Por Ignacio Fidanza para La Política Online

La bomba de profundidad que implicó la derrota del gradualismo, empieza a exponer trazos de su efecto más pernicioso: El gobierno de Macri no sólo se quedó sin relato, sino que también ofrece indicios preocupantes de un pérdida de rumbo.

En las semanas posteriores a la corrida, combinó el anuncio de un regreso al FMI de la mano de un ajuste fiscal tradicional, con la reedición apenas disimulada de políticas kirchneristas de intervención en los mercados.

El ministro de Industria (ahora se llama Producción), Francisco Cabrera, forzó a los supermercados a ampliar los productos del programa de Precios Cuidados; reglamentó en tiempo récord una Ley de Defensa de la Competencia que se supone otorgará dientes al Estado para combatir los aumentos de precios «excesivos»; y exigió a las principales empresas de alimentos y otros bienes críticos, que abran sus costos para analizar los márgenes de rentabilidad.

Un tardío homenaje a Guillermo Moreno, de la mano de un gobierno que le dijo al mundo que Argentina ahora sí se iba a ajustar a las reglas del mercado, para atraer inversiones.

Pero el absurdo no se detuvo allí. El ministro de Energía, Juan José Aranguren, un cruzado que incineró decenas de puntos de imagen positiva del presidente en el altar de las tarifas a niveles de mercado, se desconoció a sí mismo y ofreció otro remix kirchnerista: congelamiento del precio de los combustibles y barril criollo para salir del laberinto que generó el congelamiento.

Fugar hacia adelante sumando medidas intervencionistas que tratan de solucionar los problemas que generan anteriores medidas intervencionistas, es un clásico de las políticas de corte populista que Macri prometió erradicar.

Pero como la Argentina no tiene desperdicio, Aranguren propuso el regreso del barril criollo -esto es un precio del crudo fijado por el Estado de manera autónoma a lo que ocurre en los mercados-, el mismo día que Macri vetaba indignado la ley que limita los aumentos de tarifas, por considerar que mantenía la práctica insoportable de subsidiar.

Si en el futuro, el precio internacional del petróleo cayera por debajo de los 70 dólares que propuso su ministro de Energía, Macri deberá subsidiar no ya a usuarios de luz y gas, sino a poderosos petroleros. Una dinámica de negocios garantizados a expensas del Estado, similar a la que ofrece el nuevo carry trade que se montó sobre tasas del 40%, dólar, Lebacs y dólar futuro, ahora de nuevo manipulado por el Banco Central, como en las épocas de Alejandro Vanoli.

¿Qué paso para que el macrismo apelara a políticas que condenaba? El giro ortodoxo que le marcó como única salida posible la corrida, fue interferido por las presiones de sus aliados -Carrió y los radicales-, dejando expuesta la naturaleza híbrida de la actual coalición. Una amalgama que combina rasgos del menemismo de los noventa, con una narrativa alfonsinista, entendida esta como una versión primigenia del gradualismo no peronista, que supo encarnar décadas después Cristina, en su versión hard.

El cruce de esas dos culturas políticas, que en la campaña alcanzaron su máximo nivel de eficiencia operativa, ahora están lastrando a la acción del Gobierno. Lo que se trasmite no es amplitud de recursos, sino falta de rumbo y contradicción.

Macri se enfrenta así a un riesgo grave: Quedarse sin clientela. Enojar a los sectores medios por el ajuste que se viene y a los sectores de mayor poder económico, por el avance de políticas neo kirchneristas. No se trata ya de debatir si está o no asegurada su reelección, si no de cual será el aporte que dejará su Gobierno.

Un gobierno que se idealizó como de salida virtuosa del populismo y dos años después empieza a morderse la cola.