Por Marcelo Chibotta

Las paredes de Santiago parecían adelantarlo con mudas pero expresivas y variadas pintadas que se ven a cada metro de la ciudad. La profusión de grafitis en la capital chilena, y en otras ciudades, dejaba expuesto el clamor de un pueblo que no tenía voz y que no se animaba a convertirlo en acto.

Pero el día llegó, los grafitis tuvieron rostros, cuerpos y gritos pero con un costo altísimo, el mismo que tienen los pueblos oprimidos y que es conocido perfectamente por los países colonizados: la muerte de muchos que encarnan las protestas.

La explosiva y casi imprevisible reacción de los chilenos sojuzgados por décadas tuvo un detonante inesperado: el aumento del pasaje de los subterráneos.

De nada sirvió que el presidente Sebastián Piñera diera marcha atrás a dicha suba porque aún siguen las movilizaciones que revelan la verdadera causa que originó la crisis por la que transita ese país y que es la injustísima distribución de la riqueza que persiste desde hace décadas.

Cuando todo empezó: el Consenso de Washington

La globalización fue el proceso que se aceleró cuando el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, acordaron y alentaron el denominado fundamentalismo de mercado o neoliberalismo a partir de un acuerdo entre estas instituciones que se originó en 1989.

Sus preceptos más significativos estaban orientados hacia las políticas de privatización de empresas públicas, de desregulación de los mercados, de la firma de acuerdos de libre comercio y de la reducción de la participación del Estado en las economías de diferentes países.

Fue así que en Chile, estas políticas neoliberales tuvieron su impulso durante la dictadura de Augusto Pinochet, bajo la batuta de su “muchacho de oro” de las finanzas, Hernán Büchi, y se instituyeron como faro de referencia también para sus países vecinos, incluida la Argentina.

Con asiento en ese país, estas políticas económicas se esparcieron por América Latina y afectaron severa y negativamente a la inmensa mayoría de los sectores populares de la región.

Obviamente y a la inversa, las élites de sus países se vieron definitivamente beneficiadas. Así, Sudamérica terminó ostentando el triste galardón de ser la zona más desigual del mundo, encabezado por el país del cobre.

Los profetas de la injusticia social

Como esta situacion es un proceso, se pueden distinguir sus orígenes en las presidencias de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Gran Bretaña que forzaron bajo la utilización de variados métodos, la ejecución del plan globalista.

Más adelante, el proceso globalista y neoliberal se nutrió también del aporte de intelectuales como Francis Fukuyama, que con su libro El fin de la historia y el último hombre sellaban a fuego el injusto modelo esparcido por el mundo.

La cooptación de gobiernos dóciles y la imposición de políticas económicas que terminaban acumulando capital en las élites globales a costa de la miseria, de las enfermedades y del hambre de los pueblos, también fueron métodos exitosos para el saqueo de las regiones periféricas, subdesarrolladas o en vías de desarrollo.

Chile mostró la impiedad de este modelo económico bajo la mirada atenta y la acción inmisericorde de las fuerzas de seguridad adoctrinadas bajo el régimen de Augusto Pinochet, siendo el mascarón de proa de las mismas el grupo denominado Carabineros.

A pesar de la recuperación democrática en el país trasandino, la estirpe dictatorial, violenta y represiva de los Carabineros no se vio erosionada y siguieron sosteniendo la misma economía atravesaba tanto a gobiernos más conservadores o más progresistas, y que por muchos analistas, políticos y economistas de Sudamérica era tomado como modelo a imitar.

Las pérdidas de derechos sociales, la flexibilización laboral, las privatizaciones y el ataque a las organizaciones de cuño popular fue la resultante del modelo de acumulación impuesto a través de casi cuatro décadas, a la vez que en silencio se fraguaban los reclamos del pueblo chileno que hoy parecen no tener vuelta atrás.

Las posibles salidas o el posible ingreso a un nuevo engaño

Chile tendrá que resolver necesariamente el estado de situación actual y más adelante deberá desarticular las causas que finalmente hartaron a sus habitantes.

Los caminos de resolución pueden ser varios, más o menos trágicas, más o menos injustas o más justas.

En tal sentido, algunos ya no cuentan con el espesor que pudieron haber tenido antes de que el pueblo chileno saliera a la calle ya que serán intolerables tanto la ejecución de medidas de fuerte contenido represivo, como las de aquellas que dejen expuestas las injustísimas condiciones económicas que sumergieron a las grandes mayorías al pozo de la inequidad.

Por ello, no quedan muchas alternativas: o se va hacia el progesismo clásico, aplicado tanto en Chile como en demás países de América Latina que fueron frenos temporales al avance del neoliberalismo y que finalmente no doblegaron el alma de sus políticas; o el de una salida concertada en la que quienes más rédito obtuvieron durante estas más de tres décadas, resignen rentabilidad a favor de los sectores más humildes y de las clases medias empobrecidas.

Como antes, Chile deberá ser otra vez el espejo a mirar por aquellos que tomaban de ejemplo la ilusión de un modelo económico profundamente injusto. Lo que sí, esta vez, deberán evitar las imágenes distorsionadas por no haberse dado cuenta lo sucio que estaba.