Por Alejandro Maidana

Resulta inadmisible el sostenimiento de una manera de producir ecocida, donde la salud del ambiente y por ende la humana, pasarían a ser las monedas de cambio de un agronegocio desprejuiciado que con el aval del Estado, consolidaría su impune derrotero. No hacen falta más pruebas, todas se encuentran sobre la mesa de los juzgados, o en la humanidad de aquellos que impávidos vieron como los venenos del agro hacían añicos sus derechos.

En un contexto pandémico donde las economías capitalistas se derrumbaron, los discursos de los distintos líderes mundiales parecieron virar, la idea de un futuro menos desigual, más empático, más sustentable, ganarían terreno en lo discursivo, claro, solo en lo discursivo. La aparición de un incómodo virus, terminaría de exacerbar las conductas más miserables, agudizando la explotación y condenando al cadalso a quiénes siempre han resistido desde los más espinosos márgenes de la historia.

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Siempre se insistió en la imperiosa necesidad de contar con el aporte de aquellos que pueden allanar el camino de una desigual discusión sobre los impactos del modelo productivo actual. Es por ello que cuando las voces provienen desde la medicina, el derecho y las diferentes vertientes de una Universidad pública que jamás debió despegarse de las necesidades del pueblo, el horizonte comienza a tornarse un poquito más claro.

En ese marco un estudio realizado por un grupo de investigación de la Universidad Nacional del Centro (UNICEN), arrojaría un escalofriante resultado en el distrito de Tandil (Buenos Aires). Las muestras tomadas en suelos y pozos de agua de 15 escuelas rurales, encontrarían la acción explícita de 16 tipos de agrotóxicos. Docentes y alumnos se vieron movilizados por la realidad que viene atravesando la ruralidad, y en especial, aquella que padecen las y los chicos que deben concurrir a establecimientos escolares linderos a campos intensamente fumigados.

Es por ello que Conclusión dialogó con quiénes intervinieron empática y conscientemente en este imprescindible proyecto, que visibilizó de sobremanera el impacto que genera el modelo productivo actual en los días de aquellos que no se resignan a seguir siendo conejillos de indias de este laboratorio a cielo abierto.

Graciela Canziani es una de las desarrolladoras del informe presentado, es profesora en la Facultad de Ciencias Exactas, Unicen, y forma parte del Instituto Multidisciplinario sobre Ecosistemas y Desarrollo Sustentable. En una profunda charla con este diario, brindó minuciosos detalles de una investigación que interpeló a todo Tandil, trascendiendo incluso los límites distritales. A raíz de la inquietud de las y los estudiantes de la carrera de Licenciatura de Tecnología Ambiental de nuestra Universidad del Centro de la provincia de Buenos Aires, nos presentamos a una convocatoria que hizo la Secretaría de políticas universitarias y Ministerio de Educación, en un programa denominado Compromiso Social Universitario en el que participaron 17 estudiantes”.

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El propósito del proyecto era presentar a los chicos de escuelas rurales, en cualquiera de sus niveles <de jardín a secundaria>, que existe otra manera de producir alimentos, que es a la vez amigable para el ambiente y bueno para la salud

“Nos presentamos con un proyecto al que llamamos Ecoagricultura, para poder  trabajar con escuelas rurales del partido de Tandil, teniendo como socia a la Jefatura distrital. El propósito del proyecto era presentar a los chicos de escuelas rurales, en cualquiera de sus niveles <de jardín a secundaria>, que existe otra manera de producir alimentos, que es a la vez amigable para el ambiente y bueno para la salud. Vemos que a los chicos se le presenta como una posibilidad de producir alimentos, el uso intensivo de muchos insumos químicos que afectan a la salud”.

Una de las metas del proyecto era hablar de los riesgos que involucran el uso de plaguicidas, y realizar un muestreo en suelo y agua, sobre todo porque esto interesaba mucho a los docentes

Un proyecto amplio que si bien contó con distintas aristas, la médula del mismo constaba en mostrar que existe otra manera de producir.  “Planteamos esta inquietud, armamos el proyecto que se centraba en la posibilidad de hablar con los chicos de biodiversidad, de servicios de los ecosistemas, de la necesidad de alimentarse sanamente, y sobre todo el concepto de sostenibilidad. Una de las metas del proyecto era hablar de los riesgos que involucran el uso de plaguicidas, y realizar un muestreo en suelo y agua, sobre todo porque esto interesaba mucho a los docentes, ya que la preocupación por saber el grado de exposición en el que se encontraban las instituciones era muy grande”.

Distintas muestras que persiguieron el fin último de llevar algo de claridad a las muchas inquietudes que rodeaban al arco docente y familias que integran la comunidad educativa. “Tomamos estas muestras de suelo y de agua siguiendo los protocolos, establecidos por la Universidad Nacional de La Plata y el Centro de Investigaciones Medioambientales de la Facultad de Ciencias Exactas de la misma ciudad. Hicimos los muestreos en dos fechas, junio y diciembre, y los hicimos en 15 escuelas con las que veníamos trabajando a lo largo de dos años. Las muestras de suelo se retiraron de los espacios en donde los chicos habitualmente juegan, y las de agua se tomaron de aquellas escuelas que tenían agua de pozo tomando como referencia el tanque que suministraba la misma. Inmediatamente las muestras fueron llevadas a la Estación del INTA Balcarce, en donde la doctora Virginia Aparicio y el doctor Eduardo De Gerónimo, ambos del Instituto de Suelo, Planta y Agua de la Estación experimental, realizaron los análisis correspondientes”.

Encontramos que todas las escuelas tenían algún grado de contaminación, en el agua de aquellas que tenían pozos, y en el suelo

Los resultados de los distintos análisis arrojarían resultados demoledores que instan no solo a repensar la matriz productiva de un país, sino también de brindar respuestas y soluciones  en un corto plazo. “Encontramos que todas las escuelas tenían algún grado de contaminación, en el agua de aquellas que tenían pozos, y en el suelo. En las muestras de agua se encontraron 16 ingredientes activos diferentes, siendo que en el 89% de los casos se encontró metsulfuron metil, un 77% de las muestras tenía TZZ dicetel, que es un metabolito de la atrazina, también encontramos que un 67% contenía diclosulam, y que en un 44% de frecuencia en las muestras, se encontró la atrazina, el imazetapir y otros químicos. En cuanto a las muestras de suelo, se puedo encontrar en una mayor frecuencia el AMPA, que es un metabilito del glifosato y también el Atz-OH que es un metabolito de la atrazina. Esta última aparece en un 63% de las muestras de suelo, en un 56% el glifosato y en un 50% el 2,4-D, los otros productos que le dan forma a los 16 encontrados, aparecen con menor frecuencia, pero lo que se puede decir es que todas las muestras de suelo tenían algún producto, desde uno y hasta ocho en algunas escuelas, mientras que las muestras de agua, variaban entre uno y siete productos diferentes según la institución educativa”.

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¿Cuál es el problema en sí? El problema es que estos productos suelen ser disruptores endócrinos, cancerígenos, genotóxicos, o neurotóxicos

La salud hipotecada de manera involuntaria, el ambiente convertido en rehén necesario para las fechorías de una actividad amiga de los venenos, y enemiga de la vida. “Lo que cabe destacar en todo esto, es que las concentraciones encontradas no estaban en condiciones de producir intoxicaciones agudas, es decir, causar un daño a la piel, a las vías respiratorias o a las ojos. Pero si en concentraciones bajas que son suficientes para producir daños a la salud en el largo plazo, por exposición repetida, por acumulación, o por efectos que pueden no ser inmediatos, sino manifestarse con el tiempo, enfermar con el tiempo ¿Cuál es el problema en sí? El problema es que estos productos suelen ser disruptores endócrinos, cancerígenos, genotóxicos, o neurotóxicos. Claramente cuando afectan a otros organismos vivos lo hacen a través de procesos fisiológicos a nivel celular, entonces no hay porqué no pensar que puedan afectar a los organismos de los seres humanos, si afectan a otros mamíferos, incestos, hongos y plantas. No estamos excluidos de la naturaleza por ser seres humanos”.

Cuando se aplica un producto agroquímico o biocida, hay una deriva que actúa en el momento de la aplicación, ya que estos son productos que se gasifican. “Cuando se los aplica, se vaporiza por el proceso de aspersión, ellos quedan suspendidos en el aire hasta que se depositan, esta es una primera deriva, que aunque se dice que se controla o se debe controlar, por acción del clima <el viento puede rotar>, puede originar que el o los productos se gasifiquen y trasladen por fuera del área de aspersión. Esto en torno a la deriva primaria, la secundaria sucede en las primeras 24 o 48 hs cuando el producto se gasifica, se resuspende, pudiendo generar después de semanas o meses para generar una tercera deriva. Cabe destacar que estos productos pueden adherirse al suelo para luego ser removidos, lixiviarse <infiltrarse> o bien escurrirse hasta cuerpos de agua. Cuando se infiltra puede llegar sin problemas hasta las napas de agua, sobre todo cuando son productos con un vida media larga y nos fácilmente descompuestos en el ambiente”.

Por más que se hablen de buenas prácticas agrícolas, y si bien son necesarias, no son suficientes para evitar que los productos que son aplicados, se desplacen en el ambiente, es lo que se denomina la <movilidad> del producto

El mito de las buenas prácticas agrícolas choca con las incontrolables derivas de estos productos químicos que alteran considerablemente nuestro organismo. “Por más que se hablen de buenas prácticas agrícolas, y si bien son necesarias, no son suficientes para evitar que los productos que son aplicados, se desplacen en el ambiente, es lo que se denomina la <movilidad> del producto. De no ser así, no tendríamos plaguicidas en la Antártida como se han encontrado en los hielos de un lugar que no realiza estas prácticas. Todo esto nos lleva a la conclusión de que un sistema de producción de alimentos que no es sostenible, y que además daña la salud de las personas y al ambiente, es un sistema que necesita ser cambiado. Es muy necesaria la transición  hacia la agroecología que era lo que nosotros pretendíamos presentarles a los chicos, poder producir respetando los procesos de la naturaleza utilizando los servicios de los ecosistemas para tener una producción con suelos que no se estén degradando, al igual que los cursos de agua y la salud de la gente”.

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Leyli Kazlaukas formó parte durante dos años del voluntariado, el primero como alumna de la carrera de Licenciatura Ambiental, y el segundo año ya como licenciada. En torno a la experiencia adquirida mediante este invalorable proyecto, sostuvo: “Me encantó formar parte del mismo, mi motivación primeramente fue conocer un área a la cual podría insertarme laboralmente, y también para poder conocer un poco más sobre el sistema de producción de alimentos que existe mayoritariamente en el país. Por otro lado, como siempre me gustó accionar y buscar soluciones a los problemas, quería ayudar desde ese lado.”

Hubo muchos chicos que se vieron frustrados, ya que sus padres están ligados al trabajo en el campo y esto les generaba profundas contradicciones

Los impactos que generan los agroquímicos y la agroecología referenciada como un faro, un camino que Leyli comenzaría a transitar a paso firme. “Ese mismo año que me sumé como estudiante, me integré a una ONG (BIOS Argentina) de la cual sigo formando parte y sigo tocando estos temas desde legislación ambiental, concientización en alimentación más saludable, y con todo lo concerniente a la agroecología. En sí el proyecto fue muy enriquecedor para mí, ya que me ayudó a abrir los ojos en torno al daño del ambiente y la salud en el mundo. Es preciso destacar que de la percepción que tuve de los chicos durante el proyecto, es que tanto chicos como profesores, estaban profundizando un trabajo muy importante sobre agroquímicos, sus problemáticas y efectos abordando también las alternativas. Nosotros ayudamos mucho a cómo integrar esos conceptos y a ahondar un poco más, se los veía muy predispuestos e interiorizados para poder abordar el problema, pero claro, también hubo muchos chicos que se vieron frustrados, ya que sus padres están ligados al trabajo en el campo y esto les generaba profundas contradicciones”.

El informe reflejó lo que todos esperábamos y sabíamos, el mismo sirvió de espaldarazo para aquellos profesores que necesitaban de números concretos para seguir dando esta espinosa discusión

En torno a los muestreos, los profesores estaban muy atentos esperando los resultados, ya que necesitan de una respuesta concreta de alguna institución que permita mejorar la situación. “El proyecto junto al informe final, ayudó mucho a esto, ya que junto a la ONG BIOS Argentina, se impulsó una ordenanza para poder regularizar una ordenanza en torno a la aplicación de agrotóxicos. Por último, el informe reflejó lo que todos esperábamos y sabíamos, el mismo sirvió de espaldarazo para aquellos profesores que necesitaban de números concretos para seguir dando esta espinosa discusión”.

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Para concluir, fue Jonathan Cepeda, estudiante de Licenciatura en Tecnología Ambiental quién compartió sus sensaciones. “El proyecto de extensión que escribimos junto a Graciela Canziani, nace de la necesidad y curiosidad de los estudiantes de saber que venía sucediendo en los ámbitos rurales, en lo particular fui uno de los que impulsó la misma. Yo provengo de una localidad muy pequeña de Buenos Aires, más precisamente del partido de Tres Arroyos llamada Orense, y lo que pude percibir, si bien no existen datos oficiales, es un crecimiento exponencial de casos de cáncer en el lugar”.

Yo provengo de una localidad muy pequeña de Buenos Aires, más precisamente del partido de Tres Arroyos llamada Orense, y lo que pude percibir, si bien no existen datos oficiales, es un crecimiento exponencial de casos de cáncer en el lugar

Una inquietud propia que se fundió en lo colectivo para poder dar ese paso trascendental en la búsqueda de conocimientos. “A partir de eso busqué interiorizarme en la temática, conocerla bien de fondo, ya que había muchas cosas que no me sonaban bien. Desde la conocida frase <me tomo un vaso de glifosato y no me va a hacer nada> ¿Cómo un producto creado para matar distintas formas de vida, como las consideradas malezas, no puede alterar la vida de otras? Es allí donde la convocó a Graciela Canziani para escribir este proyecto de extensión, para después incluir al resto de los alumnos que reunían cierta curiosidad. Destacando que Graciela convocó al cuerpo docente que nos acompañó durante todo el proyecto. A partir de ahí, arrojando ideas de cómo encarar el trabajo, se nos ocurrió primero que nada, intentar tomar muestras de agua y de suelo de las distintas escuelas rurales. Primeramente formarnos sobre agroquímicos, cómo se autorizan los distintos tipos, ya que se le realizan una prueba de toxicidad, se los clasifica toxicológicamente con la dosis letal 50% aguda, y después tienen que ser efectivos contra la plaga que combaten, solamente estos dos requerimientos tiene un agroquímico, pero sobre el impacto a la salud, nada”.

Las muestras fueron analizadas por el INTA de Balcarce, encontrándonos con 16 tipos de plaguicidas tanto en el agua, como en la tierra

Con la idea de concientizar utilizada como ariete, la posibilidad de recabar muestras de suelo y agua para su posterior análisis, avanzaría sin restricciones. “Una vez que entramos en tema, el proyecto se escribió como ecoagricultura para evitar inconvenientes y palos en la ruedas. La idea era llevar un modelo de producción alternativo, saludable y bueno para el ambiente como lo es la agroecología, pero, otra pata del proyecto era recabar muestras de suelo y agua para intentar ver la presencia de distintos plaguicidas que había en esas dos matrices, e intentar volcar esos datos a un sistema de información geográfico. Lo primero que hicimos fue conseguir los permisos correspondientes y tener de aliados a lo que sería la jefatura distrital y a los inspectores, para poder lleva a cabo las actividades con los chicos, y para comenzar a tomar los muestreos sin ningún tipo de problemas. Las muestras fueron analizadas por el INTA de Balcarce, encontrándonos con 16 tipos de plaguicidas tanto en el agua, como en la tierra. Con los resultados obtenidos, suenan nuestras alarmas, pero también y a medida que hacíamos las experiencias con los chicos, habían sonado otras alarmas”.

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También es preciso destacar que si bien nos interiorizamos sobre la ordenanza distrital que aleja a 150 metros las fumigaciones, pudimos cerciorarnos que la ordenanza no se respeta y que se aplican cualquier tipo de agroquímicos

La inocencia fumigada, convertida en pequeños tubos de ensayos para un experimento mayúsculo que requiere ser interpelado medularmente por el pueblo consciente. “Había chicos que actuaban de banderilleros junto a sus padres que en muchas oportunidades no podían concurrir a la escuela, debido a las descomposturas producidas por las intoxicaciones. Esto generó un intercambio medular entre los chicos, ya que mientras algunos sostenían que el glifosato era inocuo, otros comentaban de su letalidad para con distintos insectos y animales. Eso nos brindó la posibilidad de tener conocimiento sobre el entorno rural, y las realidades a las que estaban inmersos los chicos. Escuelas que eran fumigadas permanentemente, instituciones que eran asperjadas paralelamente al alambrado que las separaba del campo, escuelas que tenían cultivos de papas que utilizan agroquímicos más potentes, por ende mucho más tóxicos que los que utilizan otros cultivos. También es preciso destacar que si bien nos interiorizamos sobre la ordenanza distrital que aleja a 150 metros las fumigaciones, pudimos cerciorarnos que la ordenanza no se respeta y que se aplican cualquier tipo de agroquímicos, encontrando por ejemplo clorpirifós, un producto clase dos en el patio donde juegan los chicos, estando el mismo prohibido, ya que solo se pueden utilizar químicos clase 3 y 4”.

Si te encontras expuesto de forma repetida, de manera crónica, pueden generar enfermedades muy graves

Muchas de las actividades fueron llevadas adelante dentro del mismo proyecto, incluso la presentación de una nueva ordenanza que está siendo tratada en las distintas comisiones del Concejo. “Como experiencia personal, fue altamente positiva, ya que nos permitió como profesionales el conocimiento de un territorio que no poseíamos. Las problemáticas sociales referidas al modelo productivo actual, nos posibilitó almacenar información muy positiva. Después cuando te encontrás que los chicos están expuestos a 16 tipos de pesticidas, es algo muy movilizador. La OMS, el Senasa y todos los organismos de control, junto a distintos ingenieros agrónomos, sostienen que son dosis muy bajas para dañar a la salud, omitiendo que si te encontras expuesto de forma repetida, de manera crónica, pueden generar enfermedades muy graves. Recordemos que muchos de los pesticidas son disruptores endócrinos que alteran nuestro funcionamiento hormonal, el funcionamiento de nuestro sistema autoinmune, y por lo tanto el de nuestras células, generando por ejemplo enfermedades como cáncer, neurotoxicidades, linfoma no Hodgkin, entre otras enfermedades. Entonces, si bien la toxicidad letal aguda de estos plaguicidas es baja, no se tiene en cuenta todas las otras toxicidades, por lo que me parece que es importante este resultado y la visibilización de que tanto las escuelas como los alumnos, están siendo fumigados permanentemente”.