Por Sebastián Ferro

Estos días en que el tema de las tomas de tierras circuló por los medios y se trataron de establecer ciertos debates, es pertinente recordar hechos trascendentales que ocurrieron en esta región y forman parte de la historia oculta por la narrativa oficial.

Este 10 de septiembre de 1815 se cumplen 205 años de la confección del Reglamento para el Fomento de la Campaña, que puede ser considerado -con justicia- la primera reforma agraria iberoamericana.

Este reglamento estableció la expropiación de tierras y su reparto a los que la trabajan, determinó claramente que esa distribución no se realizaría para promover la acumulación de tierras (todo lo contrario) y estableció que “los beneficiarios del reparto no pudieran vender o enajenar las tierras recibidas ni contraer sobre ella débito alguno bajo pena de nulidad”. El texto afirmaba: “Estas son heredades que tienen un alto sentido de reparación social y de instrumento de mejoramiento del campo y no de meros instrumentos para transacciones comerciales”.

Este reglamento fue parte del programa de gobierno de la Confederación de los Pueblos Libres, un movimiento federal liderado por José Gervasio Artigas que constituyó una verdadera unión aduanera y un mercado común, en el que se protegía a los productores nacionales de manufacturas y se fomentaba la agricultura a través del reparto de tierras, semillas y animales.

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Además, los beneficiados con la ‘gracia estatal’ debían mostrar su laboriosidad y compromiso con la causa pública. El artículo 11 del reglamento estipulaba: «Después de la posesión serán obligados los agraciados por el señor alcalde provincial a formar un rancho con dos corrales, en el termino preciso de 2 meses, de no ser así, aquel terreno será donado a otro vecino más laborioso y benéfico a la provincia. Artigas no adhería a la separación y legitimación ideológica que otros hacían entre la finalidad social del Estado y la finalidad de lucro de los empresarios privados. Según esa Concepción los propietarios privados podían vender, hipotecar o hacer lo que quisieran con su propiedad, percibiendo una ganancia económica siempre que no perjudicarán los intereses generales de la sociedad.

Artigas levantó un concepto de propiedad diferente al del derecho burgués, y con ese concepto también buscó cultivar y enriquecer la mente de sus conciudadanos. En él, la propiedad de los medios de producción estaba condicionada a su utilidad social. Por una parte, la única real propietaria de todo era la patria, y por otro lado esos recursos que daba la patria podrían ser quitados por ella si los beneficiarios los usaban mal.

Artigas cortaba cualquier uso especulativo o abandono egoísta de los medios de producción y apuntaba a superar la distinción entre la finalidad social del Estado y la lucrativa de los privados incorporando a los propósitos de cada una de las familias orientales, mediante la adjudicación y el uso condicionado de la propiedad.

Es probable que la mayoría del pueblo argentino, incluido los niños en edad escolar, desconozcan y jamás se les haya contado, incluso a los habitantes de las provincias que conformaron la liga, que durante casi cinco años formaron parte de un proyecto político independiente, proteccionista y de desarrollo nacional, que más tarde fue recuperado por diferentes experiencias populares, que también fueron mancilladas y escondidas por las plumas y por el fuego que estableció la historia oficial.

Lo cierto es, que el 29 de junio de 1815, en Villa del Arroyo de la China, actualmente Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, se llevó a cabo el Congreso de Oriente, qué declaró la primera independencia de Argentina de toda potencia extranjera, poco menos de un año antes que el congreso de Tucumán.

Cumpliendo el mandato de la asamblea del año 13, de declarar la independencia y a instancias de Artigas, se reunió el congreso con diputados de las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, parte de Córdoba, Corrientes, Misiones y la Banda Oriental.

Además del reglamento para el fomento de la campaña qué establecía la expropiación de tierras y su reparto, la Confederación estableció el Reglamento Provisional de Aranceles, inspirado en el proteccionismo económico, que en ese mismo momento histórico aplicaba Estados Unidos de América, que estimulaba -a través del instrumento fiscal de la aduana- ciertas importaciones y exportaciones, al mismo tiempo que desalentaba otras y protegía la incipiente industria regional. El reglamento mencionaba la existencia de “productos libres” de pagar derechos como por ejemplo las máquinas, los libros e imprentas, la pólvora, medicinas, entre otros.

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Por último es importante puntualizar que la esencia política del artiguismo era el sufragio universal. Así lo establece el reglamento de 1815, también las constituciones de los pueblos libres de Santa Fe y Entre Ríos. Era el pueblo, el mismo que había elegido protector a Artigas, el que libremente debía elegir a sus representantes, contradiciendo la villanía oligárquica que designaba a dedo a quién mejor protegía sus prerrogativas y sus negocios, en tiempos en que ni en Estados Unidos, ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en ningún otro país sobre la Tierra, se practicaba el sufragio universal.

Este proyecto político, al que alguna vez los santafesinos miramos y del cual fuimos parte (incluso los colores de la bandera de Santa Fe es una prueba irrefutable de aquella participación), comenzó a culminar tras la caída de Artigas en la batalla de Tacuarembó, frente a las tropas portuguesas de 15.000 soldados fuertemente armados y fogueados en la guerra contra Napoleón Bonaparte, el 22 de enero de 1820. La última carta de Artigas la jugó con el hasta entonces aliado Pancho Ramírez, que luego de vencer a las tropas porteñas en la batalla de Cepeda, el 1 de febrero de 1820, traicionó al conductor de los pueblos libres y, pactando con Buenos Aires, partió presto a combatir contra el propio Artigas en la batalla de las Huachas.

Finalmente, combatido por ingleses, portugueses, porteños y traicionado por todos, Artigas se refugió en la selva paraguaya, donde se convirtió en agricultor y catequista de los niños Guaraníes. Así, el caudillo más odiado por el centralismo de Buenos Aires, el general más temido por el imperio lusobrasileño, el conductor más amado por las masas gauchas del Río de la Plata, murió el 23 de septiembre de 1850. Los campesinos, criollos e indios lo llamaban “El padre de los pobres”. En las primeras líneas de su testamento, Artigas estampó: “Yo, Don José Gervasio Artigas, argentino de la Banda Oriental”.