Por Aldo Battisacco – Enviado especial a Buenos Aires – Encontré a Eduardo Rojas, ensimismado, detrás de su escritorio en la oficina en la que trabaja en la Universidad de San Martín, la idea era que me compartiera su pensamiento sobre lo que acontece en Chile y si fuera posible que me contara que similitudes encontraba en los levantamiento recientes con aquellos de la década del 60 y 70.

Eduardo había sido dirigente de la central obrera chilena durante el gobierno de Salvador Allende, y tuvo la suerte de verlo 12 horas antes de morir, durante el golpe de Estado de Augusto Pinochet Ugarte.

«Hoy en Chile muere gente, está muriendo el pueblo», expresa el sociólogo chileno, con la mirada puesta ante aquel «Chile», y éste que irrumpe con la denuncia y da testimonio de la postergación, frente a un régimen que ningunea su humanidad, y que le dosifica arteramente su desprecio de casta y de clase. 

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La angustia arrebata la paz de aquellos que nos vimos zamarreados por los golpes militares a los gobiernos democráticos de Iberoamérica, eran tiempos que la efervescencia política daba sentido a las utopías. Mirar lo que pasa en Chile, duele. Y ser espectadores pasivos ante el garroteo arrogante y siniestro de los «vivos de la fuerza» duele mucho más. Nunca tanto como los que callaron durante 30 años ese dolor indigno de saberse.

Tiempos en los que los dictadores gerenciaban los proyectos políticos económicos y oficiaban de guardias pretorianas prestándose a ser el brazo armado de sus mandantes de las metrópolis centrales. Para ellos, el enemigo era el pueblo, es decir todo grupo humano que consciente de su destino no aceptaba que se los sojuzgue y se le dispute la soberanía e sus determinaciones.

«Es lejos la política cuando hay historia, se ve de lejos porque alguna vez he estado inmerso en ese tipo de levantamientos populares, se puede tener una larga experiencia, pero al mimo tiempo sorprenderse», dispara Eduardo Rojas y agrega, «y ve que viene de nuevo o llega lo nuevo, y se encuentra la gente protestando en la calle contra el orden político y contra el gobierno y sus ideas». 

Sin embargo, Rojas no para de reflexionar y recordar: «Antes decíamos queremos la revolución y cambiar la historia, eramos como seres humanos universales y hoy mi pueblo dice queremos vivir de manera distinta, quizá no cambia la historia, cuando uno vive de manera distinta y no me atrevo a decirlo, cuando esto se ve de lejos».

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A poco de comenzar el reportaje, se revela un parecer propio de los tiempos duros, que trasciende la teorización y se instala en la vida misma, «nadie» se entiende, «nadie» debe sacrificarse por una «idea». «Es el pueblo el que pone los muertos», no es la «dirigencia ni los intelectuales», y recuerda que Cristina lo dijo recientemente, no sin antes advertir que antes que el guion de fondo que atraviesa la historia de los países al sur del Rio Colorado, importa «el guión a la vista», porque «la justicia debe ser ahora» y no a largo plazo «porque alguien lo paga». 

«No, el pueblo no tiene que morir, no debe sacrificarse, me sacrificó yo, dijo el martes 11 de septiembre de 1973», Salvador Allende.