En la maraña y desfachatada política argentina, a estar por la realidad, se arrastra ufano y orondo el pensamiento goebbeliano. Se miente a discreción, se pisotea sin escrúpulos ni misericordia la dignidad del ser humano, muchas veces anestesiado ya, resignado a ser sacudido por los hilos de los titireteros de una y otra especie, sin capacidad de reacción.

Lo afligente, no es sólo que se conculquen los derechos de muchos humanos, sino que otros, desde la comodidad pasajera y eventual, desde la salvación provisoria, se crean la mentira, como si no fueran a pagar de una u otra forma también las consecuencias de ella. Todo este escenario hecho de utilería grotesca que conforma el tremendo y desastroso paisaje social argentino desde hace mucho tiempo, es toda una institución nefasta.

¿Qué es mentir? Es, según la Real Academia, decir algo contrario a lo que se sabe, se piensa o se siente; es quebrantar un pacto, faltar a un compromiso. En este marco, es dable recordar a los lectores que promediando el mes de noviembre del año que acaba de morir (como han muerto tantos sueños argentinos) en una reunión muy publicitada “luego de tres horas de deliberaciones con el sector empresarial y sindical, el ministro de Trabajo de la Nación, Jorge Triaca, acordó mantener los puestos de trabajo hasta marzo de 2017. Tras la reunión -dijo la noticia en su momento-, Triaca dijo que acordaron «mantener los puestos de trabajo hasta marzo de 2017, poniendo especial énfasis en la creación de empleo» (sic).

Dio pena tener que leer que el “compromiso” del gobierno y los empresarios de mantener los puestos de trabajo sería hasta marzo de este año recién nacido que, según todo indica, trae otro cuchillo de ajuste bajo el pañal ¿No podía ser para siempre? Da más pena saber que ese compromiso asumido no se cumplió.

La noticia de hace pocas horas hace saber a quien quiera informarse que trabajadores de la panificadora Fargo cortaron las calles porteñas en protesta por despidos realizados y, como si no fuera suficiente, en el propio Ministerio de Educación se hicieron caer contratos laborales. Esto entre otros despidos hormigas y no hormigas realizados al calor de enero.

En términos reales, esto significa menos pan a la boca para muchos seres humanos, para muchas familias. Es necesario presentarlo así, crudamente, porque las estadísticas políticas y las noticias periodísticas a menudo reducen al ser humano a un número, a una cifra que no siente y que es capaz de soportar cualquier golpe. No es así, no puede ser así. Un trabajador que se ha quedado sin trabajo, no es un uno (1), es “un ser humano” junto, seguramente, a otros seres humanos que dependen de él (familia) y que no podrán ver satisfechas sus necesidades básicas.

Desde luego que desde noviembre al minuto de producirse esta columna, muchos otros despidos se han producido, que el compromiso de manetener y acrecentar el empleo no se ha cumplido y que esto es posible por obra y gracia de ciertos personajes políticos y empresariales que mienten e incumplen porque saben que el ser humano argentino está inerme y que no pocos gremialistas miran hacia otros horizontes, mientras para no quedar demasiado expuestos lanzan unas meras declaraciones tan patéticas como histriónicas (el triunvirato cegetista es un hazmerreír).

Como la Patria hoy parece separada por una grieta en la que de un lado están los seguidores de los gobernantes anteriores, o de los que no congenian con este modelo macrista, y del otro los que apoyan o no lo cuestionan, sería bueno que muchos argentinos comenzaran a comprender que también hay otro sector que no está ni con unos ni con otros. No es un sector político, es un sentimiento que se hace pensamiento. Un sentimiento no resentido, no, pero sí capaz de comprender que no es posible convalidar la injusticia, la mentira, el cierre de las cuentas por vía del histórico ajuste del bolsillo de los de siempre. Que tales políticas no pueden ser aceptadas como algo usual y único, provengan de Cristina, Mauricio, Sergio, Miguel, Mónica o de quien sea.