Por Florencia Vizzi

«La memoria pincha hasta sangrar, a los pueblos que la amarran y no la dejan andar libre como el viento».

León Gieco

“Los argentinos tienen que saber”. Esa frase se repite una y otra vez en los cientos de papeles que Jorge Julio López escribió compulsivamente durante muchos años de obligado silencio.

“Los argentinos tienen que saber”, repetía. Y con ese empecinamiento pasó miles de minutos resistiendo al cruento aguijoneo de la memoria hasta poder dar testimonio, a viva voz, del horror que había vivido y del que había sido testigo.

Ese testimonio fue emblemático, tanto en los Juicios por la Verdad como en los procesos de Memoria, Verdad y Justicia iniciados luego de la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final e indultos que, aún hoy, continúan juzgando a los responsables de la represión durante la dictadura cívico militar en Argentina. López identificó sin lugar a dudas, entre muchos otros represores, a Ramón Camps y Miguel Etchecolatz, que participaban personalmente de las torturas, asesinatos y desapariciones, y pudo identificar a muchos de los que estuvieron detenidos con él, testimoniando cómo habían sido asesinados y dónde fueron enterrados.

Jorge Julio López desapareció más de una vez. La primera desaparición se produjo en octubre de 1976 cuando fue secuestrado e ingresado a los centros clandestinos de detención del llamado circuito Camps. Sobrevivió al horror y fue liberado en 1979. Su segunda desaparición se produjo el 18 de septiembre de 2006, pocas horas antes de que se conociera la condena al ex Director de Investigaciones de la Policía de Buenos Aires, algo que realmente hubiera querido ver.  Hubo otras desapariciones de Jorge Julio López: desapareció de la agenda de los grandes medios de comunicación, del sistema judicial y de la agenda política.

Romper el silencio

“Patricia me dice: ¿Quién sos vos? ¿López? Y yo le digo sí. Y ella me dice: si vas a mi casa, acordate de decirle a mi nena y a mis padres dónde estuve, y que los quiero mucho”.*

 

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Manuscritos recientemente encontrados en la caja de herramientas de Jorge Julio López. Fotografía: Jorge Caterbetti

La primera vez que Jorge Julio López pudo dejar escapar palabras a borbotones fue en los Juicios por la Verdad, en 1999. Veinte años después de haber sobrevivido a su primera desaparición. Durante esos veinte años convivió, obligado, con un silencio que lo carcomía por dentro.

Miguel Graziano, periodista de La Plata y autor del libroEn el cielo nos vemos, la historia de Jorge Julio López”, en entrevista con Conclusión relató parte de esa historia.

“Cuando Julio López estuvo en el Pozo de Arana, estaba detenido junto a sus compañeros de la Unidad Básica de Los Hornos. Él fue testigo de la matanza de Arana, a la que sobrevivió. Justo antes de que la maten, y después de que la hubieran violado y torturado, Patricia Dell’Orto queda un rato con él en la celda. Lo reconoce por el olor porque estaba tabicada. Patricia tenía 20 años y acababa de parir… tenía una beba de 3 meses. Antes de que la asesinaran, ella le pide a López que le avise a sus padres lo que había pasado, que no le falle y que también les diga  que cuidaran a su bebé. Y él se queda con ese mandato. Creo que de ahí surge esa gran necesidad de romper el silencio”, cuenta Graziano.

“Eso es algo que no pudo hacer en seguida. No pudo porque salió en el 79, cuando todavía estaba la dictadura, entonces tenía que mantenerse callado”, enfatiza el escritor. “López cargó con el estigma del silencio social, del por algo será y del algo habrán hecho. Y  también con el silencio impuesto por su familia, que era algo bastante común en ese tiempo. Su mujer, Irene, le pidió expresamente que nunca hablara de ese tema, que lo dejaran en el pasado y trataran de sobrevivir”.

Según el relato de Graziano, López cumplió con ese pedido a medias. “Escribía siempre que podía, ni bien le caía un papel en la mano, escribía”.

“Lo hacía desorganizadamente –cuenta el periodista–, no en cuadernos o diarios, sino en papeles que encontraba en blanco, servilletas, almanaques, en las bolsas de papel de los materiales que usaba en las obras, escribía y escribía, contando detalladamente,  en los espacios en blanco que encontraba, el horror que había visto. Lo hacía a su manera, a veces muy artísticamente, con dibujos, si correlación de tiempo…, y siempre que lo hacía se reiteraban dos cosas, por un lado,  la palabra justicia,  y por el otro, la frase: ‘los argentinos tienen que saber’”.

Papeles que Julio López rellenaba compulsivamente con el registro de su memoria

 

“A la noche llegó toda la patota, con un tipo gangoso que hablaba a los gritos. Los agarran y los tiran en la celda todos juntos. Después la sacan a Patricia, y ella gritaba: ‘No me maten, no me maten, llévenme a una cárcel pero no me maten que  quiero criar a mi nenita, a mi hija, gritaba’. Y ellos no, la sacaron, y van a ver ustedes si un día encuentran el cuerpo de ella, tiene un tiro desde acá (señala la frente) y le sale por acá (señala la nuca). Bum, otro tiro. Después sacaron al marido, a la rastra y lo mataron también. Yo digo: voy a esperar que me saquen a mí, porque prefería que me maten y no que me dejaran vivo. Por Dios le digo’.*

“Al tiempo de salir, López pudo cumplir con el pedido de Patricia –relata Graziano–. Apenas pudo se encontró con un compañero de la unidad básica que no había sido secuestrado. Fue  él quien lo ayudó a hacer el nexo con la familia de la joven para contarles lo sucedido”.

“Y a partir de ahí, él siempre dio testimonio”, enfatiza el periodista. “Lo hizo a escondidas,  sin decirle a su familia, excepto cuando comparece como testigo contra Miguel Etchecolatz, en el 2006, que fue la primera vez que sus hijos escucharon el relato completo. También a escondidas iba a las reuniones de los ex detenidos- desaparecidos de La Plata. Él les pedía a sus compañeros que lo llamen por teléfono con la excusa de que necesitaban algún presupuesto para una obra o arreglo. Y allá iba, para  debatir y charlar con ellos los pasos a seguir”.

“Irene, la esposa de Julio, me dijo algo que me impactó mucho», cuenta Graziano.» Yo no quise entrevistarla mientras escribía el libro porque me parecía algo muy delicado. Hablé con ella varias veces y sólo le pregunté puntualmente si ese pedido de silencio había existido. Ella me lo confirmó, y me dijo que en ese momento pensaba que estaba bien pedirle que se quedara callado, pero ahora, que había desaparecido por segunda vez, se daba cuenta de que en realidad había estado mal obligarlo a ese silencio”

Los Juicios por la Verdad

Luego de una presentación ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, realizada por una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, Carmen Aguiar Lapacó, se firmó un acuerdo de Solución Amistosa, en el que el Estado Argentino se comprometía a garantizar la “verdad histórica”, lo que permitía abrir investigaciones por los hechos denunciados en la justicia penal, aunque sin posibilidad de imputación y  condena, debido a las leyes de impunidad.

“Los Juicios por la Verdad eran muy cuestionados por algunos sectores de los organismos de derechos humanos ya que eran no punitivos, es decir, no promovían la acción de justicia porque no iban a condenar a nadie. Eran para saber la verdad y para que esa verdad se conociera. Sin embargo, finalmente, sirvieron de base  para los juicios posteriores”, señala Graziano.

Esos juicios fueron la primera oportunidad de Jorge Julio López para contar públicamente lo que había visto y vivido.

Allí narró parte de ese horror, la historia de Patricia Dell’Orto y Ambrosio Francisco de Marco, su marido, y de tantos otros. También identificó a muchos de los torturadores, entre ellos a Miguel Etchecolatz y a Ramón Camps.

“En esas audiencias López fue de menor a mayor, fue soltándose cada vez más y dando cada vez más datos. Fue de a poco, también por una cuestión de pudor. La primera vez que declaró le habían dicho que iba a estar la hija de Patricia y que era muy parecida a ella. Y él pidió no verla, no se animó al impacto de cruzársela. Y fue muy cuidadoso con el testimonio esas primeras veces,   no habló de las violaciones, por ejemplo, para no herir a la joven”, explica Graziano.

“El día 5, serían las 11 o 12 del mediodía, aparece Patricia con el marido, toda torturada. La torturan un día, dos, junto con nosotros. Nos hacían preguntas, ¿qué hacían ustedes en la unidad básica?. Y ella no respondía. El marido estaba tirado todo lastimado. Y ella hasta un mechón de pelo le arrancaron cuando la arrastran. Sangraba. Todos deshechos los dos. Después la atan a un palenque y la dejan ahí, enfrente de dónde estábamos nosotros tres, y el marido estaba tirado ahí en el suelo”. *

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Manuscritos recientemente encontrados. Fotografía: Jorge Caterbetti

La segunda desaparición de Jorge Julio López

Miguel Osvaldo Etchecolatz era Director de Investigaciones de la policía de Buenos Aires y la mano derecha de Ramón Camps, el jefe de la fuerza, durante la dictadura cívico militar. Fue el responsable directo del operativo conocido como la Noche de los Lápices, y responsable de cientos de crímenes de Lesa Humanidad.

En junio de 2006 comenzó el juicio en el que estaba  imputado por privación ilegal de la libertad, aplicación de tormentos y homicidio calificado. Fue uno de los primeros juicios orales y públicos que se dieron en el marco de los procesos de Memoria, Verdad y Justicia.

El 28 de junio de 2006, Jorge Julio López brindó testimonio por última vez. La causa lo tenía como querellante y  testigo. Su exposición fue tan contundente que se convirtió en un momento histórico.

Graziano señala que ese fue un momento liberador para Julio. “Sus hijos y su familia escucharon por primera vez el relato de lo que había vivido. Todos coinciden en que, luego de ese día se produjo un cambio profundo en él. Se lo notaba más tranquilo, más calmo. Era un hombre que siempre hablaba como a borbotones, atropelladamente, como apurado y sin control. Pero después de ese día, eso cambió, como si hubiera encontrado algo de paz”.

Finalmente, Jorge Julio López había logrado triunfar sobre el silencio y el olvido. Finalmente los argentinos empezaban a saber y la justicia se dejaba avizorar en un horizonte no tan utópico.

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“Y Etchecolatz estaba así al  costado, y de ahí mandaba: dale, dale, dale, subí un poco más que este gringo que está acá en la parilla se me hacía el guapo. Hacete al guapo ahora, me decía. Y se me ponía cerca con una capucha peluda. Y me decía ¿me conocés?… Etchecolatz era, el señor Etchecolatz”.*

“Cuando a López lo desaparecen, el 18 de septiembre de 2006 –cuenta Graziano–  faltaban pocas horas para el veredicto… y él tenía muchas ganas de verle la cara a Etchecolatz cuando lo condenaran”.

En cuanto a qué tipo de complicidades se conjugaron para que Jorge Julio López fuera nuevamente secuestrado y desaparecido,  el escritor y periodista reflexiona: “La segunda desaparición está relacionada indudablemente con sus testimonios en los juicios en la causa contra Etchecolatz y con los testimonios que podría haber dado en otros juicios. Lo que se dice es que fue una rejunte de represores puestos en disponibilidad. Recordemos que en ese momento,  León Arslanian, ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires,  dijo que el 80 por ciento de la policía bonaerense al momento de la desaparición de López, no le respondía”.

Respecto a la responsabilidad del gobierno de entonces, Graziano supone que “una responsabilidad podría ser, tal vez, haber llegado de manera un poco apresurada a los juicios. El no haber hecho una buena caracterización de quienes habían sido los represores y cuál era el poder de fuego que estaba vigente. Gran cantidad de efectivos de la bonaerense que habían participado en la represión y que todavía estaban en ejercicio, porque hay que tener en cuenta que, al menos en la provincia de Buenos Aires, la mayoría de los centros clandestinos funcionaban en esas comisarías donde los efectivos desempeñaban sus funciones”.

“También hay un tema muy importante respecto a la seguridad de los testigos, dice el escritor, y es quienes los podrían haber protegido. Y es que hubiera sido muy difícil que en ese momento aceptaran que fueran las mismas fuerzas de seguridad que los habían secuestrado, torturado y asesinado las que los protegieran”.

Y remarca: “Cuando López desaparece, si bien la familia y el estado provincial y nacional apostaron a la hipótesis del “viejito perdido”, sus compañeros de inmediato supieron lo que estaba pasando. Esa primera noche sacaron un comunicado y estaban seguros de que lo habían “chupado”.

En cuanto a la empecinada batalla de Julio contra el olvido, la reflexión de Miguel Graziano conmueve: “Él conoció el horror en primera persona, y eso lo marcó para siempre y le permitió tomar decisiones en su vida. Y una de esas decisiones fue hacer propia la consigna de memoria, verdad y justicia…  eso, de alguna manera, lo convirtió en una especie de héroe, que va a vivir siempre  en los corazones de mucha gente, de todos aquellos que tengan inquietudes sociales”.

“Yo hasta pensé si un día salgo y lo encuentro a Etchecolatz, yo lo voy a matar. Y después dije puta y si lo mato, qué voy a matar a una porquería e esas, un asesino serial. No tenía compasión. Él mismo iba y los pateaba. El personalmente, les digo a todos los que están presentes, dirigió la matanza esa”.*

El mismo día en que debían exponerse los alegatos de los abogados querellantes, el 18 de septiembre de 2006,  Jorge Julio López no llegó a la audiencia. Según el relato de sus familiares, esa mañana, cuando se levantaron, él ya no estaba en su casa. Y nada  volvió a saberse.

La investigación fue un total fracaso, tanto al nivel de las muchas fuerzas de seguridad que participaron como a nivel de la justicia penal y federal.

El 20 de septiembre de 2006, el ex comisario Miguel Etchecolatz fue condenado a reclusión perpetua por el Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata “por delitos de lesa humanidad en el marco  del genocidio que tuvo lugar en la Argentina entre 1976 y 1983”. Esa fue la primera vez que se utilizó la calificación de “genocidio” en el marco de estos delitos.  El represor fue culpable de homicidio agravado por ensañamiento y alevosía, privación ilegítima de la libertad y tormentos.

A lo largo de otras causas por delitos de Lesa Humanidad, Etchecolatz  y una larga lista de represores fueron condenados y continúan siéndolo. De alguna forma, el silencio fue derrotado y todo aquello guardado en la memoria sigue siendo revelado.

Jorge Julio López continúa desaparecido.

*Extractos del testimonio de Jorge Julio López en el juicio contra Miguel Etchecolatz