Por Belén Corvalán 

Pichincha es un barrio emblemático de la ciudad, reconocido por ser uno de los espacios que sobrevivió al paso del tiempo, y supo transformarse para continuar conservando su atractivo.

Dueño de una arquitectura única, con una impronta particular, fue ícono de un importante periodo histórico tanto para Rosario como para el país.

Con una historia que lo define y caracteriza, marcada por un pasado prostibulario; hoy es protagonista de un “revival”, que la consolida como una de las zonas “top” de la ciudad, elegida por rosarinos y turistas por la cantidad de ofertas en modernos bares y restaurantes.

Sin duda que es uno de los sectores que se encuentra en permanente auge, sobre todo en el rubro de la gastronomía. Según los datos públicos difundidos desde la Secretaria de Producción municipal, el Centro Comercial a Cielo Abierto Pichincha (CCCA), es decir, la zona delimitada por Bulevar Oroño, Francia, Tucumán y Rivadavia cuenta con 88 locales comerciales del rubro gastronómico exclusivamente, que ofrecen una amplia variedad en platos gourmets. Incluyendo el rubro alimentos y bebidas, el total asciende a 143 comercios.

Durante el año 2015 se relevaron 72 locales dedicados a la gastronomía e incluyendo el rubro alimentos y bebidas el número asciende a 123 radicaciones, es decir, que en el lapso 2015-2017 se refleja un crecimiento del 16% en los rubros mencionados.

Mientras que en el año 2013, los datos indicaban en total 56 locales gastronómicos. Incluyendo el rubro alimentos y bebidas, el número ascendía a 77 locales. Por lo tanto, del 2013 al año corriente se registra un crecimiento exponencial de locales del 85%.

Germán Brunner, administrador de la Asociación civil de Mercado Pichincha, que nuclea un total de sesenta comercios gastronómicos, de arte, y diseño de la zona, expresó que “El barrio tiene su mística, junto a una arquitectura interesante. Todo eso sumado a que en un solo lugar tenés opciones desde comer, o ir a tomar un trago”. Agregó: “Se hace como una especie de mini shopping a cielo abierto, con lo pintoresco de encontrarse con lugares tradicionales como la mercería, que tiene más de treinta años de historia. El rosarino cuando quiere salir el fin de semana, sabe que Pichincha es la primera opción que tiene en la cabeza”.

“La ciudad de los burdeles”

Este barrio antiguo, que fue mutando con el paso del tiempo, y que actualmente encuentra su identidad de la mano de la gastronomía y de casas de antigüedad, hace unos cuantos años atrás, poseía otro foco de atracción que lo hacía concurrido.

Si bien la historia del barrio está ligada a un período esplendoroso, por su ubicación estratégica portuaria, que la hizo protagonista de un amplio desarrollo productivo para la ciudad, conlleva una contracara asociada a un pasado oscuro vinculado a la trata de blancas.

Hacia fines del siglo XIX, Rosario se convirtió en el principal puerto cerealero del país, que representó una época de auge productivo que le valió el bautismo de la “Chicago Argentina”.

Carlos Bonilla, autor de la novela “Pichincha”, ha dedicado largo tiempo en realizar una ardúa investigación acerca de esta histórica zona. En diálogo con Conclusión explicó que el barrio ubicado cercano al puerto, propició el tráfico de mujeres para el negocio millonario de la prostitución.

“La proliferación de los burdeles, o de las “casas de tolerancia”, como eran denominadas en ese entonces; respaldados por rufianes y madamas, mantenían el ritmo prostibulario de la zona”, manifiesta el autor, quien volcó lo relevado en las hojas de su libro.

Según explica, la prostitución era un negocio que era aceptado socialmente, ya que desde el año 1874, bajo la ordenanza número 32, emitida desde el Municipio de Rosario, se habilitaba a la instalación de burdeles en donde las mujeres trabajaban bajo ciertas legislaciones.

Hay que tener en cuenta, que la sociedad de ese entonces estaba regida por otros códigos y valoraciones, en donde la posición que ocupaba la mujer era un lugar de cosificación carente de gozar de ningún derecho, y supeditada a los deseos del hombre, a quienes se le concedían ciertos “permisos”. “La mujer era un objeto, se compraba y se vendía”, afirma Bonilla.

A finales del siglo XIX, Pichincha fue sede de los burdeles más reconocidos y de mayor lujo de la ciudad, que significó un negocio millonario para quienes estaban involucrados.

Según cuenta el novelista, originariamente este tipo de lugares se encontraban en la zona céntrica, pero por las quejas que ocasionaba entre los vecinos, fueron desplazados cerca de los ferrocarriles y del puerto. “La idea era que queden por fuera de la ciudad, ya que en la Rosario de ese entonces, después de lo que actualmente es Bv. Oroño, no había más que descampado”, destaca.

Hacia el año 1896, los informes municipales de la época confirman que había alrededor de sesenta y pico de prostíbulos en la ciudad, cifras que le valieron a Rosario la caracterización de “la ciudad de los burdeles”.

En el centro del barrio, se levanta la estructura edilicia de lo que solía ser el clásico burdel “Madame Safó”, conocido por la calesita que había en su interior, en donde las mujeres eran expuestas, que hace unos años atrás supo recibir una numerosa cantidad de visitantes. Hoy es el Hotel alojamiento “El Ideal”.

Según explica el autor, el cierre de este tipo de locales arrancó con la investigación del Comisario Julio Alsogaray, quien más tarde escribió un libro. La decadencia del negocio de la prostitución comenzó en 1932. “Los concejales de aquella época tuvieron el honor de firmar la ordenanza número siete, en la que se les notifica a los burdeles que debían ser cerrados”, expresa el novelista.

Años pasaron para que el barrio se reconstruya en lo que hoy es. Protagonista de una intensa actividad comercial, con propuestas renovadas, pero aún así conservando la esencia que lo hace único.