Por Fabrizio Turturici

En las solitarias y frías noches de invierno o en las frecuentadas y ardientes lunas de verano, un vagabundo se pasea por las calles rosarinas. No importan las condiciones externas. Sergio Daniel Provenzano, de 55 años, se encuentra en situación de calle y debe “amigarse” consigo mismo “para sobrevivir” a los –transitorios- infiernos de la vida.

La auténtica crudeza del mundo supone una sensación inusitada, así como el verdadero rostro de la miseria, del que muchos hablan pero pocos conocen. Es que “se necesitan años para construir una vida confortable, envuelta en sueños; y tan sólo unos minutos para destruirla”, tal como una brisa puede derribar en cuestión de instantes un castillo de naipes que fue laboriosamente levantado.

“No tuve una infancia dura, al contrario: vengo de una familia bien constituida, de padres amorosos, sensibles y generosos. Fue fantástico, realmente lo disfruté mucho. Éramos de clase media y fuimos creciendo económicamente, porque a papá le iba bien”, relata Sergio, abriendo un sinfín de puertas que más tarde serán abordadas.

Aunque mendigo y sin techo en la actualidad, Sergio supo gozar de buena vida: terminó la escuela primaria y secundaria, siguió varias carreras universitarias (como Arquitectura, Derecho y Bellas Artes), tiene una arraigada cultura del trabajo y es –aunque no lo admita- un gran escritor, ocio al que se arroja apasionadamente, además de la pintura artística y la lectura. Por ejemplo, ahora está leyendo “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”, de Stevenson.

Sergio tuvo muchos trabajos en su vida. “En mi juventud, laburé para distintos comercios, bancos y bares. Más tarde, fui parte de un estudio jurídico y también fui taxista. Luego, por veinte años y hasta hace poco, tuve un negocio de éxito, ya que manejé una estación de servicio que tuve que vender, hasta el cuello con las deudas”.

¿Cómo fue que quedó en situación de calle?, fue la consulta de Conclusión. Y Sergio responde: “Me quedé sin dinero, me lo gasté todo. Es una lástima, porque tenía mucha plata y vivía muy bien. Hace tres años que estoy en la calle por quedarme sin nada. Vendí la estación de servicio en buen dinero, pero por diferencias familiares y otros problemas, donde no nos pusimos de acuerdo con las cuentas, me desfinancié”, narró con los ojos enjugados.

—Hace tres años que está en la calle. ¿Cómo hace para ganarse el pan de cada día?

—Vendo dólares en la peatonal, trabajo para una persona y he trabajado, en los últimos tiempos, como taxista. Pero no me fue bien. Lamentablemente, me pusieron el cuchillo en el cuello y me tuve que bajar. No fue una situación muy agradable. Cuando puedo, cuido coches. Siempre me la rebusco para ganarme la comida. Tengo una cultura muy marcada del trabajo.

—¿Cómo es un día entero para usted?

—Habitualmente, en la calle te despertás temprano, por uno u otro motivo. Si dormís en una galería, o un negocio, te despiertan temprano. Si dormís en la calle, los ruidos de la mañana –cuando la gente empieza a moverse- te levantan. Si es que no lo hace la GUM, que te obliga a despertarte e incluso te puede llegar a sacar tus pertenencias, como los colchones. Eso sucede. Se puede conciliar el sueño, pero dormís de otra manera, no como lo hacés vos en tu casa.

—Con un ojo abierto y otro cerrado, ¿siempre alerta?

—Sí, siempre alerta. Te dormís un ratito, te despertás, volver a dormirte… No con miedo, pero hay que estar atento. La calle no es fácil: acá hay de todo y estás siempre expuesto.

—¿Te tocó protagonizar alguna anécdota nocturna en este sentido?

—Sí, la verdad que sí. Fijate mi dentadura: todas las piezas que me faltan, me las sacaron a los palos. Fue cuando recién entraba en la calle. Es que no conocía los códigos propios de calle. Yo soy un hombre grande y no pego, pero a mí me han golpeado en reiteradas oportunidades. Los jóvenes se hacen un festín conmigo, que estoy viejo.

—¿Y cuáles son los códigos de la calle?

—No es que exista una ley, pero uno en la calle se tiene que mover de otra manera, no como lo hacen los ciudadanos comunes.

—¿Cómo se explica la soledad de las noches, el hecho de estar tirado pese al sol, al frío o a las lluvias?

—Es un encuentro especial con uno mismo. Te hallas totalmente expuesto y desamparado, infinitamente solo y, lo único que te queda, es amigarte con vos mismo. Si no, estás listo. Además, hay que estar atento por lo que pueda pasar.

—¿Se pierde el sentido del tiempo en esas oscuridades infinitas?

—A mí no me pasa, pero a algunos amigos sí. Yo siempre tengo todos mis sentidos despiertos.

—¿Cuánto vale para usted la vida?

—La vida no tiene precio, no se la puede valorizar en una cantidad.

—¿Le parece feliz o cruel?

—Depende. A veces, la mano viene cruel; pero otras veces viene fantásticamente feliz. La vida hay que saber valorarla, con lo bueno y lo malo.

—Aun en esta situación, ¿se puede encontrar la felicidad?

—Totalmente. Yo soy feliz todo el tiempo, es algo que me propuse y puedo cumplirlo. Siempre soy entusiasta, energético y positivo. A las cosas hay que buscarles el costado rescatable y siempre darle para adelante. Con poco se puede ser feliz, no hace faltan grandes cosas. No todo pasa por lo material, porque al final del camino, tiene una importancia apenas relativa. La felicidad está en los detalles.

—¿Nunca se valió de drogas para seguir?

—No, eso está pésimamente mal. Hay que darle para adelante siempre, pero sin cocaína ni marihuana. Lo único que me permito de vez en cuando, es un whisky o un cigarrillo de tabaco.

—En un momento de su vida, tuvo mucho; ahora no tiene nada. ¿Qué significa para usted el dinero?

—A la plata le doy el valor que se merece. Entiendo que es algo sumamente necesario para vivir bien, para tener lo que uno desee. Pero no hay que marearse ni volverse loco con las cosas materiales. Yo tuve de todo y, si en este momento pudiera salir de la calle, lo único que quisiera es algo muy simple: cuatro paredes, un techo, una cama y una mesa. Los lujos son innecesarios.

—¿Es mala la ambición?

—No siempre. Depende para qué: la ambición económica se te puede volver algo negativo. En cambio, la ambición de la felicidad es buena. Si uno ambiciona recibirse en la facultad y ser un buen profesional, eso ayuda a cumplir el sueño. Pero la ambición por la ambición, es una estupidez.

—¿Qué valor le da a la comida?

—La comida no es lo que más me preocupa. Por suerte, siempre hay gente generosa y la comida se consigue. Grupos solidarios como Cáritas o Medalla Milagrosa, o chicos que nos despiertan con un cafecito y facturas, o los veteranos de Malvinas que también siempre nos tienden una mano.

—¿Qué visión tiene sobre la sociedad en que vivimos?

—Hay cosas que no están bien. Existen valores totalmente distorsionados. Por ejemplo, la corrupción, el olvido de toda esta cosa marginal, la pobreza, la desigualdad, la mala distribución de la riqueza, una economía que no arranca nunca… En fin, marchas y contramarchas que nos preocupan. El costo de la vida está cada vez peor. Horrible.

—¿Y lo que más le gusta de esta sociedad?

—No sé. Me gustaría que nos vaya bien a todos, que los políticos se porten bien, aunque es cosa rara, pero bueno. Disfruto en las cosas mínimas como la música, la reflexión y el debate…

—¿Qué piensa de la política?

—Bien llevada es una cosa fantástica, pero en general nos están decepcionando los muchachos. Ojalá, a través de los años esto vaya cambiando.

—¿Cuánto peso tiene en su vida la religión?

—Creo en Dios y me ayuda. El hecho de tener fe es fundamental: siempre digo que Cristo está en mi corazón y eso representa una compañía invalorable. Es un excelente amigo que no te va a defraudar.

—¿Cree en el amor?

—El amor es un estado maravilloso y que implica un trabajo importante y complicado. No es que te enamorás y ya está: hay que remarla todo el tiempo en pos de ese amor.

—¿Podemos decir que el amor es una de las cosas que lo mantiene vivo?

—Efectivamente. El amor por la vida, por los seres queridos e, incluso, por uno mismo. Es un motor esencial que debe funcionar todo el tiempo.

—¿Qué aconsejaría a la gente desde su experiencia personal?

—A la gente, le diría que sea feliz y no se amargue por cosas insignificantes. Esfuércense por ser felices y disfruten.

—¿Qué deseos tiene?

—Además de tener un techo y salir de la situación de calle, deseo que mi hija esté bien y que todo los que yo quiero estén bien. En realidad, mi sueño principal sería que todo el mundo esté bien.

—Por último, si pudiera cambiar una sola cosa del mundo, ¿qué sería?

—Que no haya más maldad.

 

A continuación, se adjunta una reflexión que Sergio escribió, en el dorso de un mantel descartable, sobre la vida en la calle:

Escrito-Sergio