Por Guido Brunet

Junto a una montaña de muebles que permanecen en la vereda vive Myriam. Al lado del amontonamiento, se encuentra estacionado un Ford Falcon gris prestado donde pasó la última noche. Muchos de sus objetos pudo conservar, otros los guarda una amiga, otros se perdieron ¿Hay algo que hayas extraviado que te hubiese gustado tener en este momento?, le pregunto. “No, no soy una persona apegada a las cosas, solamente quiero estar con mis perros”, responde.

Sus elementos personales se ubican bajo un improvisado manto de lona frente a la casa que habitó durante los últimos casi cinco años. “Un día puedo tener un millón de dólares y al día siguiente cinco pesos, y estoy bien en ambas circunstancias”, asegura la mujer que ahora vive en la calle, más precisamente en Crespo entre Urquiza y San Lorenzo.

Myriam tiene 67 años y comenta que es traductora de inglés. La mujer se quedó sin techo hace tres días y cuenta con la sola compañía de sus perros, tenía cinco, pero a dos de ellos los dio en adopción. A los otros tres no los puede soltar. “Si nos separamos se mueren, están muy apegados a mí y muy unidos entre ellos; mis perros son muy queridos para mí”, dice sobre Puqui, Bepa y Jazá, quienes aguardan tranquila y perfectamente abrigados dentro del vehículo.

Las circunstancias que resultaron en su desalojo son tan confusas como su historia de vida. Cuenta que alquilaba un departamento en 27 de febrero y Mitre, pero la propietaria no le renovó el contrato, entonces una conocida le dio alojamiento en febrero de 2013, hasta que se pudiera «acomodar».

De esta manera Myriam se instaló en un inmueble que originariamente estaba destinado a ser un local comercial de la familia propietaria. Allí “vivo”, señala a unos metros. Vivo. “En tiempo presente”, aclara.

A partir de ese momento las versiones entre los propietarios y la inquilina son encontradas. Hasta que un día una persona ingresó al domicilio y sacó las pertenencias de la señora a la calle. Entre los motivos que derivaron en el escenario actual, uno es que hace tres años y ocho meses que no paga el “alquiler”, un contrato verbal establecido entre las partes. “Por eso están furiosos”, reconoce Myriam.

Aunque “si una persona quiere hacer algo lo tiene que realizar vía legal”, dice convencida. Al tiempo que recuerda que “lo único que pude hacer cuando entraron al domicilio fue gritar”. A pesar de relatar aquella triste vivencia, cuando habla casi nunca pierde la sonrisa, solamente interrumpe el gesto en los momentos en que ve pasar a quienes la desalojaron. Incluso afirma que al día siguiente llamaron a la Guardia Urbana por ocupación de vereda.

La mujer no cuenta con otro lugar donde dormir que no sea la acera. No tiene parientes ni amigos. “Mis afectos están en otros países”, manifiesta. Dice que vivió en diez países y tres continentes. Y que hace unos años volvió de Inglaterra para cuidar de su madre, quien murió al poco tiempo.

También afirma que se recibió a los 51 años de traductora de inglés. Pero cuando le consulto cómo se sustentaba, no brinda precisiones.

Los vecinos se unieron para ayudarla compartiendole comida, agua, dinero e incluso invitándola a su casa. Además de darle su apoyo y contención. “Nunca vi una mano tan enorme, hay gente que vino de todas partes a colaborar conmigo”, destaca Myriam. Diego, un hombre del barrio, le prestó su auto para que pasara la noche y se protegiera del frío. De la misma manera que otorgaron su ayuda la agrupación Manos Solidarias y la Vecinal Barrio Agote.

Una habitante del barrio comenta que es una “ciudadana muy activa”, que realizó reiteradas denuncias por la basura acumulada, por ejemplo, y que una vez hasta se encadenó a un árbol para evitar que lo podaran. La señora confirma esa faceta cuando cuenta que escribió una veintena de cartas de lectores a La Capital con denuncias por diferentes situaciones firmadas como Myriam Koldorff.

“Lo único que sé es que lo me pasó no me lo esperaba, una persona entra, me saca las cosas a la vereda y me encuentro con cinco animales aferrados a mí en la calle«, describe la situación la señora. Sin embargo, Myriam detalla que «no tengo nada en contra de nadie».

¿Qué sentiste en ese momento?, cuestiono. “Que Dios es maravilloso, es grande para ponerme enfrente algo así porque sabe que confió en él”, expresa con el cielo como único techo. La mujer se sostiene en la religión para sobrellevar este presente: «Dios me da mucha calma y serenidad».

Luego, cuando le pregunto qué planea hacer de aquí en más, me contesta: “One day at a time”, en un perfecto inglés.