusivas, ampliación de espacios verdes, entre otras cosas, fueron los ejes sobre los que decidió la mandataria estructurar las bases de su «memoria y balance» de 8 años de gestión.

La estrella del discurso, sin embargo, fue el rasgo con el que la actual gestión puede sacar chapa, muy a tono con signos de la época. Rosario tiene desde hace 8 años a una mujer como máxima autoridad, como ostentadora del poder.

Por eso Fein pudo decir sin mentir que «las mujeres no llegan a la política para tener un rol testimonial, ni para cumplir con el número de una ley, ni para hacer campañas de márketing». «No vamos a parar hasta que se nos respete y se nos de el rol que merecemos», espetó.

Casi el único anuncio oficial que mencionó tuvo que ver con políticas de género. Ninguna persona que tenga una condena o denuncia (aun sin resolución) por hechos de violencia de género podrá ingresar como empleado estatal, ni sacar chapa de taxis por ejemplo, entre otras prohibiciones.

Por último, podría resaltarse que, sin ser directa, fue el discurso en el que la intendenta socialista más dardos lanzó hacia la administración nacional, tras ciertas moderaciones en 2016, 2017 y 2018.

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La razón: la crisis del año que pasó, que aun perdura, fue según dijo «la más dramática» que vivió como intendenta. «Cuando se tiene vocación social no se recorta», graficó.

Si no hubiera sido advertido por las palabras de la propia Fein, el final del discurso hubiera pasado desaparcibido, debido a que siempre tuvo el mismo tono.

Ese rasgo, que algunos criticaran y otros elogiaran, es sin duda una característica de la que el oficialismo se jacta. Basta con observar algunas de las frases que dejó la última apertura de sesiones de la actual mandataria, quien dijo, por ejemplo, que su espacio ha construido «la ciudad del diálogo» en la que «no se necesitan gestos grandilocuentes para defender posiciones».