El escritor, ex futbolista y militante de Derechos Humanos Kurt Lutman brindó una “charla integral” este jueves por la tarde en el Centro de Estudios y Formación de la Asociación Empleados de Comercio, en la planta alta de Corrientes 462. Se trató de “Deporte, arte e inclusión social” en la que se conjugan una serie de conceptos arraigados, en especial en el ámbito deportivo que, por determinadas condiciones, muchos niños y adolescentes quedan excluidos.

Lutman realiza este tipo de encuentros desde hace casi un lustro en diferentes ámbitos y en ese proceso de “ida y vuelta” con la gente que se genera un espacio para poner en tensión ese objetivo que parece ser único y hegemónico: ganar.

—Deporte, arte e inclusión social, ¿qué engloba esta suerte de mezcla de conceptos?

— La idea es poder marcar dos posiciones que suelen estar dando vueltas, una más hegemónica que la otra que es, por ejemplo en el área del deporte que es lo que se instaló con el tiempo: ganar por encima de todo. Ese deporte que vemos por televisión del que somos hinchas y que compite en alta competencia, cuando somos protagonistas de fútbol, de básquet o cualquier otra disciplina en un club de barrio, se nos hace difícil traducir esa experiencia de alta competencia al barrio, porque el barrio tiene otras necesidades.

La idea es poner en discusión y en tensión ese único  objetivo que pareciera que es ganar, con el otro objetivo que queda en una segunda instancia y oculto detrás del anterior y que suele ser vital para el desarrollo de los pibes y las pibas.

 

—En esta charlas e abordará también la violencia dentro del deporte, lo que hace también a la convivencia…

—Sí, la violencia dentro del deporte que es sería la continuidad de esto que te cuento: cuando invitamos a un marco lúdico al que invitamos a nuestros pibes y pibas, que es injusto y que deja por fuera a una enorme cantidad de pibes y pibas porque consideran que no sirven o que no pueden acercar a la institución al triunfo, ahí ya hay violencia. Y en el marco de esas micro-violencias que se dan a la hora de seleccionar a los pibes, cuando en nuestra época si uno quería participar de un club de barrio con ir e inscribirse estaba bien, hoy se cambió la inscripción por la prueba de esos pibes y pibas. Entonces, lo que suele suceder es que, en un contexto de juego, se empiezan a suceder otras violencias.

— ¿La competitividad es una de ellas?

—Sí, pero ¿de qué manera encaramos la competencia? Yo creo que es una linda herramienta para los clubes y los clubes hacen lo que pueden con eso. El tema es que culturalmente vienen sometiendo a una mirada que es extremadamente excluyente que tiene que ver con el deporte para pocos, para los que saben, entre comillas, y ese concepto “para los que saben” se fue transformando desde una mirada rígida y elitista y la gran mayoría de los pibitos y las pibitas tienen que llegar aprendidos a jugar, cuando en realidad a lo que llegan a jugar es para aprender. Y, en ese proceso de errores y descubrimiento que es el juego, no hay tiempo porque lo único que se busca es el triunfo.

—Los ámbitos públicos y privados en deporte y cada vez menos potreros…

—Creo que haría una separación entre el Estado y los clubes, porque en los clubes están las mamás y los papás haciendo lo que se puede y traduciendo esa mirada que fuimos aprendiendo con el tiempo y que está viciada por la alta competencia, tratando de traducirla al club del barrio para que el club siga con vida. Por otro lado, hay políticas públicas que fueron desapareciendo y son tiempos en que el Estado se ha ausentado y los clubes son lugares vitales.

Pospandemia

Los clubes son vitales, incluso en pospandemia, en lo que pasamos como pueblo. Es un lugar adonde los pibes tienen que volver a sonreir, pero si los clubes no pueden pagar la luz, porque se sienten ahorcados con el tema de los impuestos, se hace difícil. Creo que hay mucha tela para cortar allí y los que más pueden dar cuenta de esa ida y vuelta con el Estado son los dirigentes, los papás y las mamás de los pibes.

—¿Cómo es que juega el arte en esta charla?

—Juega de la misma manera. Nos acostumbraron a que no nos consideremos artistas hasta que uno saca un libro, saca un segundo o se sube a cantar a un escenario que está legitimado como el de Cosquín, en el caso del folclore. Porque si no es así, pareciera que el arte que hacemos es de segunda mano: cantores de sados, escritores de redes sociales. Todas categorizaciones que están recontra instaladas y también vienen de la mano de este sistema de creencias. Yo muchas veces en las charlas pregunto ‘¿quién se considera futbolista?` muy poca gente levanta la mano. En cambio, cuando pregunto quién juega al fútbol, la mayoría levanta la mano. Lo mismo pasa en el arte: cuando pregunto quién escribe en su casa, quien baila, quién canta en la ducha o hace arte cotidianamente, encontramos ese defasaje que nos excluye y deja por fuera a gran parte de la población.