Por Carlos Duclos

Detrás del título de esta columna hay un universo de disquisiciones, hipótesis, tesis y un ensayo sobre el comportamiento de la sociedad argentina a lo largo de su historia. Claro, porque el título podría ser también: ¿Quién deseaba el fracaso de Rosas, o que fallaran en sus gestiones Rivadavia, Irigoyen, Perón, Alfonsín, Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner, etcétera? Ningún argentino de buena voluntad e inteligente pudo o puede desear que una gestión de gobierno se estropee, porque eso tiene como resultado la angustia vivencial del ciudadano, especialmente del más desamparado. Seguramente un 80 por ciento de los argentinos tiene buena voluntad (del otro 20 hablaremos luego), lo que sucede es que esa buena voluntad está prisionera de las ideologías, que a veces se enferman de intolerancia. Y lo cierto es que a veces, sólo a veces, esa enfermedad está justificada.

¿Justificada? ¿Cuándo y por qué? Cuando el 20 por ciento de los argentinos de mala voluntad se hacen del poder casi absoluto, y humillan con sus acciones, de una u otra forma, al ser humano. Entonces la intolerancia es razonable, porque se vuelve legítima defensa. No puede tolerarse el pisoteo, la ausencia de derechos, la instauración de una vida indigna.

Lo que no es razonable, lo que no es legítimo, es la intolerancia ante acciones que son las correctas; lo que no es legítimo es el deseo del fracaso de un buen gobierno sólo porque el opositor está deseoso de poder. La acción de la intolerancia tendiente a la desestabilización institucional, en dictadura o en democracia, es lisa y llanamente el intento de un golpe de Estado, como tantos sucedidos en el país, que agobia al ser humano.

“En este país hubo y sigue habiendo intolerancia justificada y no justificada”

Lo muy cierto, lo que no puede soslayarse, es que muchas veces en este país hubo y sigue habiendo intolerancia justificada y no justificada. Justificada por actos aberrantes de los gobernantes, y no justificada por la obsesión de poder de algunos que se derrama hacia las bases cubriéndolas de fanatismo.

Otra cosa muy cierta es que la sociedad argentina está hoy peligrosamente dividida. Dividida entre los que odian al peronismo, al kirchnerismo y los que odian a todo aquello que se le opone (léase macrismo). Y la situación social de este país y la realidad del mundo no permiten semejante disparate. Como decía Napoleón: discutir en el peligro es apretar el dogal (soga que se emplea para el ahorcamiento)

Sí, la sociedad argentina está hoy peligrosamente dividida, por ejemplo, entre los que dicen que hay que pagarle a los Holdouts y los que dicen que no. Y en este último aspecto, de paso, es dable decir que todo es muy histriónico, porque entre los economistas que están a favor del pago, hay algunos que fueron consejeros del kirchnerismo, como el doctor Mario Blejer, quien en esto se parece bastante a Prat Gay. Pero no hablemos de los economistas, quienes, salvo excepciones, siempre dicen lo mismo, pero jamás cambian la historia.

“Ni marxismo ni liberalismo”

Y la historia en este país no puede ser cambiada ni con marxismo aplicado, ni con liberalismo. Perdón…, sin ser marxista diría que menos aún con liberalismo, porque la idiosincrasia argentina no está hecha para la “libertad de mercado”. Aquí se confunde libertad con libertinaje, por eso algunos empresarios, apenas llegado al poder un gobierno liberal, aumentaron los precios de una manera exacerbada, desenfrenada y feroz. Por eso muchos gobernantes “progresistas” aprovecharon el vizcachazo y aumentaron las tarifas (agua, electricidad) hasta el tercer cielo de San Pablo y aun cuando no estaban subsidiados los servicios como en Capital Federal ¿Viveza criolla?

Y fiel a su naturaleza liberal, el gobierno nacional se abstiene de intervenir y como los empresarios ladrones, delincuentes saben esto, no dudan en aumentar y llevar, por ejemplo, el precio de los productos de la canasta familiar, medicamentos, útiles escolares, peajes, combustibles, etcétera, a nubes inalcanzables

“Las rimbombantes declaraciones del dueño de Marolio y Molto”

Señoras, señores, lo ha dicho un empresario, el conocido dueño de Marolio, Víctor Fera. Dice la noticia: “El propietario de las marcas de alimentos Marolio y Molto, como así también de la cadena mayorista “Maxiconsumo”, Víctor Fera, denunció a grandes firmas de supermercados de “cartelización”, una maniobra tendiente a no vender sus productos por “ser muy baratos”. En la misma línea, apuntó contra el secretario de Comercio, Miguel Braun, por supuesta complicidad al tener en cuenta que el funcionario macrista es sobrino del dueño de “La Anónima”, una de las empresas sindicadas de boicot contra los productos de Fera”.

¿¡Y qué podría esperarse de estos empresarios piratas si el mismo gobierno insiste con aplicar impuesto a las ganancias a los trabajadores mientras a las mineras, que destrozan a la Madre Tierra y se llevan sus ganancias, se les exime de retenciones!? No lo creo justo.

Por supuesto, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y algunos de sus seguidores, entre otras cosas, también descontó ganancias a los trabajadores, también fue complaciente con las mineras y otras empresas y también (según ciertas fuentes) desoyó los consejos y pedidos del Papa Francisco, tanto como parece claro que los está desoyendo Macri.

En fin ¿Quién desea el fracaso de Macri? Ningún argentino de buena voluntad. El asunto es saber si él desea su éxito entendido como el éxito del pueblo argentino. Si así fuera, y como dijera un honesto ex dirigente social ayer (quien lo votó): “debe llamar ya a un gobierno de unidad nacional antes de que sea demasiado tarde”.