Por Guido Brunet

Mefro Wheels estuvo a punto de cerrar sus puertas cuando los propietarios de la fábrica de llantas, de capitales alemanes, decidieron dejar de producir en enero de este año. Pero sus 170 trabajadores no se dieron por vencidos.

Los responsables de la firma comunicaron que abandonarían el país y desde allí fue todo incertidumbre, excepto la tenacidad de aquellos que tienen en sus manos la producción. Fue así como luego de cuatro meses de diálogo e insistencia, llegó la oferta de la firma Cirubon S.A., que mediante un convenio con Nación y Provincia, se hará cargo de la única fábrica de este tipo del país.

Ahora, a un día de concretarse definitivamente el acuerdo con la empresa de autopartes rosarina, la lucha de los trabajadores de Mefro Wheels se observa como un ejemplo. Su persistencia y unión logró que puedan acceder a ese objetivo en común: nada menos que recuperar el pan que perdieron estos meses.

Conclusión dialogó con Miguel Valentino, Fernando Ortolani y Alfredo Lo Coco, operarios de la fábrica, quienes hoy pueden respirar tranquilos debido a la situación ya superada y cuentan con orgullo la pelea que emprendieron los trabajadores, que no dejaron que se cierren ni un solo día las puertas de la fábrica.

“Vivimos penurias”, comienza diciendo Miguel Valentino. “Pasamos Fin de Año y Pascuas en medio de este conflicto. Pero logramos que la fábrica no cerrara, que nuestros compañeros siguieran trabajando y que se nos reconozca la antigüedad”, cuenta Miguel y mientras lo hace su voz adquiere otro color.

Miguel se desempeña en el sector de Inspección Final, donde “controlamos que la rueda esté perfecta para luego llevar a pintura para que se pueda comercializar”. “En otro trabajo también estuve ahí, siempre en Inspección Final”, detalla Miguel.

El hombre se recibió de Técnico Mecánico y empezó en Marmetal dentro del área de mantenimiento. Luego, pasó a Lambda Motores Eléctricos, donde vivió la experiencia de perder su trabajo un 15 de diciembre de 1997. Pero halló  rápidamente un lugar en Cimetal en enero de 1998.

En 2001, la fábrica de ruedas quebró, pero Miguel tuvo la “suerte” de permanecer en lo que sería Mefro Wheels. Él, como varios de sus compañeros, continúa desde aquella época. Aunque no todos corrieron la misma suerte. “Es muy doloroso ver a compañeros tuyos que cuando van a trabajar le dicen que ya no pertenecen más a la empresa. De la noche a la mañana te quedás afuera”, sintetiza Miguel.

“Perder el trabajo y quedarse en la calle es como que te sacan una parte del cuerpo. Es muy doloroso y muy angustiante. Uno siempre cumplió, nunca faltó, hacía bien su trabajo, pero se queda sin empleo sin ser culpable de nada”, expresa desorientado el hombre.

“Quedarse sin trabajo, en la calle, es como que te saquen una parte del cuerpo”

Valentino prosigue: “Es terrible, uno se enferma, acumula stress. Al trabajador es al que le toca la peor parte”. La situación fue “muy desgastante”. “Hubo compañeros que hasta pensaron en suicidarse”, revela.

En contraposición, Miguel describe las sensaciones de regresar al trabajo: “Es saber que uno va a volver a lo suyo, que va a volver a ser útil a la sociedad”.

“Agradezco a Dios que la fábrica va a abrir, pero lo que pasamos nosotros no se lo deseo a nadie”, resume Valentino.

Fernando Ortolani es un “enfermo” del trabajo. Hace doce años que es empleado en la planta -ingresó cuando era Ferrosider- en la parte de cataforesis (pintura) y hace siete años que opera una maquinaria en el área de llantas. Comenzó a trabajar a los 19 años en una casa de iluminación de Rosario y desde allí siempre se desempeñó en fábricas.

Cuando los capitales de Mefro Wheels se marcharon fue elegido como veedor por sus compañeros, puesto en el que debía realizar un control de la parte administrativa y comercial de la compañía. Sin embargo, se define de otra manera: “Yo soy oficial múltiple”. Y explica que se encarga de manejar una máquina que suelda los aros de la llanta.

 

Luego de su horario en la fábrica colabora en una cochera de su familia, así que Fernando se considera un “enfermo” del trabajo. Por lo que “si me quedara sin laburo me volvería loco”, sentencia.

Es por ello que vivió estos meses “con mucha tensión”. “Realmente es horrible”, asegura. Pero su esencia no lo dejó ser pesimista. “Siempre pensé que se iba a salir, hay que tener fe”, manifiesta Fernando. Es por su confianza en la resolución del problema que en ningún momento se permitió pensar en una resolución negativa.

“Nunca se me pasó por la cabeza que la fábrica iba a cerrar. De ninguna forma lo íbamos a permitir. En los momentos que surgía esa posibilidad estábamos cien personas al pie del cañón como para no dejar que nos saquen la libertad de poder laburar”, afirma sin dudar.

“De ninguna forma los trabajadores íbamos a permitir que la fábrica cerrara”

Durante esos meses les robaron ocho veces, oportunidades en las que debieron ir de madrugada a la fábrica. Pero a pesar de ello, nunca claudicaron. Aunque la situación no fue fácil por la “incertidumbre” acerca del futuro de la empresa. “No sabés qué va a pasar, si vas a cobrar algo o no”, comparte aquellos sentimientos Ortolani.

Más allá de todos los obstáculos que debieron afrontar, Fernando destaca el apoyo tanto del sindicato (UOM) como de los concejales y agradece al gobernador Lifschitz y al ministro de Producción Contigiani, que “estuvieron desde el comienzo y nos dieron una mano muy importante”.

El ahora veedor destaca que, sin dudas, fue la lucha y la alianza de los trabajadores la que permitió que la empresa siguiera funcionando: “El esfuerzo que hicimos fue fundamental para poder estar donde estamos hoy. Estoy orgulloso de mis compañeros. Y se generó una unión muy importante en estos cuatro meses, hace rato que no veía algo así”.

Pero Fernando no se conforma con lo conseguido: “El próximo objetivo es hacer que la fábrica funcione como hace unos años atrás”.

Alfredo Lo Coco está ansioso. “No veo la hora de volver a trabajar y ponernos a hacer lo que sabemos hacer”, establece casi con desesperación.  “La incertidumbre nos estaba matando. La peleamos con todo hasta que pudimos salir adelante”, remarca.

El hombre hace 25 años que trabaja en la fábrica y comparte sección con Valentino en Inspección Final. Ya había atravesado la quiebra de Cimetal, pero nunca se imaginó tener que vivirlo nuevamente. “Y espero no volver a pasar por lo mismo nunca más”, se ataja.

“Perder el trabajo es como perder un poco de dignidad. El empleo dignifica y quedarse sin él es duro”, describe sus sensaciones Alfredo.

“Perder el trabajo es como perder un poco de dignidad”

Aunque aquella, la de 2001, fue una quiebra con continuidad, ya que nunca se cortó la producción, los empleados perdieron todos sus derechos. A diferencia de esta etapa en donde se resguardó la antigüedad de los que provienen de Mefro Wheels.

Incertidumbre. Ese vocablo rebota con fuerza en los discursos de los tres hombres y de los 170 empleados de la fábrica. No saber qué va a ocurrir con el futuro de la fábrica y por ende el de cada uno de los que allí trabajan era una carga casi tan pesada como las máquinas que manejaban. Excepto que esa situación era impredecible. Lo único cierto en todo esto era que los trabajadores no bajarían los brazos para poder seguir produciendo.

Así fue como, a pesar de la fuga de los capitales de la compañía, la planta nunca cerró sus puertas y los empleados se presentaban cada día como si la producción continuara. La máquina nunca dejó de funcionar, no sabían de otra cosa. Porque en una fábrica de llantas los motores nunca se detienen. Y así seguirán.

La familia es también un elemento recurrente en los relatos. Ya que sin su apoyo “esto sería imposible llevarlo adelante”, confiesa Alfredo. “Mi familia no me dejó caer, me dio fuerzas para seguir adelante, su apoyo fue fundamental. Como también fue importante el respaldo de los medios”, aclara agradecido Miguel.

 

Durante los cuatro meses que se extendió el conflicto, un grupo de unas treinta personas jamás dejó de ir a la fábrica. Es que, más allá de ser su obligación, el sentido de pertenencia de los trabajadores para con la empresa es muy fuerte, porque, como dice Miguel: “Consideramos a la planta como una parte nuestra”.

Por supuesto que también existía la necesidad de generar ingresos, por lo que los trabajadores apelaron a finalizar las llantas que habían quedado inconclusas para intentar venderlas y así obtener algún dinero. Incluso llegaron a hacer funcionar el lugar quince días en enero utilizando plata de su bolsillo con el fin de que si había un comprador encontrara la fábrica lista para seguir.

La oferta, en definitiva, llegó y, gracias a la lucha de sus empleados para defender sus puestos laborales, se estima que entre junio y julio la planta volverá a producir.

Con cuatro meses encima de angustia e intranquilidad, los trabajadores, que ahora respiran calmos, exteriorizan sus sensaciones. “Es como un regalo por el 1º de mayo”, manifiesta Fernando. “Ahora vamos a poder festejar el Día del Trabajador”, finalmente puede decir Miguel, como el resto de sus compañeros.