Por Facundo Díaz D’Alessandro – 70/30

Con todo lo arbitrario y redundante de los adjetivos que se le aditan a un oficio para realzarlo, sin temor al error se afirmará que Antonio Berni es, por excelencia, uno de los dos o tres artistas seculares de la modernidad argentina.

“Juanito con pescado”, 1961, xilocollage. Gentileza: Fundación Antonio Berni.

Sin tampoco hacer gala de la superioridad de lo vernáculo, fue concebido en la Rosario de principios del siglo XX, entre los avasalles pujantes del vapor del mundo nuevo y la melancolía portuaria (con sus naturales reversos). Nació en la ciudad santafesina en mayo de 1905; hijo del inmigrante Napoleón y la lugareña Margarita, el niño Berni mostró rápidamente habilidad para la pintura y fue calificado como “prodigio” aún en plena pubertad. Ya antes de los 15 su incipiente obra alcanzaba ámbitos de exposición, algo poco habitual a su edad.

Becado primero por el Jockey Club y luego por el Gobierno de la provincia de Santa Fe, viajó a la Europa a familiarizarse con lo más encumbrado de la vanguardia de la época. Esos años, la década del 20′ y desde antes incluso de la Primera Guerra Mundial, fueron harto convulsionados: cambios tecnológicos transformaron al mundo y la relación del hombre con la técnica.

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Autorretrato con cactus, 1934.

El arte, como siempre, refleja cambios y refracta procesos. París, en el alba de la iluminación, comenzaba a alumbrar nuevas formas en movimientos como el surrealismo. Berni participaría de estas tendencias a su regreso al país, debido al fin de las becas decretado por el primer gobierno de facto de la historia argentina, iniciado tras el golpe militar que comandó José Félix Uriburu en 1930. Con ese dato se introduce la otra gran marca que esos años europeos imprimirían en el artista rosarino: el marxismo, con la consecuente adhesión a ese sueño eterno llamado revolución. Luego de trabajar algunos años en la ciudad (menesteres en la Municipalidad, fundación de La Mutualidad), el pintor se trasladó a Buenos Aires hacia finales de la década.

La vibración que limita entre lo estético y lo político le imprimió a sus obras un carácter de alguna manera sintético: desde avatares urbanos a lo rural, la miseria impregnada, la belleza pujante y resistente; todo a partir de una técnica que siempre intentó un sentido poético e incluso llegó a ser narrativo. De repente ya no era tan niño ni tan prodigio para sus anteriores auspiciantes. Trabajos como Manifestación o Desocupados dan cuenta de esa búsqueda, que evolucionó cultivando atenciones y elogios desde otros ámbitos, a medida que se hacía más conocido, para culminar, hacia el final de su vida, con las premiadas y renombradas series de Juanito Laguna y Ramona Montiel, dos personajes marginales de mediados del siglo XX, extraídos de cualquier paisaje suburbano de lo que hoy se conoce como América Latina.

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También incursionó en el muralismo, ese extraño arte que funde pintura y arquitectura. Algunos de sus más conocidos cuadros fueron algo así como “murales móviles”, a veces sobre telas de materiales improvisados y expuestos en lugares a veces no convencionales. En otros casos, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo, se valió de desechos industriales para completar muchos de sus trabajos, en otra resignificación: para caracterizar la vida de sus personajes usaba residuos manufacturados de la sociedad que los excluía.

Walter Benjamin dijo, varias décadas atrás, ya en la era de la “reproductibilidad técnica” de la obra, que “al fallar el modelo de autenticidad en la producción artística se ha revolucionado la función social de arte” y que ahora “su fundamento no aparece en el ritual sino en una praxis diferente: a saber, en la política”. Suprimir ese matiz en Berni no sólo sería imposible sino una traición.

El mundo prometido a Juanito Laguna, 1962 | Gentileza: MALBA

En sus últimas décadas de actividad, antes de su muerte en 1981, se relacionó con varios artistas jóvenes. De esos intercambios surgieron palabras que serán claras al respecto.

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En agosto de 1964, en medio de algún viaje a París, muchos años después de la iluminación de su propia “juventud”, le escribiría a la artista plástica Dalila Puzzonio: “¿Tiene América Latina un porvenir? ¿Será un campo propicio para los creadores de la cultura? Europa está muy contaminada por la frivolidad, el egoísmo, la indiferencia. El público europeo no cree ya en el arte, cree en la historia del arte o en el arte como historia […] Se entusiasman con Brigitte Bardot, las vacaciones, autos y buena comida. Por eso bajo las preguntas del principio, a ustedes jóvenes de América, quizás les toque un mundo mejor…”.

Ante la vigencia de sus interrogantes y sentencias, ese deseo final sigue intacto. Y aunque cada día parezca más lejano, quizás, en algo, nos ayude revisitar su legado.

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Foto de portada: MALBA. Muestra temporaria “Antonio Berni: Juanito y Ramona”