Por Carlos Duclos

El raid novelesco finalmente terminó y el otro hermano Lanatta y Schillaci fueron detenidos. Detenidos gracias al accionar de la Policía de la provincia de Santa Fe que, no cabe ninguna duda de ello, siguió las órdenes de las autoridades provinciales de cómo manejarse en esta triste y bochornosa situación que puso a las fuerzas federales bajo sospecha, y a las autoridades nacionales del área de seguridad en la evidencia de ser ineptas y no estar capacitadas para ocupar el cargo que ocupan.

Gran parte de la sociedad argentina, y no precisamente esa parte fanatizada políticamente cuyas argumentaciones e ironías pueden ser absolutamente parciales, se había manifestado en las redes sociales, y de la seriedad del caso se pasó a las burlas mordaces más ácidas. No era para menos.

También la prensa internacional calificó al hecho que manejó el gobierno nacional como “humillante”, “bochornoso”. Y, para más datos que ratifican esto que se dice, el propio diario Clarín, que como se sabe es un puntal periodístico del gobierno nacional, le puso un semáforo en rojo a la actuación de la ministra Patricia Bullrich y calificó, con compasivo atenuante, su desempeño como al borde del “papelón”.

Una ministra que, al igual que otros funcionarios, el lugar que ocupa le queda holgado y a la que el presidente de la Nación debería invitar gentilmente a abandonarlo cuanto antes. En otros tiempos, en los que los principios éticos y morales no tenían la opacidad que ostentan hoy día, la señora Bullrich (junto con Ritondo, de paso) ya hubiera presentado dignamente su renuncia. Aún está a tiempo de hacerlo, pero es difícil que lo concrete, porque seguramente podría haber otros intereses,  que no son los de la Nación ni los del pueblo argentino, los que determinan que siga en funciones.

Una ministra quien, como se recordará, fue interceptada por funcionarios del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, cuyo jefe era Macri, y quien conducía un automóvil estando alcoholizada. Recúerdese que el ministro de Justicia y Seguridad del gobierno porteño, Guillermo Montenegro,  la cuestionó duramente entonces y aseguró que el test «se le hizo varias veces «porque soplaba para adentro». Sin palabras.

A esta altura de los sucesos, es difícil creer que el presidente Mauricio Macri pueda cumplir su propósito de combatir el narcotráfico, cuando su equipo político no está en condiciones siquiera de recapturar a tres prófugos quienes, para sorpresa de los analistas entendidos, acaban de dar cuenta  de su falta de logística para concretar el propósito que se habían impuesto.

Todo esto que se dice, por supuesto, no justifica ni pretende convalidar las cuestionables políticas en materia de seguridad que tuvo el gobierno nacional anterior, o los fallos, acciones dudosas  y hasta actos de corrupción que se dieron en la policía de la provincia de Santa Fe. Pero, paradójicamente, una policía tildada de corrupta, muchas veces con razón, muchas veces sólo por motivos políticos espurios, mediocres, sin ninguna legitimidad, fue la que detuvo a estos mascarones de proa del narcotráfico argentino.

Una policía que, por orden de las autoridades provinciales, siguió buscando a los dos prófugos, como lo sostuvo el propio jefe de la fuerza, Rafael Grau, mientras el gobierno nacional celebraba la detención de los tres, algo que estaba muy lejos de ser cierto.

La verdad, y la verdad que duele, es que Bullrich ha llegado sin planes, sin equipo, sin conocimiento en materia de Seguridad, sin asesores de confianza y que la Policía del norte santafesino le dio un bife moral en el rostro.