Por Guillermo Griecco

La transición entre un fin de ciclo político y la apertura de otro totalmente opuesto invita a trazar un balance. El nuevo gobierno de la Argentina, identificado con la derecha mercadotecnia, pasará, finalmente, de la teoría a la práctica. Aunque en rigor de verdad, los efectos de los anuncios económicos que Mauricio Macri y su equipo hicieron por adelantado ya se palpan, sobre todo en el bolsillo a partir de los desmedidos aumentos de precios en rubros de consumo masivo. No es un buen comienzo para un gobierno que promete “pobreza cero” y bajar la inflación.

La alianza Cambiemos que capitanea el PRO cuenta con el amparo de los grandes medios de comunicación, y, no conformes con el triunfo en las urnas, juntos armaron un dispositivo para desacreditar todo lo que se pueda al gobierno que se va en el plano discursivo, cultural y en el terreno donde se disputa el sentido de las cosas.

El lugar común elegido por el macrismo y los ahora medios oficialistas es hablar de la “pesada herencia”, con especial hincapié en la cuestión económica, que dejan doce años de kirchnerismo: un proyecto político que, guste o no, hizo historia; es presente en su nuevo rol de oposición y tiene futuro por la cantidad de jóvenes que se identifican con “el modelo”.

El relato de ciencia ficción montado sobre la supuesta crisis terminal que atraviesa la Argentina, desmentida por indicadores, estadísticas y la realidad misma, persigue el propósito de justificar políticas de ajuste. Y si hay desorden y caos, pues entonces ahí está el gobierno del país normal, del país serio, para disciplinar. La estrategia no es nueva, se verá si sigue siendo efectiva.

Por más esfuerzo en fraguar un escenario de crisis, los tres mandatos kirchneristas –uno de Néstor Kirchner y dos consecutivos de su esposa Cristina Fernández– están lejos de dejar una “bomba de tiempo” como dicen los economistas de Cambiemos para justificar su plan y así darle legitimidad social. Más bien, se ve una Argentina de pie, desendeudada, con una industria nacional en levantada, con bajo desempleo, con trabajadores con ingresos por encima de los niveles de inflación, con una notable caída de la pobreza, con cosecha de granos récord, con reservas en el Banco Central, con un mercado interno fuerte, con inclusión social y una progresiva distribución de la riqueza. También con limitaciones de crecimiento, que explicarían en parte el revés en las urnas.

Que no haya crisis no quiere decir que no haya problemas. La economía nacional enfrenta una serie de cuellos de botella, siendo el frente externo y la escasez de divisas uno de los principales, en un contexto internacional complejo. De todas maneras, si Argentina está en crisis, ¿cómo se denominaría lo que ocurre en España o en Grecia o en otras partes del mundo, o incluso en Brasil, nuestro principal socio comercial, con marcada recesión económica? Muchos de los que votaron a Macri lo hicieron, al parecer, por un “cambio” político pero no tanto por un “cambio” económico, aunque la devaluación y otras medidas regresivas formaron parte de la campaña de Cambiemos.

El macrismo destaca los aspectos negativos de la herencia política que recibe de CFK con el objetivo de naturalizar su programa económico neoliberal, donde se intuye un giro de 180 grados. Sin embargo, poco y nada dice de los aspectos positivos de la política económica del kirchnerismo –reconocidas incluso por Macri durante la campaña–, que deja avances, conquistas y logros difíciles de desterrar de un día para otro si así se lo propusiese el nuevo gobierno: más inclusión, más empleo, leyes que otorgan derechos a los trabajadores, una estructura productiva en expansión.

También quedan asignaturas pendientes, como agregar más valor a la producción, sustituir importaciones y diversificar destinos de exportación.

Cambiemos deberá tomar partido en la puja distributiva entre capital y trabajo. Por lo visto hasta el momento hay poderosos intereses con intención de desviar el camino productivo hacia lo financiero. El gabinete de Macri tiene como distintivo a funcionarios con perfil empresario, ex ejecutivos de grandes compañías y ex banqueros. No es difícil imaginar por quién tomará partido en la pulseada distributiva.

A continuación, algunos datos que desmienten la “crisis” que atraviesa la Argentina según la óptica macrista. El desempleo se redujo del 25 por ciento de los trabajadores a comienzos de 2003, a cifras cercanas al 6 por ciento en el último año. La caída del desempleo se debió a la creación de casi seis millones de puestos de trabajo en el sector formal. Para mediados de 2015, el poder de compra de los salarios era en promedio un 10 por ciento superior al de finales de la convertibilidad (diciembre de 2001), y el del sector privado registrado casi un 30 por ciento más elevado. Los adultos mayores que accedieron a una jubilación pasaron de 3,5 millones a casi 6 millones en el mismo período, gracias al incremento del empleo formal y las moratorias jubilatorias. La cobertura previsional ronda el 97 por ciento. A su vez, la movilidad jubilatoria (dos aumentos al año establecidos por ley) permitió que el poder de compra de la jubilación mínima sea en 2015 un 120 por ciento superior al de diciembre de 2001, tomando la inflación medida por las provincias y no por el cuestionado Indec.

Si bien hay una situación delicada en el sector externo, con efectos negativos en la industria exportadora y caída de precios internacionales de materias primas, también se observa un mercado interno robusto impulsado por la recuperación del poder de compra de los salarios, jubilaciones y asignaciones, con repunte de la construcción, que llevará a que este año de profundización de la debacle mundial y regional (Brasil) igual la economía argentina crezca por encima del 2 por ciento. El dato echa por tierra el latiguillo sobre que “Argentina no crece desde hace cuatro años”.

Antes de volver a caer en la trampa del endeudamiento y las condiciones que imponen los prestadores de dinero, vale remarcar que la relación de la deuda en moneda extranjera con el PIB nacional era del 76,7 por ciento en 2003 y hoy no llega a más del 7 por ciento. Después de las cancelaciones de bonos de deuda en default, las reservas monetarias del Banco Central rondan los 25 mil millones de dólares, contra los 11 mil millones de 2003.

Un tema pendiente, entre tantos, es la reducción de la precariedad laboral, que aún afecta a unos cinco millones de trabajadores, cuyo salario promedio es una tercera parte del salario promedio del sector privado formal. El descenso de la informalidad laboral entre 2003 y 2015 –del 50 al 34 por ciento– se vincula en gran medida a las políticas públicas implementadas por el gobierno saliente y al alto crecimiento económico en el ciclo kirchnerista. Para compensar en parte la situación de informalidad en el mundo del trabajo, 3,5 millones de niños de familias con padres desocupados o con empleo en negro son beneficiarios de la asignación universal.

La impronta más importante del kirchnerismo en materia económica tiene que ver con el rol del Estado, que impulsó el desarrollo científico, tomó el control de varias empresas estratégicas como Agua y Saneamientos Argentinos (AySA), Aerolíneas Argentinas e YPF, privatizadas durante el menemismo, además de devolver las jubilaciones al sistema de reparto y terminar con las AFJP. Un Estado que también garantizó, algo nada menor, el acceso gratuito a las transmisiones de fútbol.

Según estudios de la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal), el Banco Mundial y la Organización Internacional del trabajo (OIT), Argentina es el país con menor incidencia de la pobreza y mayor percepción de clase media en la región que toma en cuenta las condiciones de vivienda, servicios básicos, educación, empleo, protección social y estándar de vida.

“Durante las gestiones kirchneristas, alrededor de 10 millones de personas pudieron salir de la situación de pobreza”, destacó un reciente informe del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), que advirtió además sobre el impacto negativo de las medidas cambiarias que anunció la alianza Cambiemos en este sentido.

Otro punto insoslayable que pinta de algún modo un cuadro de situación es que la transición política entre un gobierno que se va y otro que llega se da en un marco de paz social, lejos de los traumas de otros traspasos de banda presidencial. Cristina Fernández, después de ocho años de gobierno, no se va en helicóptero de la Casa Rosada, sino vitoreada por medio país que le agradece la herencia que deja.