Por Fabrizio Turturici

Un sábado normal, como cualquier otro, Ismael Correa se alistaba, a eso de las siete de la mañana, para entrar a su trabajo de siempre en Casa Bleger. La legendaria librería no era un lugar más para el empleado, de 44 años, que llevaba toda una vida adentro. Pero todo cambió luego de una inesperada noticia.

“Después de haber salido del servicio militar, cuando tenía 19, ingresé a Casa Bleger y desde entonces nunca me fui”, relata el recientemente despedido, que atravesó todo tipo de épocas en el lugar, con sus apogeos y ruinas, esplendores y ripios.

Con algo de melancolía y desconsuelo en su tono, Ismael expresa que “estuve mucho tiempo porque los antiguos dueños me respetaban, me tenían en cuenta. Sentí que había encontrado mi lugar en el mundo”, continuó.

A la hora de volver sobre el camino recorrido y revivificar los pasos dados en toda una vida de comerciante, Ismael, con su gran capacidad de dicción, comienza a narrar la historia –con lujos y detalles- desde el principio.

“Ingresé a Casa Bleger a inicios de la década del noventa, así que, te podrás imaginar, me tocó vivir todo tipo de épocas en el negocio. Todo marchó relativamente bien, aunque a veces sufrimos más de la cuenta. En 2006 murió don Isaías Goldvarg y quedó a cargo el hijo, que –fallecido el padre- tuvo muchos conflictos con sus hermanos. A partir de allí, comenzó la debacle”, contó tras aclarar que, “sin embargo, nunca peligraron nuestras fuentes laborales”.

Pero la historia continúa y comienzan a asomar los ribetes negros de la misma: “Hace tres años, el antiguo dueño consiguió un comprador: el grupo inversor del Sanatorio de la Mujer, que se haría cargo de Casa Bleger. Cuando llegaron, les importaba mucho el nombre, el prestigio y la trayectoria del lugar. Nos decían que eran empresarios muy reconocidos y que venían para rescatar y reanimar el local”, detalló Ismael.

A la pregunta de cómo vivieron al principio esos cambios, y si los tomaron entusiasmados o ya preveían un final lúgubre, Ismael se sincera al decir que “por supuesto que, en su momento, nos cayó bien la noticia. Un viernes nos presentaron a Cristian Uria, que sería gerente y apoderado de Casa Bleger, y cuando volvimos el lunes, el lugar era otra cosa. Renovado y pintado, trabajábamos más horas y con muchos más clientes, incluso había mejorado nuestra situación contractual. Así que por supuesto que estábamos entusiasmados”, enfatiza.

“Seguimos trabajando, con más comodidad y tranquilidad que nunca. Nos habían aumentado, se pusieron al día con aguinaldos, aportes y demás. Estábamos bien hasta hace dos meses, cuando nos comunican que el negocio no les era viable”.

En una reunión, Cristian Uria se acercó para decirles a los históricos empleados que estaban buscando nuevos dueños. El negocio se encontraba en venta y ya habían recibido ofertas, según contaron. “Nos comunicó, además, que nos quedemos tranquilos; que la venta sería con nosotros adentro. Y claro, con treinta años adentro, no hace falta decir más nada. Si estás hace tanto tiempo trabajando en un lugar, es porque no sos mala persona”.

Asimismo, Ismael confesó, cada vez con más angustia en su voz, que “la verdad, no preveíamos un final así. Los encargados habían anexado nuevos uniformes escolares; incorporaron la juguetería, estaban cambiando el sistema y demás. Nos mirábamos y decíamos: ¡Pero mirá! ¡Con todo lo que están haciendo, no creo que se vayan!”.

“De repente, el sábado nos llevamos una sorpresa terrible. ¿Cómo fue ese sábado? Ese día, yo tenía las llaves para abrir, trabajamos normal. Cerca del mediodía, apareció Cristian, algo que no era habitual, ya que los sábados nunca trabaja. Algo no me olía bien. Él estaba alterado. Después nos enteramos que estaba buscando Correo Argentino, que los sábados no trabaja. Al parecer, quería mandar un telegrama”, relató.

Cristian volvió cerca del mediodía. “Nosotros cerrábamos a la una de la tarde, así que se fueron todos los compañeros y yo quedé solo con él. Ese sábado, nos hicieron hacer un balance contando las mercaderías. Cerca del cierre, Cristian me dijo que me vaya, que él se quedaba trabajando un ratito más y después cerraba. Un rato luego, me dijo que se iba a comer al bar y después volvía. Yo cerré normalmente y me fui a casa, que queda en Villa Gobernador Gálvez. Al parecer, esperó que yo me alejara y volvió, a eso de las dos de la tarde. Según nos contaron los vecinos, estacionaron unos camiones gigantes y empezaron a vaciar. Siempre a  nuestras espaldas, jamás nos avisaron. Los vecinos preguntaron, pero les mintieron categóricamente, diciendo que se estaban trasladando a otro local, una mudanza”, continuó.

“Yo me enteré el domingo al mediodía, cuando una compañera que vive cerca, estaba haciendo unos mandados y pasó por el frente, viendo el camión. Se asomó al local, estaba vacío. Preguntó, no tuvo respuesta. Ella, en la desesperación, empezó a llamarnos y los empleados nos concentramos en el lugar. Cuando arribamos, no quedaba nada. Imaginate que las persianas estaban mal cerradas, lo que quiere decir que salieron disparando”.

“Me invadió la desesperación, la bronca, la angustia, la tristeza, todo junto. Ese trabajo era mi vida, pasé más de la mitad de mis años a Casa Bleger”, relató Ismael, ya quebrándose. “En los peores momentos, le cuidé el negocio yo solo, por un año y medio. Era el primero que entraba y el último que me iba. Los empleados antiguos hacíamos todo: desde la limpieza al trabajo administrativo. No lo tomaba como un empleo: era mi casa y mi vida”, lamentó.

De la misma manera, Ismael agregó que “el domingo a la noche, pude comunicarme con Cristian. Lo llamé porque quería explicaciones, pero me dijo que no tenía nada que ver. Y ahí renunció. Se desligó totalmente”.

De patitas en la calle, como se dice, Ismael está atravesando un duro momento de incertidumbres y un futuro incierto. Con respecto a Casa Bleger, “ya no hay vuelta atrás, nuestras fuentes laborales desaparecieron. Ahora hablan de una reubicación en el sanatorio; pero somos empleados de comercio y no tenemos nada que ver con el rubro. No pienso aceptar, ni loco vuelvo a trabajar con esta gente”, acentuó.

— Hace de cuenta que soy Cristian y estamos cara a cara. ¿Qué me dirías?

— Me arruinaste la vida. En el afán de beneficiarte, nos devastaste a siete personas que dejamos la vida ahí adentro, en Casa Bleger. La verdad es que sos muy mal administrador. Tienen que tomar conciencia, porque si ustedes se hicieron cargo, no pueden desligarse así como así. Reconózcanlo. Aparte, se fueron como ratas cobardes. Distinto hubiera sido si nos comunicaban de la frágil situación y buscábamos todos juntos una alternativa en común. Pero lamentablemente, se escaparon a nuestras espaldas, sin previo aviso, demostrando un vandalismo inhumano y dejándonos tirados en la calle.