Ni el sol inclemente ni las ampollas ni los desmayos los detienen: cientos de miles de paraguayos peregrinan a Caacupé, una localidad a 50 kilómetros de Asunción donde se encuentra la basílica que alberga a su patrona, la Virgen de los Milagros.

Es la secular celebración del 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción en el calendario católico.

Por doquier hay rostros sufridos de hombres y mujeres arrastrando las extremidades por lesiones de rodillas, tobillos o caderas, secuelas de la larga caminata.

Fidelino Mereles, un chofer de un camión frutero de 45 años, yace postrado en un campamento de salesianos a la vera de la ruta, a 10 km de la basílica. Sus pies están cubiertos de ampollas.

«Vine a pie de Caaguazú», a unos 130 km al este, cuenta a la AFP.

Como él, la muchedumbre rinde tributo a la «Virgencita azul de Caacupé», una imagen en madera de poco más de 50 centímetros tallada en 1700 por el indio José, un aborigen escultor criado por padres franciscanos.

La historia cuenta que José, viéndose cercado por hombres de una tribu enemiga, consiguió esconderse detrás de un árbol donde se encomendó a la Virgen y prometió esculpirla de ese tronco si salvaba su vida.

Así comenzó la devoción en una pequeña capilla convertida hoy en la gigantesca basílica de Caacupé, una localidad de 50.000 habitantes enclavada en un pintoresco valle donde ya oficiaron misas los papas Juan Pablo II (1988) y Francisco (2015).

«Caacupé es un fenómeno que mueve a muchísima gente, por lo menos dos millones», estima el padre Federico Mernes, de la Congregación Opus Dei.

El sufrimiento físico de los peregrinos que acuden a pie, en bicicletas, motos y carretas tiradas por bueyes es inexplicable para los no creyentes. También llegan decenas de caravanas de vehículos.

Destrozado por ampollas

«Vengo a agradecerle a la Virgen porque terminé la facultad», dice Evelyn Silvero, de 22 años, recostada en una esterilla mientras voluntarias le sacuden sus piernas acalambradas. Caminó 100 kilómetros desde la ciudad de Coronel Oviedo.

Cerca se encuentra Amada Villasanti, de 65 años, que intenta reponerse de 60 kilómetros de peregrinación sentada en una de las tantas carpas de sanidad instaladas para la ocasión.

«Hace seis años que vengo. Le prometí a la Virgen, si salvaba a mi nieta. Los médicos le dijeron a mi hija que era poco probable que naciera. Hoy es la alegría de la casa», relata.

Eligio Franco, un técnico en refrigeración, se abraza con sus compañeros de viaje, unos 50 que han venido en bicicleta desde Salto del Guairá, 500 km al noreste.

La aventura duró tres días. «Estamos muy emocionados porque todo salió bien», explica. «Es impresionante la cantidad de gente que salió a darnos fuerza en pueblos y ciudades».

Para Aurelio Estigarribia, líder de una caravana de 20 carretas, se trata de una tradición familiar: «Venía con mi papá desde que tenía 10 años. De eso hace 45 años».

Madre y patria

El obispo de la basílica, Ricardo Valenzuela, remarcó este viernes en su homilía, a la que asistieron el presidente Horacio Cartes y todos sus ministros, que la Virgen es el símbolo de identidad de la patria.

Se remontó a las guerras contra la «Triple Alianza» (Argentina, Brasil y Uruguay en 1864-1870) y la del Chaco contra Bolivia (1932-1935), en las que la devoción a Caacupé fue motor de unidad de los combatientes, dijo.

Y exhortó a los ciudadanos «a no votar por los corruptos en las elecciones» presidenciales y legislativas del próximo año.

Para el antropólogo Jorge Rubiani, «la gente se confía en esas soluciones mágicas porque no encuentra solución a sus problemas».

«Si el gobierno solucionara un décimo de sus problemas, la devoción a la Virgen decaería considerablemente», dice a AFP.

En contraposición, el sacerdote italiano Aldo Trento, responsable del hospital de enfermos terminales de la Parroquia San Rafael, explica la gran devoción en que «el hombre siempre busca a la madre y los católicos vemos representada a nuestra madre en la madre de Cristo. Es la intercesora de Dios».