Por Daniel Siñeriz

No es un error de ortografía. Suena parecido pero no es igual: Votar, con V corta, es emitir un voto, elegir opciones o candidatos; con el voto se designa, se “habilita”, se decide de acuerdo a lo que queremos o necesitamos. Botar, con la otra B, es algo muy distinto, suena a sacar, tirar, descartar, dejar “afuera”, excluir. Pasa muchas veces, con muchas cosas y hasta con personas.

Antes que votaran el pasado viernes los diputados argentinos ya me venían botando duro y parejo, desde hace mucho tiempo y parece ser que con graves consecuencias sobre todo para las Mamis que, por distintos motivos y condiciones elegían hacerlo. De allí que tuvieron la necesidad de poner un marco legal al acto para no criminalizar a quienes intervienen.

Yo todavía no puedo distinguir los colores, recién me asomo a la vida y, hasta ahora, voy pasando desapercibida/o. Aunque parece que allí afuera hay dos colores de punta, como extremos intocables, pero que tienen algo en común: no pudieron evitar que botar sea el punto de partida de la discusión.

Siento que estaría llegando a un mundo difícil que le cuesta mucho amar la vida; antes de ponerse a discutir sobre un estrepitoso fracaso anterior, que se viene llevando puestas muchas vidas posibles. Me encantaría llegar y llegar a tiempo para poder decir, gritar, clamar: Que hay una tarea anterior a las leyes aparentemente humanitarias: disuadir, persuadir y convencer que, si alguien puede votar y botar es, porque antes algunas/os eligieron dar, simplemente, lo que habían recibido.

«La vida crea el orden, pero el orden no crea la vida», Carta a un rehén, Antoine de Saint-Exupéry