El discurso político es una práctica comunicativa que abarca a la sociedad y sus aspiraciones públicas. El uso del lenguaje en campañas electorales es cuidadosamente trabajado por los asesores de prensa, a los efectos de que sus candidatos puedan transmitir ideas y creencias que capitalicen un mayor número de electores. Gurúes internacionales orientan a los principales candidatos y líderes políticos en el discurso y la comunicación corporal. Esta práctica usual de la profesión del político ha llevado a muchos dirigentes a mantener un discurso híbrido y edulcorado, que se presenta como un “guion de emociones” y relatos en primera persona usualmente utilizados por presidentes como Mauricio Macri, el francés Emmanuel Macron o el expresidente estadounidense Barack Obama.

Los equipos de campaña cuidan celosamente a sus candidatos y organizan entrevistas televisivas o “meetings” políticos con metódica cautela. Nada debe salir fuera del guión. Las preguntas deben ser arregladas con anticipación, e incluso muchos programas de TV firman contratos con los candidatos que acceden a sus notas, con prohibiciones expresas en discutir abiertamente temas que puedan dejar mal parado al invitado. Los actos públicos del partido también son cronometrados con similar solemnidad. Los banderines, la música de fondo, las personas que se subirán al escenario, el bebé que será besado al cerrar el encuentro con la gente, todo es parte de un relato pensado y elaborado para ser consumido por los electores. Sin embargo, el candidato a presidente de Brasil, y favorito en las elecciones de segunda vuelta, rompe todos los esquemas de la ciencia de la comunicación política y hace de su polémico estilo personal, una marca registrada en todos los escenarios televisivos a los cuales asiste. Seguridad, portación de armas, propiedad privada, ideología de género, son temas que aborda el actual diputado federal, sin frases clichés ni medias tintas. “Defiendo a quien tiene un fusil para defenderse”, repite Bolsonaro con ceño fruncido.

El discurso del dirigente brasileño es simple y didáctico. Convencido de sus palabras, su voz adquiere por momentos el tono de un padre autoritario con una idea de justicia rigorista que es benévola y protectora pero también implacable ante la conducta delictiva o la inmoralidad sexual. Ese lenguaje justiciero no tiene reparos en esquivar la ley, pero conserva intacta una coherencia hilvanada con los valores de un cristianismo conservador y una ética puritana.

El discurso de Bolsonaro atraviesa las barreras de distintos grupos sociales de un Brasil fuertemente fragmentado. La descomposición social del gigante sudamericano, se explica en parte por el ensanchamiento de la brecha económica, la falta de representatividad de los partidos políticos tradicionales envueltos en casos de corrupción, y el aumento de la violencia urbana. Tan solo en Brasil, se encuentran 20 de las 50 ciudades más peligrosas del mundo. En medio del estancamiento económico, del desprestigio del sistema político y del incremento de la delincuencia, Bolsonaro aparece como una salida drástica frente a la anarquía presente. Sus metáforas “campechanas”, muestran con singular sencillez, soluciones a distintos problemas económicos y políticos de gran complejidad. “Tenemos que bajar impuestos para que el ‘tipo’ del campo pueda producir”, indica con soltura, y arremete “si los delincuentes van y ocupan la propiedad del productor, no hay respeto a la propiedad privada, ¡eso es socialismo!”, sentencia.

Bolsonaro resalta su carrera como capitán del ejército brasileño, y hace del patriotismo una bandera contra la corrupción estructural que padece Brasil. El escándalo denominado Lava Jato, puso en evidencia el financiamiento delictivo de los principales partidos políticos en sus campañas proselitistas, donde al menos 2.5 mil millones de dólares americanos fueron sustraídos del erario público. Lo que produjo el descrédito general de la clase política.

El lenguaje de Bolsonaro es el más propiamente político de las alocuciones realizadas por la clase política brasileña, quizá desde la campaña que llevara a Lula como presidente de Brasil en 2002. Su estilo retórico y directo, no busca acoplarse a las preferencias de los electores, regularmente estudiado por consultoras privadas o los gurúes internacionales. Sino, más bien, su discurso altera la carga emocional de la población, repercutiendo conscientemente en la manera en cómo los brasileños y brasileñas se sienten (o deberían sentirse). Su oratoria altera el statu quo y modifica la percepción de los electores clarificando el diagnóstico negativo de la realidad del país. En esta misma línea, Bolsonaro señala a los culpables (principalmente el PT) y al mismo tiempo, vehiculiza a los espectadores -con puentes sin riendas- hacia las soluciones que deben ser tomadas. Soluciones que se convertirán después del ballotage en las próximas políticas públicas del gigante sudamericano: desregulación económica, mano dura y moralidad sexual. En un mundo donde conviven Donald Trump (EEUU), Rodrigo Duterte (Filipinas) o el propio Vladimir Putin (Rusia), la dialéctica de Bolsonaro podría estar incluso a tono con el nuevo libreto que adquiere el delicado orden mundial. Un lenguaje que anticipa el regreso de la retórica política en su más peligrosa expresión.

*Licenciado en Relaciones Internacionales y Director del Consejo de Estudios Interdisciplinarios Económicos y Políticos www.CEIEP.org
**Fotografía: Pablo Albarenga