Enviado especial en Europa [CEUTA]- Se nos ha enseñado que la historia tiene etapas, períodos que comienzan en fechas precisas donde se produjeron grandes revoluciones y fases de la humanidad que se han cerrado con caídas de los imperios. Abreviar estos procesos complejos ha sido tarea de la pedagogía. Por ello quizá, los enclaves españoles en África tienen un encanto particular. En sus ciudades y territorios asistimos a los últimos vestigios de la vieja modernidad colonizadora, que ha dibujado mapas y países en América Latina, imponiendo arquitectura, lenguaje y religión. Se trata de las ciudades de Ceuta y Melilla, y algunos peñones e islotes menores.

Estas pequeñas metrópolis sobreviven como territorio de la Unión Europea en el continente africano y son la frontera caliente donde la globalización se ha puesto en pugna. El potencial conflictivo de estos territorios se ha extendido desde una disputa de soberanía bilateral entre España y Marruecos, a una guerra abierta entre las instituciones europeas con las masivas olas de inmigrantes africanos. Personas que buscan penetrar sus vallas para escapar de los horrores del hambre, las luchas tribales, el genocidio étnico, el terrorismo, entre otros males que abren grietas en África.

En estas ciudades, los españoles trabajan fundamentalmente en las instituciones del Estado, que mantiene el virtual funcionamiento de los enclaves bajo una lógica estratégica militar de control entre los pasos del Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo. El gobierno de la ciudad autónoma busca diversificar sus fuentes de financiamiento y ha emprendido una estrategia de turismo para atraer flujos de la UE. Para llevar a cabo esta tarea, se busca vender como una ciudad de cuatro mundos, donde conviven en “armonía” cuatro culturas distintas, el catolicismo, el islam, el judaísmo y el hinduismo.

Sin embargo, las dos más extendidas son los católicos y musulmanes, que cohabitan en el pequeño enclave dividiendo la ciudad en dos. Por un lado, los cristianos ricos en la zona central de la urbe, donde sus iglesias se mezclan con las instituciones de la UE y España.

Por el otro, una barriada árabe y musulmana, donde el Estado ha abandonado su presencia de manera ostensible. En sus arrabales se erigen complejos de edificios diseñados todos bajo el mismo modelo, y en sus balcones las ropas flamean como banderas entre el sol y el hormigón. “Si vas caminando hacia la valla (la frontera), vas a ir viendo cómo todo se pone un poquito más tercermundista”, advierte a Conclusión Luis (46), de origen español, nacido y criado en la ciudad.

Las distintas dietas entre los musulmanes y cristianos, sus distintos trajes de baños, sus ropas, sus costumbres, todo parece mezclado en Ceuta. No obstante, detrás de las fotografías de convivencia, se esconde una desigual asimilación de la cultura. Mientras los jóvenes musulmanes de origen árabe hablan español y dariya (dialectal árabe marroquí); los jóvenes españoles tienen prohibido la educación del idioma árabe en sus escuelas.

Para el gobierno del Partido Popular que gobierna como caudillo la ciudad autónoma, se trata de proteger la hispanidad frente a la amenaza cultural y demográfica que suponen las familias inmigrantes, que crecen en número de habitantes más rápidamente que las españolas.

Pero lo que le preocupa a la comunidad internacional de la realidad de Ceuta y Melilla no es precisamente la desigualdad, sino la falta de apego al derecho internacional y los derechos humanos. El derecho de los refugiados provenientes de África no es respetado en la ciudad, que mantiene en un limbo legal y burocrático a miles de personas hacinadas en campos de concentración para inmigrantes. Dentro de ellos, se producen abusos policiales, trabajo esclavo y todo tipo de injusticias.

El ruido ensordecedor de los 600 inmigrantes que saltaron la valla el pasado 26 de julio, resonaba como un verdadero infierno a través del eco de las ventanas de los tinglados donde se encontraban alojados. Estos “CETIs”1 se encuentran en las afueras de los trazados urbanos, solo accesibles por una carretera angosta hasta la cima de una colina.

Algunos migrantes tienen permitido realizar salidas transitorias a la ciudad, y aprovechan los escaparates para llegar al puerto y analizar cómo cruzar a la península. Esto es lo que harán dos refugiados de origen argelino en los próximos días. Arriesgarán sus vidas para poder cruzar el estrecho de Gibraltar, enganchándose por encima de la línea de flotación de los barcos de carga. Si logran evitar ser vistos, deberán sujetarse al acorazado en mar abierto por algo más de hora y media hasta llegar al continente. Una odisea donde la posibilidades de sobrevivir son mínimas.

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Con la crisis humanitaria en las puertas de España, el gobierno central de Madrid le solicita al Rey Mohamed VI que haga el trabajo sucio en territorio marroquí. Esta “cooperación contra la inmigración irregular” -como ha informado escrupulosamente Cancillería española- sería detener el cruce de los migrantes por el territorio del Magreb antes que pudieran saltar por la frontera de los enclaves españoles.

El problema para Madrid es que Rabat no tiene ningún interés en detener a los migrantes que de por sí cruzan por su territorio con regularidad. En definitiva, dos maneras totalmente diferentes de abordar los flujos migratorios, uno desde la perspectiva de la securitización y militarización del fenómeno; y otro, desde la habitualidad histórica y política de contener dentro de su país a decenas de pueblos migrantes y comerciantes como los bereberes o los beduinos. En este diálogo de sordos entre Marruecos y España, el grito desesperado de los refugiados aún queda sin ser oído.

*Nabih Yussef es licenciado en Relaciones Internacionales y Director del Consejo de Estudios Interdisciplinarios Económicos y Políticos www.CEIEP.org.

**Fotos: Conclusión