por Nicolás Tereschuk

«Vamos por todo», parecen decir esta semana «los mercados» internacionales frente a la situación en Brasil, luego de que la calificadora Standard & Poor’s rebajara la califiación de la deuda del vecino país, que no logra hacer pie frente a las exigencias de mayores ajustes en las cuentas públicas.

La decisión, esperada desde hace varios meses, profundizó aún más la situación de incertidumbre económica y política en el gigante sudamericano, donde el Partido de los Trabajadores (PT) piensa más en cómo resistir en el gobierno antes que en pasaar a la ofensiva.

En las últimas horas se conocieron versiones de que en el marco de una reestructuración del gabinete, la presidenta Dilma Rousseff hasta podría inclinarse por un integrante de la Casa Civil (Jefatura de Gabinete) que no sea de su partido.

Brasil en la última década apostó por un modelo económico que apuntó a sacar a millones e personas de la pobreza extrema, manteniendo una serie de reglas pro-mercado: un Banco Central independiente, un flujo de capitales relativamente libre, muy -o demasiado- atractivas tasas de interés y un foco en la inflación baja.

En ese contexto, se acelera la fuga de capitales, el Real se debilita -alcanza su piso en 13 años-, la creación de empleo también alcanza una de las marcas más bajas de la última década y se disparan los despidos.

El problema político para Rousseff está en la posibilidad de salir de la lógica que le plantean los mercados, que en el esquema vigente siempre va a requerir de un mayor ajuste del gasto público.

Eso puede hacerle perder el respaldo político que le queda incluso al interior de su propio partido, y ese no es un tema menor.

Cuando se analizan las recurrentes crisis políticas que derivaron en salidas anticipadas del poder en los años 80 y 90 en Sudamérica -como la que en Brasil protagonizó Fernando Collor de Mello-, se ve un patrón claro: en general se trató de «tormentas perfectas» que involucraban un conjunto de elementos.

Primero, insatisfacción ciudadana por las políticas económicas -en general, neoliberales-.

A esto solía sumarse escándalos de corrupción -que ya están presentes en Brasil- y que apunten directamente a la figura del presidente -esta es una situación que Rousseff esquiva hasta el momento-.

La otra cuestión que aparece en los finales anticipados de mandato es una situación de minoría en el Congreso por parte de las fuerzas del presidente: aquí el PT siempre tuvo que trabajar con alianzas que podrían volverse inestables.

De todos modos, el fenómeno que suele ser decisivo es la persistencia de protestas masivas y que involucren a distintos sectores sociales (gremios, pero también estudiantes, indígenas, mujeres, integrantes de capas medias urbanas, etc.).

Luego de más de una década de gobierno, el PT no está todavía en esa situación de crisis de estabilidad porque conserva una serie de recursos de poder, pero ¿podrá Rousseff mantener mucho más bajo su comando la situación si entra en una espiral de mayores presiones económicas y más ajuste?

En ese contexto ¿qué sectores serán los «ganadores» de un nuevo esquema que, además de mantener mecanismos de mercado retire al Estado de la economía -sobre todo de áreas estratégicas- e incluso
reduzca la ayuda social para los menos desfavorecidos?