Por Carlos Duclos

Algunas actitudes de los seres humanos mueven a indignación, a enojo; pero para otras acciones humanas no hay lugar para tales sentimientos, de ningún modo. Ante ciertas palabras y  acciones de unos, el corazón de otros sólo siente tristeza. Son los corazones de aquellos que cuanto menos buscan la verdad, esos que pretenden llegar a una parte sustancial de la vida. Y este breve prólogo está vinculado a ciertas conductas, palabras, que desde el volcán del odio, del fanatismo, salieron como violenta erupción luego de que el Papa Francisco le enviara a Milagro Sala un Rosario bendecido.

Algunos, desde luego, son inocentes, no tienen responsabilidad por sus palabras tan filosas, cortantes e hirientes arrojadas contra Francisco, porque como bien dice el Evangelio, puntualmente Jesús: “si fuerais ciegos no tendrías pecados”. Es decir, si no conocieras la verdad, si fueras ignorante de la ley, de los principios divinos, si carecieras de capacidad para discernir y comprender sobre el amor, sobre lo que debe hacerse, entonces no se te contaría el mal que haces. Y algunos no tienen noción de lo que dicen y por tal razón no son responsables.

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Sin embargo, algunos saben muy bien que Jesús dio un mandato insoslayable para sus seguidores, contundente: amar. Amar incluso al enemigo. El Evangelio está plagado de ejemplos sobre esta cuestión. Jesús habla sobre el amor de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos; habla de poner la otra mejilla y mucho más.

Pero hay un pasaje paradigmático de este ser que ha sido dado en llamar la Luz del Mundo. Es bueno reproducirlo, porque así algunos podrán comprender mejor la actitud del Papa Francisco. «En determinado momentos los discípulos le preguntaron:  Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?  ¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos o desnudo, y te cubrimos?  ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos á ti?  Y respondiendo el Rey, les dirá: de cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles: porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui huésped, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mí lo hicisteis”.

¿Cómo entonces algunos pretenden que el Papa no tenga en cuenta a una mujer presa en su Patria? Como ha tenido en cuenta a otros presos del mundo; como ha visitado saliéndose del protocolo, a ancianos pobres; como ha invitado a pernoctar a mendigos a las fastuosas edificaciones del Vaticano.

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Lo triste es que a algunos el odio les inflama el corazón. Y algunos, como la señora Elisa Carrió,  quien hasta no mucho aparecía en los canales de televisión llena de misticismo y con un Santo Rosario en la mano, dan mucha más pena. Porque ella se llenó la boca hablando de los principios evangélicos, del Talmud, pero ahora ha negado al Papa y ha dicho “a Roma no voy”. Sus declaraciones han sido nefastas, tan nefastas como las de otros cristianos de plastilina que al menor compromiso con Cristo huyen. Y a veces huyen por razones políticas.

¡Ah, eso sí! “El Papa no debe involucrarse en política”, braman algunas voces. Voces que no saben qué cosa en realidad es política y no entienden (o sí, y por eso protestan) que sólo la buena política salvará a la humanidad.

Mal que les pese a algunos, y ya para finalizar,  la Iglesia (entendida como Cristo conduciendo, como cabeza) jamás ha sido ni será liberal. La Doctrina Social de la Iglesia, aunque algunos de sus integrantes la hayan ninguneado, tiene una base evangélica contundente: la economía al servicio del hombre. Y esta es la doctrina fundada por Nuestro Señor Jesucristo quien, como bien se aprecia en su misma vida y plasmado en los Hechos de los Apóstoles: todo es de todos. Esto nada tiene que ver con el marxismo, ni con la teología de la liberación, ni con el neoliberalismo, ni con el liberalismo, sino con algo que podría traducirse como una genuina justicia social (que a algunos no conviene).

Y un final: estas palabras no van a favor de Milagro Sala, que la justicia haga con ella según corresponda. Estas palabras van dirigidas a tanto odio, tanto rencor, tanta mezquindad que ponen un precio alto a toda la sociedad, que será más caro para nuestra descendencia.

En fin, que para algunos hoy Francisco es un demonio que regala Rosarios.