En las semanas del 28 de octubre (fecha de la segunda vuelta presidencial en Brasil) hasta el 30 de noviembre (Cumbre del G-20 en Buenos Aires) se compactan cinco eventos de impacto que acentuarán las tendencias de la nueva correlación de fuerzas en el mundo entre sus principales polos: EE.UU (en declive), y Rusia y China, en ascenso irresistible.

Los cinco eventos de gran impacto en un solo mes son los siguientes:

  • 28 de octubre: segunda vuelta presidencial en Brasil donde funge como favorito el militar de reserva Jair Mesías Bolsonaro con 18 puntos de ventaja que parecen inalcanzables, salvo un milagro al estilo brasileño, sobre su contrincante Fernando Haddad, candidato del mancillado Partido de los Trabajadores. Sus consecuencias tendrán tremendas reverberaciones geopolíticas en Sudamérica, en particular, y en Latinoamérica, en general.
  • 4 de noviembre: probable anuncio de las sanciones de Donald Trump para impedir la venta del petróleo de Irán, sumadas a asfixiantes medidas financieras.
  • 6 de noviembre: elecciones intermedias en EE.UU que determinarán el destino de Trump en medio de una feroz lucha electoral salpicada por extraños artefactos explosivos dirigidos a George Soros, Obama, los Clinton, dirigentes del Partido Demócrata y Time Warner.
  • 11 de noviembre: probable cumbre en París entre Vladimir Putin y Trump, en medio de las amenazas de EE.UU de renegar el relevante tratado de estabilidad estratégica Armas Intermedias Nucleares (INF, por sus siglas en inglés) de 1987. En esta hipotética cumbre ya se sabrá el resultado de las elecciones intermedias en EE.UU, lo cual marcará el margen de maniobra de Trump.
  • 30 de noviembre: se puede escenificar, al margen de la decimotercera Cumbre del G-20 en Buenos Aires, una cumbre entre el mandarín Xi Jinping y Trump para apaciguar su guerra comercial que ha puesto nerviosos a los mercados bursátiles.

La suma y resta de los cinco grandes eventos de impacto es probable que determine los derroteros del Nuevo Orden Mundial.

En forma específica, la elección de Jair Mesías Bolsonaro es probable tenga profundas repercusiones tanto en Sudamérica, en particular, como en Latinoamérica en general.

En forma expedita, se puede aducir que sería un triunfo de Trump y del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y una derrota de China.

Más allá de la apoteosis del neofascismo en la octava potencia geoeconómica mundial y en el país más poblado de Latinoamérica, las implicaciones geopolíticas pueden ser de gran calado. No solamente se trata del retorno de un ‘pinochetismo neoliberal’ con la llegada a la Secretaría de Economía de Paulo Guedes, empedernido privatizador y palafrenero de los Chicago Boys de Milton Friedman.

No se trata tampoco del afianzamiento del neomonroismo militarista en la fase de Trump. Aquí se trata, en una de las varias aristas relevantes por escudriñar, del futuro de la relación de Brasil con China.

Guedes (quien también fue salpicado con escándalos de corrupción, pero que en forma insólita no le afectaron en absoluto) favorece la privatización de las 147 magnas empresas estatales con el fin de pagar el 20% de la deuda pública.

Aquí llama la atención el maridaje del privatizador Guedes con Bolsonaro, quien en el pasado ha sido muy crítico de los esquemas de desestatización y/o desnacionalización, en particular, de la estratégica empresa petrolera Petrobras.

El 21,8% de las exportaciones de Brasil son destinadas a China frente al 12,5% a EE.UU y en tercer lugar, Argentina con 8,1%. En cuanto a las importaciones de Brasil, China viene en primer lugar con 18,1% frente a 16,7% de EE.UU y en tercer lugar, Argentina con 6,3%.

Se desprende que la economía de Brasil, tanto en sus exportaciones como en sus importaciones, es más de carácter global con China, en primer lugar, y EE.UU en segundo lugar, que regional con Argentina.

Bolsonaro ha mantenido excelentes relaciones con la ‘provincia renegada’ china de Taiwán y no favorece las inversiones de Beijing, llegando a decir que “China no está comprando en Brasil, sino que está comprando a Brasil”.

No es tan sencillo el divorcio cuando China es el principal comprador de soya de Brasil y adquiere el 38% de hierro de la empresa brasileña Vale. No puedo soslayar la repercusión teológica que tendrá la llegada de Bolsonaro, un devoto evangelista (quien en fechas recientes se fue a re-bautizar al río Jordán), en el país con el mayor número de católicos del mundo (64% y 22,2% de protestantes).

No es ningún secreto señalar que, en forma metódica y paciente, las iglesias evangelistas en varias de sus denominaciones han penetrado en varios países católicos de Latinoamérica. Pero ninguno es comparable a Brasil.

Bolsonaro, de 63 años, fue un opaco diputado siete veces y llegó incluso a cambiar 10 veces de partido. Su ‘camaleonismo civil’ colisiona con su bonapartismo llegando a defender abiertamente la dictadura de 1964 a 1985. Por cierto, su acompañante en la lista como candidato a la vicepresidencia es el general retirado Antonio Hamilton Mourao, lo que demuestra que sigue el ‘modelo trumpiano’ con la incrustación de varios generales en su gabinete.

Es inocultable el trumpismo que profesa la familia Bolsonaro a grado tal que su hijo, Eduardo, se ostenta como partidario de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), emblemática del Partido Republicano.

Sea lo que fuere, es inescapable que Bolsonaro, quien favorece la tortura, propulsó su campaña con el tema tanto de combate a la corrupción (que literalmente aniquiló a la clase política brasileña) como de la epidémica inseguridad.

No se pueden soslayar las óptimas relaciones que ha entablado Bolsonaro con Netanyahu, lo cual puede afectar la política proárabe que había establecido tradicionalmente Brasil.La derrota de Fernando Haddad, de origen libanés, es probable que afecte el otrora poderío de su comunidad que cuenta con ocho millones de habitantes, concentrados primordialmente en Sao Paulo, la principal plaza financiera del gigante sudamericano.

También ha contribuido en el malestar generalizado la peor recesión de la historia de Brasil en 2015 y 2016, concomitante a su salvaje lucha por el poder con presidentes defenestrados.

En un ambiente explícitamente ‘democrático’, sin el ‘autogolpe’ militar con el que Bolsonaro ha amenazado para acelerar sus programas y sus polémicas reformas, los 30 partidos en el Congreso le harán la vida difícil ya que requiere de una mayoría de por lo menos dos terceras partes para cualquier enmienda a la Constitución, en especial, al kafkiano sistema de pensiones que ha carcomido sus entrañas financieras con jubilaciones a los 50 años y generosas compensaciones insustentables.

Bolsonaro tiene previsto en su agenda satisfacer a sus feroces turiferarios y puede llegar a liberalizar la posesión de armas al estilo de la Asociación Nacional de Rifle estadounidense. El rotativo británico Financial Times adelanta que es probable que Bolsonaro facilite las reglas de confrontación de la Policía contra los criminales, al unísono de “disminuir la edad de responsabilidad criminal para los jóvenes”, lo cual suena atroz en un país donde el 38,69% son jóvenes menores de 24 años, mientras que el 43,86% se encuentra en el rango de 25 a 54 años.

La pregunta geopolítica crucial es: ¿será capaz Bolsonaro de tomar partido por Trump en su guerra comercial contra China y, de paso, salirse de los Brics?

(*) Alfredo Jalife-Rahme es Profesor de posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) en Geopolítica y Globalización. Autor de varios libros. Nombrado por la Red Voltaire de Francia como ‘El principal geopolitólogo de Latinoamérica’.