Por Carlos Duclos

Algunas actitudes devenidas circunstancias sociales que hacen padecer al hombre son obscenidades perversas. Y en esta Argentina de las últimas décadas hay obsenidad, perversión, hay ofensa y malignidad.

Ofensa y malignidad cometidas por unos y permitidas por otros. Se trata de una conjunción, de la unión de la acción y la indiferencia que aplasta la vida digna de millones de personas ¿De qué se trata específicamente? De los infames aumentos de precios, tarifas y costos de servicios, de los salarios no actualizados como corresponde, de un impuesto a las Ganancias ignominioso cobrado a los trabajadores y muchos jubilados desde hace tiempo y de una serie de asuntos que atentan contra la paz interior de la persona, contra la armonía de la familia.

Cuando se habla de estas cosas en estos días, pareciera que se habla de una oposición descarnada hacia la figura del nuevo presidente. No es así. Ningún argentino de buena voluntad puede querer el fracaso de Macri, pero ningún argentino de buena voluntad puede o debe permitir la angustia del hombre común.

Hace pocas horas atrás, dos periodistas que representan íconos de cuestionamientos formulados al gobierno kirchnerista (que tuvo sus inocultable errores y sus aciertos), Nelson Castro y Marcelo Bonelli, han reconocido que el aumento de precios no está siendo controlado como debiera por el gobierno de Macri y, en el caso de Castro, dijo sin rodeos que la libertad de mercado funciona en otros lugares del mundo, pero no aquí.

Hay que coincidir absolutamente con que la libre concurrencia no funcionó ni funaciona en Argentina. Y no funciona porque muchos de los grandes formadores de precios en este país no son empresarios, son lisa y llanamente piratas o corsarios. Han hecho de sus «empresas» una herramiena de robo legal, o han conseguido la patente de corso para perpetrar sus saqueos a la nave donde navega el pueblo.

Pero achacar la responsabilidad sólo a estos bucaneros es injusto, porque nadie navega en los mares del reino sin permiso de la corona (léase nadie hace lo que le viene en gana si no es con la indiferencia o complacencia del encargado de gobernar); nadie navega si los marineros se oponen a la fatal travesía (léase: ¿qué hacen los grandes dirigentes gremiales?)

En cuanto a esto último, es dable señalar -en opinión del autor de esta columna- que uno de los pocos sindicalistas de referencia nacional que está movilizándose con ímpetu para salvaguardar los derechos de los trabajadores es Pablo Micheli. Todo lo demás está en ¡veremos! Y el tiempo pasa, y la angustia de muchos se agiganta porque se agiganta la imposibilidad para millones de argentinos de acceder a una vida digna.

La prioridad para el gobernante jamás puede ser el Estado, ni la caja; la prioridad debe ser el ser humano y esto desde el gobierno nacional no parece comprenderse o si se comprende no se le da importancia, o bien se llega al poder sin saber exactamente cómo y con qué accionar. La señora Gabriela Michetti ha dicho hace pocas horas, por ejemplo, que este año no puede tratar el caso del impuesto a las ganancias para trabajadores y jubilados, porque eso implicaría resentir las arcas del Estado ¿Pero es que siempre los platos rotos han de pagarlo los trabajadores y jubilados? El ser humano común y su familia no puede esperar, ni siquiera unos meses, a que estén las cuentas saneadas para luego proceder a ver si es posible mejorar la situación de los más desprotegidos el año próximo.

Es inconcebible, por lo demás, pretender acceder a la Presidencia de la Nación, a un gobierno, sin un plan, sin un apoyo financiero (sabiendo de la delicada situación existente) demodo que el dinero no provenga siempre del bolsillo ya flaco de los trabajadores. Es como estar en el muelle sabiendo que el barco tiene agujeros y subir sin reparadores y pedirles a los marineros que «achiquen» y «achiquen» hasta quedar exánimes mientras el capitán y sus oficiales toman café y disfrutan en el puente de mando. Una historia repetida en este país y repugnante.

Se han liberado las retenciones a muchos productores, a las mineras (encargadas de destruir la Casa Común, como llama el Papa a nuestro planeta) y a muchos sectores de poder, pero se sigue castigando a los que menos tienen. Es obsceno que se siga descontando ganancia a trabajadores y más obsceno aún a jubilados. Es injusto que sufran verdaderas exacciones los pequeños comerciantes quienes, encima, deben soportar el feroz aumento de las tarifas. Pequeños comerciantes que no pueden trasladar esos mayores costos a los precios, porque simplemente el movimiento en el mercado interno comienza a restringirse. La gente no tiene recursos y hay inflación con recesión.

Para quien suponga que esta es sólo una crítica a Macri, pues una última cuestión: la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner es responsable también de esta situación, porque antes de irse, mucho tiempo antes, debió escuchar a los trabajadores y derogar un impuesto al trabajo que es humillante. No lo hizo.