Por Alejandro Maidana

Se fue apagando en silencio, pero con la dignidad encendida, como suelen abandonar este plano atravesado por el dolor y las injusticias, quienes jamás han claudicado en su justo reclamo. Su cuerpo fue el fiel testigo de una resistencia estoica cimentada en la defensa de la salud y los derechos vulnerados. Anita fue una flor, de esas que mantienen su color, pese a lo gris de un contexto abominable.

Cuando busquemos un faro para poder redirigir el camino de nuestras humanas y necesarias reivindicaciones, allí estará Ana Zabaloy, para iluminarnos y cobijarnos con su luz emancipadora. Pizarrones rebeldes que siguen gritando su rebeldía a través de tizas transformadas en verdaderos estandartes, quijotes de un nuevo paradigma, soñadores inquebrantables.

 Somos testigos obligados del costo humano del actual sistema productivo. Vimos a nuestros alumnos sufrir los efectos de las fumigaciones en la salud, como si la Constitución Nacional, los derechos del niño y la mismísima ley de educación nacional no fueran aplicables a los niños de las zonas rurales ni a sus familias, todos rociados con venenos por aire y tierra. Sin la posibilidad de reclamar porque esto significaría pagar el precio de quedar sin casa y sin trabajo en el mismo instante de abrir la boca

En la escuela N° 11 de San Antonio de Areco ya no vuelan las mariposas, los dibujos de las y los niños ya no muestran la biodiversidad de un campo que hace décadas ya no es el mismo. Esas manitos diminutas ya no dibujan animales e insectos característicos de la zona, ya que los mosquitos y las arañas, han mutado para transformarse en verdaderas maquinarias de la muerte.

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Anita supo padecer de parestesia facial e insuficiencia respiratoria al recibir, igual que sus alumnos, pulverizaciones con agroquímicos, más precisamente de 2,4D. Su exposición a los venenos del agro debilitaron su salud pero no su espíritu, quién hasta los últimos días no se dejó doblegar por el maldito cáncer.

He visto llegar alumnos de Paraguay gorditos rozagantes y después de cuatro años ver cómo se les iba deteriorando la salud. Siempre digo que las docentes rurales somos testigos directo del costo humano de este sistema basado en transgénicos y venenos

Sus testimonios eran tan claros y sensibles como su existencia, esa que ha dejado una profunda huella en todas y todos aquellos que empujados por su valentía, hoy siguen resistiendo los embates del furibundo lobby agrario a lo largo y ancho del país. Pero claro, Anita fue tan grande, que poco tiempo antes de hacerse inmortal, fundó la Red Federal de Docentes por la Vida. Siempre tuvo la certeza que en soledad las cosas se hacen mucho más difíciles, por ello no dudo en sostener que “es necesario unirnos, porque cuando estás sola no sabes para donde salir, a quién pedirle ayuda. Creo que el trabajo de las redes en comunidad es super interesante. Aspiramos a que la Red se fortalezca y haga fuerza”.

Pero después de tanto amasar ternura y empatía, el 9 de junio de 2019, hace precisamente un año atrás, Anita cambiaría de plano cargando dentro esas maletas imaginarias, un sinfín de cálidos abrazos que se prometieron en silencio, transformar esta impiadosa realidad para que la tierra pueda respirar, la semilla rebrotar, y Anita a sonreír en ese inmenso universo tan particular.

Las custodias de la memoria

Las comunidades educativas rurales son centros de socialización fundamentales en el campo, del único campo que nos alimenta, el de la agricultura familiar. Sin ellas somos un país que se dirige a llenar los hospitales y no los platos argentinos. En el espinoso camino de la educación rural, el modelo agroindustrial ha construido un vallado que interpela en profundidad el accionar de aquellos que han decidido no bajar la mirada.

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En ese espinoso camino, las voces de las y los docentes fumigados, emerge entre aquellas que prefirieron amigarse con el silencio, para no cargar con la responsabilidad de enfrentar a un monstruo que todo lo devora. Es por ello que Conclusión consideró pertinente extraer las palabras de tres mujeres que ejerciendo el dignificante oficio de educar y luchar, hoy recuerdan a Ana Zabaloy de la forma que ella hubiese deseado, batallando por un mundo nuevo.

Mariela Leiva es Secretaria General de AGMER (Asociación Gremial del Magisterio de Basabilbaso), y referente provincial de la Campaña Paren de Fumigar Escuelas de Entre Ríos, la tarde del 4 de diciembre de 2014, la escuela rural “República Argentina” de Colonia Santa Anita, a 50 metros de un campo de maíz y arroz, en la provincia de Entre Ríos, sería brutalmente fumigada por un avioneta pulverizadora. Desde ese día, su vida daría un vuelco notable que la ubicaría como uno de los símbolos de la resistencia de un modelo envenenador.

Consultada por Conclusión sobre las sensaciones que la atraviesan al cumplirse un año de la desaparición física de Ana Zabaloy, indicó que “junto a ella compartimos varias jornadas de trabajo, varias charlas, mates y café y rutas de por medio. Realmente su apoyo en esta lucha por la vida que compartimos las dos casi al mismo tiempo, ella fue un sostén importante a la hora de llevar adelante el juicio que inicié por la fumigación de la escuela 44”.

Una sentencia histórica que condenó a los responsables de las aspersiones con agrotóxicos. “Anita estuvo el día de la sentencia al igual que Estela Lemes, si bien son muy pocas las batallas ganadas, el mensaje que al menos yo en lo particular rescato, es la construcción de toda esta lucha. Esa construcción codo a codo que fuimos haciendo junto a diferentes actores, para citar algunos el doctor Damián Marino, el abogado Fernando Cabaleiro que ayudó tanto en la conformación de la Red de Docentes Federales por la Vida. No me quiero olvidar de nadie, imposible dejar de lado a Damián Verseñassi, Marcos Filardi, Miryam Gorban, Fernanda Sandes, entre tantas y tantos otros”.

Un equipo sólido para enfrentar un poder con distintas ramificaciones, “pudimos agruparnos para luchar contra un monstruo que todo lo puede, un modelo de producción que nos está matando y que está más que claro que no se pueden producir alimentos en base a venenos. Esto lo tenemos más que claro, la querida Ana dejó su vida en la lucha, y este día nos invita a recordarla como lo que fue, una gran luchadora”.

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Daniela Dubois contó con la maravillosa posibilidad de conocer en profundidad a Ana Zabaloy, con quién repensó una y otra vez el camino de un vida sin venenos y la necesidad de tejer esa red que pueda atrapar los sueños más escurridizos. “Se cumple el primer año de la partida de Anita, y en estos momentos de cuarentena, donde estamos extrañándonos y necesitando de esos abrazos hoy imposibilitados, decidimos realizar un video que reúne distintas voces de aquellos que integramos la Red que ella creó. Distintas personas que la conocieron por su rol de luchadora, por el arraigo rural y por la insistencia de contar con otro campo, han participado de este homenaje”.

“Aquellos que acompañaron con su testimonio, la referencian como un emblema, una pionera que no dudó en socializar su sabiduría. Ella sostenía que como primera medida ante todo debíamos cuidarnos, que era válido saber cuándo había que replegarse para cargar fuerzas. La Red Federal de Docentes por la Vida sigue creciendo, acompañando a las y los docentes que denuncian fumigaciones realizando los reclamos pertinentes al Estado y solicitando el acompañamiento a los gremios”, enfatizó Dubois.

Un imprescindible recorrido que inició Ana Zabaloy, y que hoy se extiende a lo largo y ancho de una Argentina fumigada. “Distintas compañeras y compañeros se vienen sumando desde distintas provincias, los mismos son atravesados por diferentes coyunturas, lo cual nos obliga a debatir y movilizar diversas estrategias. También es preciso destacar que en los alrededores de las escuelas periurbanas ha crecido la pobreza, lo que hace que el rol de las instituciones se convierta en un actor fundamental. Como centro de socialización, como lugar de contención e intercambio, la escuela rural sigue siendo ese lugar donde la familia encuentra sosiego”.

Por último quién también recordó a una entrañable compañera, fue Estela Lemes, docente la localidad entrerriana de Gualeguaychú, quién lleva el nefasto estigma de los agrotóxicos en su cuerpo. Estela estuvo internada en diversas oportunidades debido al impacto en su salud que originaron los venenos del agro, quienes ganaron terreno ocupando espacio en su torrente sanguíneo.

La docente quién reside en una de las provincias más fumigadas, recordó a Zabaloy como “la gran luchadora que fue. Nos conocimos en esto, en la lucha por la salud de nuestros gurises, de nuestros alumnos, para que ellos tengan la posibilidad de vivir en un ambiente sano, que es lo que corresponde. Lamentablemente ella dejó su vida en esta batalla, debemos recordarla y en honor a ella, seguir luchando para que nunca más haya un niño fumigado”.