Por Florencia Vizzi (texto y fotos)

Ciertas realidades se repiten de barrio en barrio y de calle en calle de una ciudad que, en plena era de las comunicaciones y las tecnologías, aún le niega los más básicos recursos a miles de sus habitantes que, aún así, se empeñan en sobrevivir entre la desidia y la indiferencia.

Este escenario es el que se despliega en el barrio Toba de la zona sudoeste de Rosario. Basura, zanjas tapadas que derraman agua podrida, calles intransitables por el barro y la basura, zonas a las que no llega el transporte público, ni la recolección de residuos, ni siquiera el agua potable. Así, proliferan enfermedades que se pensarían erradicadas desde hace mucho tiempo.

Agua que no has de beber…

“En una de las tantas reuniones que tuvimos con la multisectorial y los funcionarios, le ofrecí un vaso de agua a uno de los de Aguas Santafesinas… y no lo quiso tomar”, relata Yanina, vecina del barrio y madre de tres hijos. “Mi hermana hizo lo mismo con el director del Distrito Oeste, Ignacio Gómez. Y se negó a tomarla, y entonces: ¿por qué la tengo que tomar yo?”, exclama la joven.

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Hasta hace unos meses, la provisión de agua potable en el radio de Rouillón al 5300 estaba a cargo de Aguas Santafesinas SA (ASSA). Sin embargo, en pleno febrero, con el calor del agobiante verano, los camiones con las cubas dejaron de pasar.

“En principio nos dijeron que se había terminado el contrato con ASSA -explica Julieta, una de las trabajadoras del Centro de Provincial de Salud Libertad- y después de dos meses  instalaron algunas canillas en la calle Aborígenes Argentinos, que se supone tienen que abastecer a todo el barrio”.

Según el relato de los vecinos, el agua que emana de esas canillas no es ni incolora, ni inodora ni insípida. Todo lo contrario.

Rosa, quien tiene a su cargo el comedor comunitario La Morena, que le da de comer a 450 chicos de la zona, no duda en calificarla como “asquerosa”. “Tiene olor a podrido y sabor a cloro, no es transparente, es marrón… no se puede tomar, ni siquiera sirve para lavar la ropa… si enjuagas la ropa, se destiñe”.

Dolores de estómago, diarreas, vómitos, problemas gástricos, reacciones en la piel y sarpullidos son algunas de las patologías que describen quienes se ven expuestos a usar ese líquido vital día a día.

Según la explicación de Julieta, quien también integra la Multisectorial del Oeste (una mesa en la que decidieron organizarse vecinos y trabajadores de las instituciones que intervienen en el barrio,  para encausar los reclamos), el agua que llega a las precarias canillas instaladas en las calles, junto a las zanjas que rebalsan de agua podrida y las pilas de basura que no paran de crecer, proviene, “siempre y cuando haya, porque a veces no sale ni una gota”, de la planta potabilizadora de Rouillón y Maradona. “El proceso de potabilización que se realiza en la planta es el llamado ósmosis inversa, por el cual se mezcla agua de red con agua de pozo y luego se clorifica”.

El problema, detalla la joven, es que los pozos de los cuales se extrae el agua deberían tener una cierta profundidad para asegurar que no esté contaminada. Sin embargo, los dos pozos que se barrio_toba8_fvizzirealizaron detrás de la planta, no la tienen, por lo que el agua que extraen se mezcla con la de los pozos ciegos. Para solucionar eso, le agregan alta cantidad de cloro. El resultado es sencillamente «intomable”.

Esas condiciones comprometen, lógicamente, el funcionamiento de las escuelas del barrio, que brindan copa de leche y de los centros comunitarios.

En la escuela bilingüe N° 1.333 y en la Nº 1.381 se han visto obligados a suspender las clases en varias oportunidades, ya que la falta de agua hace imposible la limpieza de las instalaciones y el uso de los baños.

Según manifestaron cada una de las personas entrevistadas por Conclusión, todos habitantes del barrio, las reuniones con la mesa barrial, funcionarios de la Municipalidad y del distrito y trabajadores y vecinos se suceden, sin llegar a ningún tipo de solución a un problema urgente que día a día se agrava.

“En la última reunión nos chicanearon con eso de que ‘el agua no enferma’ -relata Rosa con enojo- el agua vienen con cloro, viene con olor y sabor a podrido, y se enojan y parece que se nos ríen en la cara. Nos dicen ‘el agua está bien’, pero se niegan a tomarla. El director del distrito nos dijo ‘el agua es un recurso, no un derecho’. Mientras tanto aquí estamos, el agua es tan asquerosa y tiene tan feo olor, que el otro día les preguntamos a los de ASSA si, por casualidad, no tendrán un muerto dentro del tanque”.

Salud, agua y condiciones de vida

«Uno creería que la tuberculosis es una enfermedad que ya está erradicada. Al menos, yo creía eso cuando llegué aquí –señala Julieta–, sin embargo en el centro de salud cada vez vemos más y más casos. Cada vez tenemos más gente con tuberculosis».

barrio_toba6_fvizziLa joven hace unos años que trabaja en el Centro de Salud Libertad, que depende de la provincia de Santa Fe.

Allí cuentan con un tanque de agua que llena la cuba de ASSA. Los días que la cuba no pasa, situación que se repite muy a menudo, el centro de salud no puede abrir, ya que el agua es imprescindible para el funcionamiento.

«Hay enfermedades que dependen principalmente de las condiciones de vida», explica. «Durante mayo se hizo, tomando como muestra el mes de abril, un estudio comparativo de los casos atendidos en el centro de salud Libertad con el centro de salud de la Maternidad Martin, que está en el centro y no tienen problemas con el agua, y el resultado fue una cifra aproximada del 11% más de las consultas atendidas que tienen que ver patologías relacionadas  con el consumo del agua. Por ejemplo parasitosis, problemas de la piel, herpes, lesiones,  problemas gástricos, diarreas, todas tienen que ver directamente con el consumo del agua, y esas mismas patologías en el otro centro de salud son de un 1%. Es una muestra sumamente significativa», remarca y agrega: «Nosotros no planteamos que ‘el agua enferma’, lo que enferma son las condiciones de vida, mala alimentación, desempleo, etc. Pero hay cuestiones concretas como las enfermedades gastroenterológicas que están directamente vinculadas al consumo del agua».

Julieta señala que «como trabajadores de la salud, debería ser muy importante el trabajo preventivo, de saneamiento, el estado debería obligarnos a eso, porque es la única forma de mejorar la salud de los ciudadanos. Sin embargo, esa labor no existe».

Caminando cuadras adentro, por la calle Aborígenes Argentinos, los vecinos relatan la vida cotidiana, y señalan cuales son esas condiciones de vida que los enferma.

Las zanjas tapadas, casi al límite de desbordar aguas servidas, calles de tierra que, con apenas un par de horas de lluvia se anegan, montañas de basura en cada esquina. «Nos cansamos de pedir barrio_toba11_fvizzicontenedores para la basura, fijate que no es mucho, sin embargo no conseguimos que nos manden. No se trata de que seamos sucios. Es cierto que hay gente descuidada, pero la verdad es que no hay dónde dejar los residuos. Y la recolección tampoco es diaria», explica Rosa. «Ni hablar si llueve, porque entonces los camiones recolectores no pueden entrar y pasan varias semanas sin venir», agrega.

Rosa es la cabeza del comedor comunitario. Allí preparan raciones dos veces por semana para los chicos de los alrededores. En su caso, el agua es fundamental: «Recibo donaciones de agua que trae el pastor de la iglesia, eso ayuda bastante. Pero no es suficiente».

Además de las 445 chicos que comen allí, hay otros 90 en lista de espera. La mujer explica que presentó varias veces el pedido a la Municipalidad para ampliar el número, pero «siempre me dicen que no hay plata», señala.

«Yo trato de darles de comer a todos, pero cuando empiezan a venir, ya voy calculando que no va a alcanzar. A veces les digo a los que no están anotados que esperen a ver si queda algo, pero la mayoría de las veces, no sobra nada».

Ese relato transforma la expresión de Rosa, y la llena de impotencia, de enojo, aprieta los labios, pasa un mate dulce que, aclara, preparó con » el agua buena» y continúa: «Pasa que el que nunca pasó necesidad, no entiende de que se trata. Pero los que los que lo vivimos en carne propia, sabemos lo que es el hambre y quedarse con la panza vacía. La Municipalidad me entrega un cheque de 5.000 pesos mensuales. Con eso, tengo que cocinar para todos. Casi nunca alcanza. también me dan 600 pesos para el gas. Aunque la garrafa sale 670, así que la diferencia, la pago yo, de mi bolsillo», revela con angustia.

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Según su relato, el comedor subsiste gracias a las donaciones de privados con buena voluntad. «Todos los políticos que han venido acá, miraron para un lado, miraron para otro, me prometieron de todo y no mandaron nada de nada. Me acuerdo que, cuando empecé el comedor tenía un mechero que se desarmaba, un cucharón y una olla… me prometieron cocina, heladera, y no se cuantas cosas más. Pero como siempre, cuando las elecciones terminan, todo queda en el olvido. No recibí nada. Después vinieron los de La Segunda y me trajeron lo que hay acá. Si no, el comedor no estaría funcionando».

Rosa conoce el barrio de arriba a abajo, va y viene por calles y pasillos. Busca la forma de estirar el dinero y de conseguir ropas y donaciones. «La realidad del barrio es tremenda, está olvidado y abandonado por todos. Ellos conocen nuestra realidad, pero miran para otro lado. Esa es la verdad».