Foto: Fernando Javier Sturzenegger

Por Alejandro Maidana

Parece una historia típica de Stephen King, pero escrita con la pluma de la impunidad que empuña de manera burlona la producción agrícola industrial. Una novela con un sinfín de capítulos, en donde la protagonista se debate entre el desconcierto, la impaciencia y una rabia imposible de ocultar. Podríamos adelantar el fin del suceso, ya que el mismo se ha tornado antojadizo, pero en esta lucha por la dignidad y los derechos cercenados, es la conciencia colectiva quién tiene la posibilidad de brindar la última palabra.

La provincia de Entre Ríos, como gran parte del territorio nacional, viene sufriendo los azotes de un modelo productivo impiadoso a la hora de imponer su paquete tecnológico, con imprescindible anclaje en los agrotóxicos. La ruralidad ha mutado de manera escandalosa, la biodiversidad, los olores, colores y sabores, fueron desalojados para abrirle paso a un monocultivo que trajo consigo un puñado de contundentes pestilencias.

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El modelo extractivista, fetiche de absolutamente todos los gobiernos, sigue oficiando de garante de un desbocado índice de pobreza. No hay salida alguna profundizando estas atroces prácticas, como tampoco intención política de iniciar un proceso transformador que pueda desembocar en un nuevo paradigma en la manera de producir.

Un país que concentra casi el 93% de su población en ciudades y grandes pueblos, obligada en gran parte a migrar del campo por lo expulsivo del modelo, no puede resolver el problema del hambre, la nutrición y el acceso a una alimentación saludable ¿Por qué? Sencillamente porque su matriz agroexportadora necesita de commodities, bienes transables y los «daños colaterales» son parte de un juego que desnuda la inviabilidad de sus prácticas a la hora de debatir la construcción colectiva de una Argentina equitativa.

Receta vencida 

El Sexto Distrito es una localidad que se encuentra ubicada entre las ciudades de Victoria y Gualeguay, rodeada de campos y sembradíos de transgénicos. Allí ha comenzado la cosecha de denuncias y reclamos por el accionar inhumano de propietarios y arrendatarios de tierras. Si bien puede no resultar sorpresivo, la modalidad es dueña de una arbitrariedad que espanta.

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A Zulema Scansi, incansable defensora de una huerta azolada por los venenos, al igual que su pozo de agua y animales, la siguen fumigando de manera escabrosa. Solo 50 metros la separan de los mosquitos fumigadores que asperjan muerte en pequeñas gotas, ni la pandemia y sus restricciones pudieron frenar a una actividad contaminante considerada increíblemente como esencial.

“Tengo severos problemas respiratorios y los cornetes de la nariz quemados producto de las constantes fumigaciones. Distintos facultativos médicos que me han atendido coinciden que mis afecciones son producto del uso de agrotóxicos”, supo decirle a este medio meses atrás cuando su humanidad era nuevamente pisoteada.

Pude conseguir fotografiar la receta vencida gracias a que se la arranque de la mano a la persona que fumiga.

El pasado viernes 5 de febrero, cerca del mediodía, en un día de muchísima humedad (algo que debió impedir la acción), a Zulema Scansi la volvieron a fumigar con una deleznable particularidad, en esta oportunidad lo hicieron con una receta agronómica vencida y con la policía como garante de la misma. “Pude conseguir fotografiar la receta vencida gracias a que se la arranque de la mano a la persona que fumiga, de lo contrario no lo hubiese podido comprobar. Estoy atravesando un cuadro de descompostura y problemas respiratorios, recordando que sufro de asma”, expresó la vecina del Sexto Distrito en comunicación con Conclusión.

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Desde que las fumigaciones me han invadido, mi cuadro de asma se agravó y los mareos persisten, sinceramente ya no se qué hacer.

Resguardo policial 

La fuerza policial y un triste papel, cómplice de un accionar ilegal que merece todo el repudio y el accionar judicial correspondiente. “Quiénes debieran velar por nuestra seguridad, parecen ser socios de los envenenadores. Desde que las fumigaciones me han invadido, mi cuadro de asma se agravó, mientras que los mareos persisten, sinceramente ya no se qué hacer. Soy una mujer sola que se las arregla para cuidar a sus animales, el atropello que padezco es intolerable, lamentablemente tanto el estado como la justicia prefieren mirar hacia otro lado”, indicó.

Mientras que distintos Investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -Conicet- revelaron que Entre Ríos registra niveles de acumulación del herbicida cancerígeno glifosato, de los más altos que existen a nivel mundial. Algo que parece no llamar la mínima atención del poder político local y nacional, Argentina concebida como tubo de ensayo de las corporaciones que parecen encontrar en este expoliado país, su espacio experimental a cielo abierto.