«Los pueblos nunca se equivocan». La sanción abre debates interminables cada vez que es pronunciada, pero bienvenida sea la controversia, porque de ella siempre se puede parir la luz que indique el camino.

No obstante, muchos de quienes así lo sostienen, en ocasiones quedan atrapados por la propia sentencia, fuerte y determinante, y no terminan de convencerse de ello cuando la misma se vuelve en contra.

Entonces, nada mejor que recurrir a aquellos que han pensado las cosas, por un lado, y a quienes han convertido en acción muchos pensamientos, por el otro.

El filósofo romano Lucio Séneca (romano, aunque haya nacido en Córdoba, España), decía que «en grandes porfías, la verdad se pierde», y algún otro pensador supo agregar que cuando ello sucede, uno de los caminos más eficientes para recuperar lo cierto es remitirse al origen de la situación.

Es así que vale ir hacia las raíces del concepto. En principio, un folleto publicado el 19 de abril de 1954 por el gobierno peronista, la cita aparecía sin dobleces: “El pueblo no se equivoca nunca, dijo Perón a los dirigentes y delegados del Movimiento Peronista”.

No obstante, más de una movilización, más de una situación de protesta, de reclamo o de celebración en lugares públicos producidos por un éxito cualquiera y del momento, o una opinión extendida, no está necesariamente tiene su origen en un pueblo aunque se junte mucha gente.

¿Pero y entonces?, podría preguntarse más de uno, ¿de qué estamos hablando? Allí es importante otra vez recurrir a quien acuñó la frase, o el concepto, o como le quiera llamar.

“Las masas no tienen conciencia colectiva, conciencia social» –decía Eva Perón– «los pueblos son, en cambio, masas que han adquirido conciencia social. Es como si los pueblos tuviesen alma, y por eso mismo sienten y piensan, es decir, tienen personalidad social y organización social”.

Por otra parte, y más acá en el tiempo, la encíclica Evangelii Gaudium del papa Francisco, se refiere a lo mismo y en términos similares: “En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes…”

“Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía…”, agrega el escrito papal.

Bajo esta mirada, si se hace un recorrido por algunos hechos de la historia argentina, se podrán identificar momentos en los que actuó la masa (que suelen ser episódicos, no tienen objetivos claros y están signados por el impulso emotivo) o el pueblo (que por el contrario, tiene objetivos, organización y conciencia del origen y del destino de su proceder).

Así, podemos recordar la plaza de Galtieri por Malvinas, o la de Alfonsín, cuando estuvo en peligro la continuidad democrática, o la plaza de Perón aquel 17 de octubre cuando los trabajadores sabían muy bien lo que querían, o la producida durante 2008, en ocasión del conflicto entre el gobierno y las patronales agrarias. Cada una de ellas puede ser identificada según los conceptos citados; algunas serán manifestaciones populares y otras solo masivas.

No está en el ánimo de quien esto escribe andar fijando cuál es cual. Solo la cita de algunos de esos hechos que la historia muestra servirá para la reflexión y el debate, que como dijimos al principio, puede servir para iluminar lo que sigue.

Y así llegamos hasta esta nueva encrucijada de la historia, que en su caprichosa manía de poner a las sociedades o a las comunidades frente a otro de sus tantos enigmas, invita con su pregunta: ¿Y el resultado del balotaje? ¿Fue producto de la decisión de un pueblo o de la masa?

Como siempre, el compromiso o la desidia, la continuidad en el esfuerzo o la flojedad de los argentinos pondrá las cosas en su lugar; pero para que ello suceda se deberá transitar dramáticamente otro camino del cual es difícil avizorar su destino que solo lo producirá el conjunto de los argentinos, según esté mayoritariamente constituido en pueblo o masa.

Más allá del final que tendrá esta propuesta de «cambio» impulsada por Mauricio Macri, vale poner la mira en los conceptos aquí citados.

Si la decisión fue consecuencia de la organización popular, no habrá zozobras, porque cuando hay objetivos y formas de caminar hacia ellos, se está ante la presencia del pueblo, que como se plantea desde el título de esta columna, «nunca se equivoca».

En cambio, si este resultado electoral no fue otra cosa que una reacción espasmódica de un momento producido por la falta de observación, entre otras cosas del contexto histórico, sin objetivos y sin conciencia del destino que se eligió, hay serios riesgos de repetir algunas de las páginas más dolorosas de nuestra historia.