Por Alejandro Maidana

Allá por 1982 el conflicto bélico suscitado en las Islas Malvinas, lo tuvo como soldado del Batallón de Ingenieros Nº 9 con sede en Sarmiento (Chubut). Estuvo en un pozo de zorro en la Bahía Fox, en la isla Gran Malvina. Volvió el 14 de junio de 1982, para comenzar a dar otra batalla, la de género.

En ese entonces su nombre era Osvaldo, alguien que padecía el síndrome Klinefelter, conocido como XXY. Una anomalía cromosómica, ya que los hombres tienen XY y las mujeres XX.

Conclusión pudo dialogar con Tahiana en profundidad, accediendo hasta el último rinconcito de una historia maravillosa de lucha y superación. Consultada sobre el tiempo que pasó dentro de un cuerpo que no le pertenecía dijo: “Si bien mi lucha es como una mujer transgénero, mi condición es de intersexual, gracias a poseer un cromosoma X más. Es decir, que mi cuerpo cromosómicamente hablando, es de una mujer en un 78%”.

“Más allá de haber vivido como varón, sin serlo, hace poco tiempo me decidí a dejar de sufrir y soltar una vida que no me pertenecía. La sociedad te condena, te hace aun más difícil el camino a recorrer y la toma de decisiones, la genitalización de la sexualidad es un calvario”, agregaba Tahiana.

A los 20 años tomó una mala decisión, comenzó un tratamiento con testosterona para apagar a esa mujer que llevaba dentro, pero no hizo otra cosa más que alimentarla. Sobre esta decisión fue tajante; “decidí consultar a una genetista para saber en qué condiciones me encontraba y el tratamiento que debía seguir, ya que no era un pibe más, no sentía nada de lo que ellos sentían. El estudio arroja que no producía espermatozoides, y que mi cuerpo no producía testosterona, entonces me recomendaron un tratamiento para lograr esta última”.

Este era un nuevo camino, quizás más firme, pero en el fondo Tahiana sabía que era un destino obligado por una sociedad machista. “Me sentía más hombre, con más firmeza a la hora de tomar algunas decisiones. Pero lo único que puede rescatar de esa etapa y que sinceramente me ayudó mucho, fue el haber podido estudiar como hombre, y hasta el día de hoy gozar de un buen trabajo. No es algo menor, ya que esta sociedad aniquila al colectivo Trans obligando a las compañeras a prostituirse como una única salida laboral”, indicaba.

Pero el tratamiento mencionado con anterioridad, comenzaría hacer mella de una manera indeseable en el cuerpo y la mente de Tahiana. “Hace por lo menos tres años atrás comencé a evidenciar trastornos tantos físicos como psicológicos. Y fue allí donde decido hacerme un estudio de cariotipo, el mismo arroja este cromosoma X extra, ahí pude darme cuenta que todo lo que estaba haciendo estaba muy lejos de mi verdadera naturaleza. Solo 1 de cada 600 hombres padece este síndrome, que lejos está de ser una enfermedad, si bien muchos así lo consideran lamentablemente”, comentaba una mujer que tuvo el valor necesario para enfrentar a los fantasmas del prejuicio.

Nacida en Corral de Bustos, Córdoba, actualmente reside en la localidad santafesina de Chañar Ladeado. La actitud conservadora de estos lugares, sumado a sus prejuicios, suele ser una mochila pesada para cargar en soledad.

“Tiene sus pro y sus contras vivir en un lugar de pocos pobladores, todo depende de cómo vos puedas encarar la situación. Por suerte el haber dejado todo ese veneno que me venía inyectando para forzarme a ser lo que no soy, me transformó no sólo en una mujer plena, sino también en una persona equilibrada”, enfatizaba.

Sobre la lucha de uno de los colectivos más vulnerados en su derecho como lo es el Trans, Tahiana también brindó una posición clara: “Estoy muy contenta de poder ser una de las voces de un colectivo que lucha no sólo por la inclusión laboral, sino también por ser aceptado como tal. Recibo invitaciones de todas partes del país para dar charlas, para acompañar a todas aquellas que sufren notablemente el estado patriarcal que las somete de manera sistemática”.

Aferrada a la necesidad de explayarse sobre el recorrido espinoso que transitó en búsqueda de su verdadera identidad, Tahiana Marrone prefiere guardarse para el tramo final de la entrevista, su experiencia en la guerra de Malvinas.

“Llegamos un 2 de abril al mediodía a las Islas, no sabíamos a dónde íbamos, pensábamos que solo se trataba de movimientos tácticos y estratégicos. Pero resulta ser que estuvimos hasta el final del conflicto, mi compañía permaneció 76 días en tierra malvinense, fuimos los últimos en rendirnos. Si bien lejos estuvo de ser una experiencia agradable, dejó en mi muchos más valores de los que llevé, y un respeto sublime por la vida. Malvinas sigue siendo una enorme herida abierta”, decía conmovida.

“Mi biogenética sumada a Malvinas, me hicieron una persona muy fuerte y mucho más sensible. Pude entender que mi paso terrenal está ligado a esto, a difundir, a terminar con los prejuicios, a apoyar a personas vulnerables, en fin, a ser lo más digna posible”, concluyó.