Por Florencia Vizzi

Había una vez una banda, una Big Band, como suele llamarse a esas formaciones características de los años 30, 40 y 50; de esas que ponen ensayo_orquesta_big_band_empleados_de_comercio_800x600_4_fvizzilos pies en movimiento involuntariamente, con tan sólo escucharla al pasar. La particularidad de la misma es que, a pesar de los extraordinarios atributos de los músicos que la componen y del swing que despliegan cada vez que suenan juntos, la orquesta quedó a la deriva y sin hogar.

No se trata de una historia de ficción, sino del derrotero de la que fue, en su momento, la Big Band de la Universidad Nacional de Rosario, una orquesta autogestionada, nacida de la voluntad y la pasión de un grupo de alumnos de la Escuela de Música de la UNR.

Ellos la imaginaron, la pensaron, la fundaron y la pusieron a andar, todo a pulmón, sin mayores intereses que hacer música de la buena. Ofrecieron la orquesta armada y la pusieron a disposición de la Universidad. Sin embargo, después de dos años de pelearla, la institución le cerró las puertas y los dejó sin hogar.

Así lo relatan, luego de un ensayo a puro swing y jazz en la nueva casa que decidió adoptarlos, la Asociación Empleados de Comercio de Rosario, Marcos Huertas, guitarrista de la banda, y Sebastián López, quien ejerce de director de la orquesta.

«La orquesta se fundó hace poco más de dos años- relata Sebastián- aunque hoy es mi primer día como director», aclara, con una sonrisa.

Marcos, por su parte, explica que la orquesta fue iniciativa de un grupo de alumnos de la Escuela de Música, que funciona en la Siberia.

Sin vueltas, refiere que, en general desde la institución, nunca se la hicieron fácil. «Es extraño verdaderamente. En realidad no es que un ensayo_orquesta_big_band_empleados_de_comercio_800x600_2_fvizziseñor vino y nos dijo: ‘los echamos’, pero nos hicieron las cosas tan difíciles que, finalmente, cuando dejaron de prestarnos el aula para ensayar, nos tuvimos que ir. Hay que decir que se cerraron varios espacios extracurriculares, y ahí entramos nosotros».

La Big Band, conformada por alumnos y ex alumnos de la facultad, coordinados por Facundo Canosa, un pianista que ahora se radicó en Buenos Aires, funcionó durante dos años como la orquesta oficial de la Universidad de Rosario.

Huertas cuenta que «en principio nosotros no habíamos cumplido algunos requisitos burocráticos, eso es cierto, pero hacía dos años que funcionábamos como la Big Band de la Universidad Nacional de Rosario, nos presentábamos así, y de hecho tocábamos en los actos y eventos de la UNR».

En ese sentido, Huertas remarca que, paradójicamente, cada día les hacían más y más complicado desde la institución, la gestión de la banda. «Ni siquiera nos prestaban el salón con piano. De hecho, nosotros lo único que pedíamos a la universidad es un aula para ensayar, simplemente eso. Nunca solicitamos dinero, nunca lo recibimos, ni ningún tipo de colaboración, ni ningún pago por las actuaciones realizadas para la Universidad, ni ningún tipo de Beca, ni nada de nada. Y nosotros tampoco los pedíamos. Lo único que queríamos era el lugar para ensayar. Pero finalmente, decidieron quitarnos ese pequeño lugar, y no nos prestaron más el espacio».

El director explica que otros de los espacios que se cerraron fue un curso de Armonía y un curso de Jazz «lo cual es muy extraño», dice, «porque cualquier universidad tiene cursos de formación, sobre todo en una facultad que no tiene música popular. Entonces uno no se explica que cierren esos cursos. Para los estudiantes no ha quedado nada, si quieren hacer algún tipo de formación extracurricular deben recurrir a la Escuela Municipal de Música».

Sebastián López agrega que «en general las universidades tienen poca tolerancia a los músicos… es decir, la formación está más orientada a la de musicólogo y no a la de músico. Entonces queda faltando algo en la formación, por eso es muy común que los alumnos tengamos que viajar para hacer cursos en distintos lugares para poder aprender y especializarnos. Pero en general se tiende a la formación más teórica, el perfil de las universidades es más para teóricos musicales que para músicos, y creo que eso también influye en este tipo de decisiones».

ensayo_orquesta_big_band_empleados_de_comercio1_1200x600_fvizziHuertas por su parte habla de falta de interés. «Yo creo que no tienen ganas de trabajar o de comprometerse, porque si vos sos docente y tenés a cargo una facultad, y tenés un grupo de 17 alumnos que solos, sin pedir ningún tipo de ayuda, gestionan una orquesta, de buen nivel, para que tenga el nombre de la facultad, alumnos a los cuales ni siquiera les tenés que pagar, y lo único que te piden es que les prestés un aula para los ensayos, y vos le decís que no, es porque no tenés ganas de laburar», dispara el guitarrista.

«Y tal vez  -quien habla ahora es nuevamente el director-  lo que pasa es que es mucho más cómodo para cualquier directivo de la universidad que el alumno esté sentado leyendo una partitura, sin hacer ruido, o un libro y que no moleste gestionando cosas y moviéndose, porque eso exige que los otros también se muevan y trabajen y se responsabilicen. Lo más cómodo para ellos es eso… si no, no hay explicación. Una iniciativa musical de estas características, que engloba una gran cantidad de músicos, que es además una iniciativa colectiva para generar arte debería ser muy apreciado en cualquier lugar del mundo, y de hecho lo es, no hay que pensar mucho para enumerar las prestigiosas orquestas de prestigiosas escuelas o universidades alrededor del mundo, incluso, aquí mismo, en otros lugares del país», reflexiona López.

Y seguramente eso es lo que piensa la dirección de la Asociación Empleados de Comercio de Rosario, que abrió las puertas de la institución y de su teatro, a la orquesta sin hogar.

«En definitiva», dice Huertas con una sonrisa, «esto ha sido algo bueno, porque la verdad es que ensayar aquí es un lujo verdaderamente. Así que nos hemos convertido en la Big Band de la Asociación de Empleados de Comercio de Rosario».

La orquesta está conformada por 3 secciones de vientos, 5 saxo, 4 trombones y 4 trompetas, a los que se suman piano, guitarra, bajo y batería. Son 17 músicos en escenas, además del director recientemente incorporado.

En cuanto al rol que ocupa quien dirige una Big Band, Sebastián López, un músico de larga trayectoria jazzística, precisa que hace un trabajo que es diferente al que se acostumbra en las orquestas clásicas, en la que el papel del director es fundamental.

«Mi trabajo se ve más que nada en el tema del ensamblaje, en los ensayos, en el trabajo fino del armado musical. En la performance no se ve tanto. En estas orquestas el rol es el ensamblaje de las canciones y las secciones».

Los músicos se enredan en algunas explicaciones técnicas sobre la formación musical y los orígenes de las Big Band, y la charla continúa mientras los instrumentos vuelven a sus estuches y los integrantes de la banda van abandonando el auditorio que, a partir de ahora, será su nueva casa.

«Una orquesta de este tipo, si está bien armada, si se trabaja responsablemente, es un elemento de prestigio. Cuando llegamos aquí, y ofrecimos nuestro trabajo, nos recibieron con los brazos abiertos… y la verdad es que este lugar es una maravilla», exclama Huertas.

Ambos intérpretes sonríen, satisfechos, mientras miran con deleite el escenario amplio sobre el que están ensayando, el piano cálido y afinado, y hablan con precisión quirúrgica de la acústica de la sala y como la misma repercute en cada uno de los instrumentos. Y así, una historia cuyo final se perfilaba amargo, tuvo otro destino, un final que promete horas y horas de futuros ensayos, y actuaciones y nuevos horizontes, y sobre todo, mucha música, de la buena, de esa que pone los pies en movimiento con tan sólo escucharla al pasar.

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