Por Rubén Alejandro Fraga

Por estas horas se cumplen 83 años del alzamiento fascista contra el gobierno constitucional de la Segunda República Española que fracasó como golpe de Estado pero disparó una sangrienta guerra civil y desembocó en una dictadura que oscureció por casi cuatro décadas al país europeo.

Entre el viernes 17 y el sábado 18 de julio de 1936 estalló la insurrección militar que había sido cuidadosamente planeada desde muchos meses antes por los sectores más reaccionarios de la sociedad española: los principales mandos militares –la Unión Militar Española, antirrepublicana, y la Junta de Generales–, monárquicos –pretendían la vuelta de Alfonso XIII–, carlistas –antiliberales y contrarrevolucionarios–, cedistas –ultracatólicos– y otros sectores de la extrema derecha. Todos ellos “bendecidos” por la jerarquía de la Iglesia católica. Los líderes sediciosos eran los generales Emilio Mola y José Sanjurjo, a quienes secundaba un dimunuto camarada gallego que luego sería el principal beneficiado con la asonada: Francisco Franco Bahamonde.

Para los Estados totalitarios de la Europa de aquellos tiempos –Alemania, Italia y Portugal–, la Guerra Civil Española fue una confrontación por poderes y un ensayo de la Segunda Guerra Mundial. Para los intelectuales de la época parecía ser la primera fase de una lucha entre el fascismo y el comunismo sobre el cadáver del mundo capitalista.

En España pelearon las principales ideologías de carácter revolucionario y reaccionario que crecían en Europa y que entrarían en conflicto mundial poco después: el fascismo, el constitucionalismo de tradición liberal burguesa y los movimientos revolucionarios: socialistas, comunistas, anarquistas y trotskistas.

Pero para los españoles la guerra fratricida significó tres años de horror y heroísmo, seguidos de 35 años de dictadura retrógrada y feroz.

El huevo de la serpiente

El conflicto detonó en julio de 1936, pero el caldo de cultivo estaba de mucho antes. Tras ganar las elecciones de 1933 y de sofocar revueltas izquierdistas, en 1934 la derecha había establecido una república católica y conservadora, aunque los monárquicos y los falangistas querían abolirla. Mientras, Moscú había ordenado a los comunistas de todo el mundo que se unieran con otros partidos contra la derecha.

En febrero de 1936, unas nuevas elecciones en España otorgaron el poder al Frente Popular, una coalición de liberales y de izquierdistas.

Una vez en el gobierno, la coalición no las tuvo todas consigo y empezó a disgregarse. En las Cortes, los socialistas, antes moderados, intentaron privar de sus escaños a los diputados de derecha por irregularidades. Las juventudes socialista y comunista se unieron en luchas callejeras contra estudiantes falangistas. Se quemaron iglesias, los campesinos asaltaron propiedades y los anarquistas ocuparon fábricas ante la pasividad de las autoridades.

Además, en octubre de 1931, Manuel Azaña Díaz, jefe del gobierno republicano, declaró que España había dejado de ser católica, desvinculando la Iglesia del Estado. Los subsidios al clero fueron abolidos. La educación sería estatal y no religiosa. Se introdujo el matrimonio civil, la ley de divorcio y se secularizaron los cementerios.

En julio del 36, tras el asesinato del diputado opositor y líder monárquico José Calvo Sotelo, ex ministro de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, a manos de las fuerzas de seguridad del Estado, los generales fascistas decidieron terminar con el gobierno constitucional.

Todo comenzó en Marruecos

El alzamiento empezó cuando Franco, el último general en unirse a los sediciosos, trasladó sus tropas desde Marruecos. Los golpistas, denominados los nacionales, pronto controlaron el sur y el oeste de España, con la ayuda de la Alemania de Adolf Hitler y la Italia de Benito Mussolini, que empezaron a enviar soldados, municiones y aviones.

Los soviéticos, a su vez, mandaron armas y consejeros a los defensores de la República. Los demás países no intervinieron a pesar de los reiterados pedidos de Azaña –Francia contribuyó con 300 aeroplanos, pero luego se declaró neutral ante la presión de los británicos–.

Las Brigadas Internacionales

Sin embargo, las filas republicanas fueron engrosadas con las Brigadas Internacionales, un cuerpo de voluntarios de 50 nacionalidades que incluía desde obreros industriales hasta escritores tan famosos como George Orwell, André Malraux o Ernest Hemingway.

Toda España se vio envuelta pronto en una terrible guerra civil, cuya violencia se extendió más allá del campo de batalla. Las animosidades sociales, enconadas durante décadas, se encendieron. Los republicanos mataron a sacerdotes y monjas falangistas. Los soldados fascistas, entre los que figuraban numerosos curas, asesinaron a republicanos e intelectuales.

El cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo y primado de España, escribió: “¿La guerra de España es una guerra civil? No; una lucha de los sin Dios contra la verdadera España, contra la religión católica”.

Una cruzada en el siglo XX

El 30 de septiembre de 1936, la Iglesia de España declaró que la guerra civil que había estallado meses antes en ese país era una “cruzada contra los hijos de Caín”, legitimando así el alzamiento golpista. Al día siguiente de aquel pronunciamiento, Franco se proclamó jefe de Estado y fijó su gobierno en Burgos.

Años después, el 20 de mayo de 1939, en la iglesia madrileña de Santa Bárbara, el “generalísimo” Franco entregó la espada de su victoria al cardenal Gomá. Así, el Ejército, el Movimiento Nacional y la Iglesia celebraron juntos aquel triunfo. En el mensaje “Con inmenso gozo”, difundido por Radio Vaticano el 16 de abril de 1939, el nuevo papa Pío XII celebró el resultado de la guerra.

Al final del conflicto bélico las bajas ascendían a más de 200.000 –cifra de muertos que se duplicaría durante la posterior represión franquista–. La víctima más conocida fue el poeta y dramaturgo Federico García Lorca, de 38 años, quien fue asesinado el 18 de agosto de 1936.

Tras el fin de la guerra civil, la represión franquista fue feroz, iniciándose una limpieza de la que fue llamada España Roja y de cualquier elemento relacionado con la República, lo que condujo a muchos al exilio, la muerte, al robo de bebés de padres republicanos que aún hoy desconocen, en muchos casos, su identidad. Durante esos años de terror, hablar de democracia, república o marxismo era un pecado que se pagaba incluso con la vida.