Miles de chinos desfilaron este viernes ante la momia de Mao Zedong para rendir homenaje al fundador de la República popular de China en el 40 aniversario de su muerte, un fervor que contrasta con el silencio del poder y los medios oficiales.

Como todos los días, la muchedumbre se congregó ante el mausoleo ubicado en la plaza Tiananmen, en el centro de Pekín, el verdadero corazón político de China. Pero este 9 de septiembre había que esperar más de dos horas bajo pleno sol para ingresar en el inmenso inmueble, antes de pasar durante algunos segundos junto a los restos del dictador, ataviado con su célebre atuendo gris.

«Creí que el mundo entero se derrumbaría» tras su muerte el 9 de septiembre de 1976, asegura la señora Huang, que ha viajado a Pekín desde la lejana Shenzhen (sur) para este 40º aniversario.

Frente al mausoleo permanece siempre un retrato de Mao en la puerta Tiananmen que da acceso a la Ciudad Prohibida, el antiguo palacio de los emperadores.

Aunque muchos chinos ven en él al fundador de la «nueva China» en 1949, su recuerdo está ensombrecido por la desastrosa política económica del «Gran salto hacia adelante» (1957), causante de una hambruna que provocó decenas de millones de muertos, y luego por la violencia totalitaria de la «Revolución cultural» (1966-76), que aún traumatiza a muchos chinos.

A fines de los años 1970 el partido comunista en el poder cerró así el debate sobre el legado de Mao: un 70% positivo y un 30% negativo.

Prueba de que la historia del «Gran Timonel» suscita cierta incomodidad, ninguna conmemoración oficial fue organizada este viernes en el aniversario de su desaparición. La prensa estuvo igual de discreta.