Por Esteban Guida*

En los últimos días, el INDEC publicó los datos del intercambio comercial argentino, correspondientes al mes de agosto de 2019. Con este resultado se confirmó una vez más el saldo positivo de la balanza comercial, que cumple doce meses consecutivos de superávit.

El hecho es positivo por el excedente de divisas que significa, más aún en un contexto de fuerte restricción externa. Pero al observar las causas y el destino de ese superávit, no queda mucho más por celebrar, ya que el saldo positivo en el intercambio comercial respondió principalmente al efecto recesivo de la economía.

Por otra parte, cabe poner las cosas en perspectiva, ya que al tratarse de cifras tan grandes se puede perder la dimensión: El saldo neto de divisas que el comercio exterior generó en los primeros 8 meses del año, representa apenas el 40% de las divisas que se fugaron en el mismo período del año; de ahí que no quede mucho ánimo para celebrar…

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En términos numéricos, la balanza comercial del mes de agosto ascendió a 1.168 millones de dólares producto de exportaciones por 5.568 millones de dólares e importaciones por 4.400 millones. En comparación con igual mes del año pasado, las ventas al exterior crecieron 7,5%, mientas que las importaciones se derrumbaron un 30,3%.

A su vez, el acumulado anual evidenció una tendencia similar: las exportaciones ascendieron a 42.176 millones dólares (3,8% más que igual periodo de 2018), las importaciones totalizaron en 34.368 millones dólares (27,3% menos que los 8 primeros meses del año anterior) y el saldo comercial cerró en 7.708 millones dólares.

Es interesante observar el impacto de la crisis económica y cambiaria sobre todas las categorías de productos importados: bienes de capital cayó un 35,6% (dentro de esta división se encuentra el rubro de Equipos de transporte industriales que acumuló una caída del 65,4%); bienes intermedios, un 13,9%; Combustibles y lubricantes, un 32,7%; Piezas y accesorios, un 20,7%; bienes de consumo, 29,7% y Vehículos automotores de pasajeros un 58,1%. Esta caída generalizada en las compras al exterior se dio principalmente por el contexto de crisis económica interna y las crecientes expectativas de devaluación del tipo de cambio. Por ejemplo, las mayores caídas se observaron en los rubros de capital (particularmente, en los equipos de transporte), hecho que se relaciona directamente con la recesión y el desplome de las inversiones (que traccionan las importaciones de bienes de capital). A su vez, la demanda de bienes de consumo también se deprimió por el factor recesivo, dado que los consumidores vienen perdiendo poder adquisitivo, tanto por la inflación como en términos de bienes dolarizados.

Por su parte, el comportamiento de las exportaciones sigue marcando el sesgo primarizado de la economía. Las ventas al exterior de Productos primarios, y Combustibles y Energía, crecieron 21,9% y 15,3%, respectivamente; las Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA) apenas un 2,3%. Pero las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) cayeron 9,2%.

De esta forma se puede ver que en un contexto desregulado y sin política económica orientada al desarrollo nacional, la devaluación beneficia a los sectores tradicionales que tienen un perfil oligopólico y fuertemente vinculado a la actividad primaria y extractiva. Pero la industria manufacturara y en alguna medida también la vinculada a los alimentos, va sintiendo las consecuencias de un modelo que entrega sus recursos y su mercado a la oferta de externa y a intereses extraños.

Por tanto, aunque el resultado de la balanza comercial siga siendo positivo, su dinámica refleja la debilidad estructural de la economía argentina: su escasa capacidad comercial (problema de competitividad) y su incapacidad para generar valor (desindustrialización y primarización de la estructura productiva).

Cualquier camino de solución efectiva a los problemas económicos actuales, tendrá que atender a estas cuestiones desde una mirada nacional.

*fundacion@pueblosdelsur