Por Alejandro Maidana

Una discusión que se profundiza, un debate que atraviesa la médula de un país arrasado por el latifundio y su voracidad deshumanizante. La imperiosa necesidad de avanzar hacia una emancipadora soberanía alimentaria que brote desde las entrañas de una tierra resignificada, sigue siendo el motor impulsor de aquellos que resisten desde la memoria.

Los impiadosos y apocalípticos tentáculos del modelo agroindustrial extractivista, siguen subyugando los días de un pueblo que debe romper los grilletes impuestos por una historia escrita con la pluma hegemónica. La tierra atesorada por unos pocos, esa minoría constituida en el poder real que todo lo puede, y que lejos está de ser interpelada por la enorme mayoría que aún no se concibe como oprimida y víctima de su opulenta avaricia.

Si bien la convivencia con la frustración hace que los días arrastren un pesado yunque, es menester visibilizar esos pequeños pero a la vez enormes avances que se vienen consolidando gracias a esa estoica militancia de manos sucias y corazones calientes. Queda muchísimo camino por recorrer, pero con las bases firmes y la semilla en la mano, lo que ayer fue arrasado por el impúdico mercado, hoy busca rebrotar desde una organización colectiva que nace desde del pie.

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A las conquistas las empuja el pueblo, y la creación por primera vez en la historia argentina de una Dirección Nacional de Agroecología, es el fiel reflejo de décadas de dignificantes batallas llevadas adelante por un campesinado ninguneado y hambreado, por pequeños productores que besaron una y otra vez la lona, pero que nunca dejaron de ponerse de pie, y los atormentados pueblos fumigados, vapuleados cobardemente por intereses miserables y abandonados a su suerte por un estado socio de la desidia en muchas oportunidades, y condicionado en su accionar en tantas otras.

“Solo quiero dejarte mi consejo sentido, si el jardín te molesta, nunca mates la flor”, escribiría el entrañable Hugo Giménez Agüero, una canción hecha carne por el hermano Rubén Patagonia. Es por ello que para conocer los procesos que vienen transitando aquellas organizaciones que siguen mostrando un camino liberador, consideramos imprescindible amplificar esas voces que se levantan desde las entrañas de la tierra.

Teodoro Suárez (Pino) es miembro de la UOCB (Unión de Familias Organizadas de Pequeños Productores) de la Cuña Boscosa y Bajos Submeridionales de la provincia de Santa Fe. Familias que a su vez integran el MoPProFe (Movimiento Provincial de Pequeños Productores de Santa Fe) , que reúne a 32 organizaciones que articulan la manera de poder salir adelante incidiendo en políticas públicas para el sector, tratando de ponerle un freno a un modelo sojero concentrador y contaminante.

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Consultado por Conclusión sobre la necesidad imperiosa de avanzar hacia un modelo productivo que consolide el arraigo hacia la tierra y su biodiversidad, indicó: “Nosotros nos encontramos en una parte de la Cuña Boscosa, donde todavía queda algo de monte. Pero lamentablemente el avance es muy grande y la opresión cotidiana, ya que los campos chiquitos se van vendiendo. Pese a esto estamos de pie, seguimos haciéndole frente al modelo en defensa de nuestro sector, por el bienestar de nuestra familia.

La unión dentro de la Cuña es imprescindible a la hora de tejer redes solidarias que permitan amplificar el reclamo y las distintas reivindicaciones. “Dentro de nuestra organización, la UOCB, intervienen 600 familias que participan a través de sus huertas y granjas. Nos encontramos en el monte, criamos pequeños animales como chivos y chanchos, no contamos con tierras agrícolas, si bien hemos avanzado con pequeñas huertas. Las familias se encuentran en pleno monte ubicadas en pequeñas parcelas, muchas de ellas trabajando en campo ajeno como puesteros, de peones rurales. Hay asentamientos como los que supo haber en La Forestal en época pasada, es por ello que avanzamos en la solicitud de tierras para luego poder titularizar las mismas”.

Muchas veces se nos aísla debido a que los caminos suelen convertirse en intransitables, en donde falta el agua y la energía eléctrica entre otras cosas.

El norte profundo de una provincia que parece haberse olvidados de aquel campo que producía alimentos saludables respetando los ciclos de la tierra. “Destacando que hoy contamos con 250 títulos de la propiedad que benefician a familias que pudieron afincarse en pequeñas parcelas de 20 x 40. Esto refleja un poco nuestra realidad, que muchas veces nos aísla debido a que los caminos suelen convertirse en intransitables, en donde falta el agua y la energía eléctrica entre otras cosas. Así son los días del pequeño productor campesino en el norte de la provincia”.

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Sin dinero pero con un destino marcado, aquellos que sufren el desarraigo pasan a engrosar las cifras de las cada vez más grandes villas miserias. Son arrancados de su tierra por este modelo que los empuja a padecer un calvario con muchos capítulos. Es por ello que se organizan, luchan y resisten los embates de un modelo productivo enemigo de la vida.

Son miles de campesinas y campesinos quiénes tienen un problema en común: falta de políticas agrarias de acceso a la tierra.

En Desvío Arijón la agricultura ancestral rebrota desde la memoria, labrando el presente y futuro de las nuevas generaciones que necesitan de la tierra como herramienta emancipadora. Allí Desvío a la Raíz concentra a 45 familias que trabajan aferradas a las semillas que forman parte del 80 % de los alimentos que llegan a las mesas. “La denominada <agricultura familiar> es la que alimenta, sin embargo son miles de campesinas y campesinos quiénes tienen un problema en común, falta de políticas agrarias de acceso a la tierra. Seguimos insistiendo y demostrando históricamente que seguimos estando a la altura de la circunstancia”, sostuvo Jeremías Chauque.

Desvío a la Raíz como tantas otras agrupaciones que construyen soberanía, vienen transitando un camino dignificante que demuestra con una implacable certeza, que otra manera de producir es posible. “Organizaciones como la nuestra han redoblado el compromiso, ya que garantizamos alimentos sin agrotóxicos ni fertilizantes sintéticos, sin patrones,  sin suelos, agua y vecinos envenenados.  Contamos con la  dignidad suficiente para decidir, por ejemplo, un precio justo y popular para que  un alimento orgánico pueda llegar a la casa de todas las familias, porque ante todo comprendemos que es un derecho, no la especulación eco- empresarial miserable para aquellos que lo pueden pagar.

El sector de campesinos sin tierra quedó atado a un paquete tecnológico a precio dólar, y a un modelo agropecuario digitado por las empresas agroquímicas.

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¿Qué pasaría si esto que garantizamos fundamentalmente desde las organizaciones sociales fuera política pública? ¿Granero del mundo o chiquero transgénico  y otra baratija china más? Se pregunta Jeremías Chauque. “La producción industrial de supuestos alimentos  solo ha demostrado su capacidad para generar ganancias  arrasando, desmontando, enfermando y empobreciendo”.

Ya no hay tiempo para debates ¿O todavía hay que demostrar que el glifosato no solo es agua con sal como decía el ministro de las corporaciones Lino Barañao? “Un estado que pone en riesgo la salud, el legado cultural, profundizando pandemias con más pandemias, la soberanía y seguridad alimentaria de la mayoría hipotecando el futuro, no gobierna, solo administra una oficina corporativa. Hay dos caminos, en uno vamos a estar las organizaciones campesinas indígenas acompañando y siendo parte, y en el otro, también vamos a ser protagonistas, pero desde las calles, recordándoles, como dijo Alberto, que un gobierno popular por sobre todo, debe ser un labrador de  derechos”, concluyó.

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La UTT (Unión de los Trabajadores de la Tierra) nace como organización hace aproximadamente 10 años en los cinturones hortícolas de Buenos Aires y La Plata, entre otros. Federico Di Pasquale es vocero y referente de la UTT de Santa Fe, convocado por este diario, no dudó a la hora de sumar su voz y explicitar el camino de la organización. “Compañeros y compañeras que venían del trabajo de base en organizaciones barriales, comienzan a percatarse que había un gran sector de pequeños agricultores, empobrecidos, invisibilizados, venidos desde Bolivia para trabajar la tierra,  que estaba desorganizado y que tenía un potencial tremendo en términos estratégicos y no sólo por sus reivindicaciones gremiales más inmediatas”.

Mientras que los consumidores pagan sobreprecios, los productores no reciben un pago digno por el fruto de la tierra.

Organizarse no solo para resistir, sino para sobrevivir a los tentáculos de un modelo que transformó a un país en la República de la soja. “El sector de campesinos sin tierra quedó atado a un paquete tecnológico a precio dólar, y a un modelo agropecuario digitado por las empresas agroquímicas que deciden qué se produce, cómo se produce, y empresas que tienen el control sobre los alimentos. Hace alrededor de 4 años, la UTT, como gremio que lucha por las reivindicaciones del sector que produce los alimentos que consume el pueblo argentino, se comenzó a federalizar, estando hoy en la mayoría de las provincias del país y sumando algo así como 16.000 familias. En ese proceso se constituyó en Santa Fe, en el cinturón hortícola en Monte Vera”, cuenta Di Pasquale.

En este camino, la militancia tiene su anclaje en fortalecer los procesos de base, a través de asambleas y colaborar para que se generen las referencias en cada área de trabajo de la organización en el propio sector de los campesinos. “Es una militancia incansable, que quiere y transforma la realidad, no sólo de los pequeños productores de la tierra, sino también de los consumidores. En Santa Fe hay un grupo de compañeras principalmente campesinas, que les picó el bichito de la militancia y que están muy comprometidas: Delicia, Karla, Karina, Daría y Beatriz, solo por nombrar algunas.

No se trata solamente de elegir un día a la semana para hacer una feria de la economía popular, se trata de una disputa estructural de poder en torno a los alimentos.

Transformar el modelo productivo que está ligado al agronegocio, al empobrecimiento del sector y de esa manera poder liberarse del modelo convencional. “Proponemos la agroecología, hacer nuestros propios bioinsumos, acceso a la tierra para quienes la trabajan, circuitos de comercialización justos, perspectiva de género también en los ámbitos rurales y todo lo que tiene que ver el cambio social que anhelamos, con grandes consignas globales como la Soberanía Alimentaria y la Reforma Agraria. Pero, nosotros y nosotras a esos lineamientos los construimos todos los días desde acciones concretas: una familia que deja de producir con agroquímicos, un almacén que abrimos y que permite cadenas de comercialización más justas para los productores y los consumidores, una tierra fiscal ganada para fortalecer la producción agroecológica. Es una organización que lucha para conquistar derechos y transformar la realidad porque sabemos que contra los grandes enemigos sólo la organización cuenta como herramienta de cambio social”.

Una pulseada con el poder económico, una discusión medular con un sector que siembra y cosecha privilegios desde hace largas décadas. “No se trata solamente de elegir un día a la semana para hacer una feria de la economía popular, se trata de una disputa estructural de poder en torno a los alimentos, que debe ser un poder igual o mayor al hegemónico y eso, se hace reflexionando, pero sobre todo accionando, para modificar las condiciones de vida de los productores y de los consumidores. Una batalla cultural que nos lleva a preguntarnos por qué productores y consumidores obedecemos a un sistema tan injusto. Desnaturalizar una concepción del mundo que se tornó el sentido común; trabajar en pos de una nueva cultura, una nueva subjetividad. Es una pregunta sobre el consenso y sobre la dominación”, profundizó Di Pasquale.

Es fundamental seguir dando la discusión sobre el papel del mercado, de los privados y su gran capacidad y participación sobre la distribución y comercialización de los alimentos, sin olvidar el control que tienen los mismos sobre los precios. “Mientras que los consumidores pagan sobreprecios, los productores no reciben un pago digno por el fruto de la tierra. En plena pandemia suben los alimentos porque la verdura y la fruta que llegan a la mesa, provienen de un sistema monopolizado por mercados concentradores. Los intermediarios ganan especulando con los precios en toda la cadena. Entonces, la cosa va por conseguir trabajo digno para el productor y alimentos sanos a precios justos para todo el pueblo. Esto es así porque dependemos cotidianamente de las grandes multinacionales para algo tan naturalizado en nuestra vida diaria como comer. No sólo reflexionar y desnaturalizar un modelo impuesto, sino construir un poder tanto o más grande que el poder que hay que combatir, sino no se cambia nada. Si solamente discutimos el modelo agrario, la cadena sigue atando a productores y consumidores a las multinacionales”.

La propuesta desde las organizaciones debe ser producir sano para que todo el pueblo pueda comer, no sólo los que tienen plata.

Reflexionar sobre el alimento no es solamente pensar en cómo me alimento. Comer alimentos orgánicos no implica cambiar el modelo de explotación que produce agroecológico, ya que el consumidor suele pagar caro sin preguntarse sobre a quiénes les pertenece la mano de obra mal paga. “La propuesta desde las organizaciones debe ser producir sano para que todo el pueblo pueda comer, no sólo los que tienen plata, generando principalmente mejores condiciones para los productores. Una producción alternativa del alimento, va desde el que la produce hasta el que la consume, el precio justo es para el que produce y para el que consume, sino es algo corporativo. Debemos tener una perspectiva de clase y no solamente pensar en consumir orgánico de manera individual”.

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Entonces, es un deber y un camino, que las organizaciones campesinas y productoras de alimentos, no se queden en la acción micro y testimonial, sino que construyan mecanismos de comercialización alternativa que generen impacto y que propicien modificaciones en las estructuras de poder, porque se enfrentan a un sistema, a un monopolio del mercado concentrado y sus empresas. “Tener el control sobre el alimento tiene que ser un poder real y no será una lucha fácil. Hay que trabajar para garantizar abastecimiento a precios justos para el masivo. Generar estructuras que permitan construir poder popular, disputar con el mercado concentrador y dar también la batalla cultural contra el modelo explotador, que se sostiene porque el sentido común de los productores y de los consumidores, viene acatando y obedeciendo a un sistema hegemónico que es completamente injusto”.

Por último, el referente de la UTT de Santa Fe, acercó una reflexión que insta a repensar y a no dejar de interpelar el modelo productivo actual, pero sin antes avanzar sobre el derecho al acceso a la tierra. “Tanto los pequeños productores como los consumidores deben preguntarse, desnaturalizar formas de producir y consumir asumidas y aceptadas. Accionar como los campesinos y campesinas empobrecidas, que no tienen tierra propia, pero que son quienes ensayan las alternativas éticas y humanistas ante el individualismo y la especulación imperante de las grandes cadenas de supermercados, las multinacionales, y toda la cadena de explotación que controla los alimentos y el consumo durante la pandemia. Esto es inseparable de la profundización de un modelo productivo sin agrotóxicos, y de la lucha por la tenencia de la tierra y los derechos campesinos”.