Por El Comentador de Occidente

Somos buenos, somos malos, somos los argentinos, sudacas pero de lo mejor. Somos muy inteligentes pero algo negligentes, sufrimos de carencia de amor. All you need is love, Argentina. Inventamos la birome y las huellas digitales pero nadie nos lo reconoció. A Inglaterra derrotamos, no en el campo de batalla, pero sí con una “manito de Dios”. Somos piolas, perezosos y viciosos, soñamos con un mundo mejor.

Charlatanes, revoltosos, desconfiados y morosos, cuando algo no nos gusta armamos una revolución. Somos genios, competentes, ricos del suelo a la gente pero vivimos copiando al exterior. No nos falta casi nada pero eso no es suficiente; este es un pueblo en permanente insatisfacción.

Que los argentinos somos gustosamente indefinibles no creo sea una novedad para nadie. Este crisol de razas, como nunca, se fue transformando en este crisol de identidades.

Que somos los argentinos difícilmente encasillables, tampoco parece ser un dire novo. Basta con recorrer con un cierto criterio de autocrítica y recoger aquello de lo que opinan de nosotros en el mundo. El…¡cuidado hay un argentino suelto!, es algo tan comprobable como la deliciosa ingestión de “nuestro” inimitable dulce de leche.

Bandeados, fanatizados, descomprometidos, piolas, re piolas, tramposones, advenedizos, también gozamos de ser los “europeos” de la benemérita Sudamérica. El binarismo, el clasismo, la grieta, unitarios y federales, desintegrados…(léase: mal integrados), transitamos como si nada de cinco nóveles a la suprema santidad, de Eva al Che, de Maradona a Messi, pero también de Moreno a Nisman.

Argentina país generoso, insaciable, acogedor y necio. Subidos a la cúspide de la materia gris nos la pasamos aspirando el polvo del fondo del pozo. Idas y vueltas, abajo arriba, adentro afuera, y téngase en cuenta que ni siquiera he delineado si estoy hablando de política, de deportes, de cultura, etcétera, etcétera.

Que los argentinos nos la pasamos buscando soluciones a nuestros problemas no creo que sea algo que se me haya ocurrido aquí y ahora. Y que los argentinos nos la pasamos buscando problemas a cada solución lograda, tampoco. Bueno, quizás sea una contradicción o una contrariedad manifiesta y constitutiva de una “melaza” que aún no alcanzó su definitiva constitución. Porque los argentinos parece como si hubiésemos llegado al objetivo, pero también parece que siempre estamos allí como por alcanzarlo.

Inconclusos, coitointerruptistas, lenguaraces, autodidactas, blasfemos y soberbios. Que los argentinos tengamos esta sintomatología no parece ser algo que nos preocupe, tampoco tenemos previsto a ojos vista intentar recuperarnos. Es más, siempre sentimos esa rara compulsión de querer seguir siendo así. ¿Nos encanta? ¿Somos hijos del rigor? ¿Estamos tan hipotecados de goce? Pregunto: ¿hay psicoterapia de pueblos? Nada, nada de todo eso. Nosotros los argentinos somos así, rebeldes, inconformistas, desafiantes, insatisfechos, torcidos, engañeros, desconfiados, pillos y santulones, geniales e impotentes. Y de tan vivos nos tragaron, nos dejaron en pelotas. Nos robaron hasta el corazón. Pero igual los argentinos devolviendo golpe a golpe subsistimos sin matar la pasión. Como nobles adolescentes, golpe a verso y verso a golpe nos aferramos a la labia, y nos inventamos algún relato furtivo y tranquilizador de vez en cuando. Game is over, Argentina; por eso vermouth con papas fritas…y ¡good show! Es que somos tan insoportables como necesarios en esta moderna ecología de la vida, la reserva de la humanidad, que sin ser ni pretender ser el corazón ni el cerebro del planeta, siempre nos hemos conformado al menos con ser el culo del mundo. Igual juremos con gloria morir. Oooohhh, juremos con gloria morir… (chan, chan, chan, chan, chan, chan).

Nota del autor: A las 17 del domingo 22 de noviembre (o sea antes del resultado del balotaje por si alguno cree que lo digo porque gané o perdí, ji ji ji).