Por Carlos Duclos

Algunas cosas están sucediendo en el mundo y en Argentina, no son cosas buenas, nada buenas. Mejor decir que son malas, muy malas. Tales cosas están matando al ser humano o lo hieren sea en su cuerpo, en su mente o en su espíritu. De todos modos, las heridas infringidas al orden mental y espiritual siempre acaban con el cuerpo. La neurociencia, la psicología lo ha demostrado.

El mundo está sosteniendo, desde hace bastante tiempo, una guerra invisible, una guerra injusta en la que hay dos bandos: los  armados que disparan y los desarmados e inocentes que son heridos y muertos. Que suceda en esta altura del desarrollo humano es intolerable.

Sí, parece un disparate, parece un escenario pesimista y oscuro, pero… ¿lo es? Una vez un dirigente de la Daia le dijo a quien esto escribe en medio de un acto: “Alguien que observa el escenario oscuro y lo expresa con el deseo de advertir a sus hermanos, no es un pesimista, sino un optimista informado con deseos de ayudar”.

Hay una guerra invisible en el mundo en la que está muriendo mucha gente. Mueren sueños, mueren oportunidades, mueren derechos, muere la dignidad que todo ser creado merece. Mueren a manos de ese bando armado con poder, dinero, ávido de más dinero, de más oro. Ese bando formado por la casta infame de algunos políticos gobernantes, quienes con sus medidas tendientes a satisfacer sus necesidades propias y fiscales, no tienen reparo alguno en ahogar al ser humano inocente en el sufrimiento emocional. Ese bando formado por mal llamados “empresarios”, que priorizan patológicamente sus ansias de oro por sobre la vida de los inocentes y desarmados. Ese bando integrado por gremialistas discípulos de Judas.

Todo este abigarrado grupo conformado por personajes nefastos, algunos mentirosos que prometen y luego no cumplen, están matando en una guerra invisible, injusta y desigual, a millones de inocentes. En aras del oro, como los traidores a Dios que adoraban al becerro de oro al pie del Sinaí, no les importa contaminar la Tierra, explotar a sus hermanos rebajándolos a esclavos modernos, a quienes se les quiere hacer creer que gozan de derechos y libertades. ¡Falsos! ¿Qué libertad puede tener un desocupado o un trabajador o jubilado que percibe un salario de 15.000 pesos por mes ¿Alcanza eso para vivir con dignidad? ¿Qué libertad puede tener un niño que va muriendo por culpa de la maldita burocracia de la sanidad o porque esta misma noche su panza dolerá pues no tiene para comer? ¿De qué libertad se habla cuando un ser humano es rematado a balazos para ser robado?

Tanta es la falacia, que ahora en esta Patria para legalizar la atrocidad, para disfrazar la mentira, al Impuesto a las Ganancias (entre otras injusticias que se cometen contra los trabajadores o menos pudientes) le quieren llamar “Impuesto al Ingreso”. Pero no es sólo este gobierno de turno que ha mentido tanto como los anteriores, han sido casi todos y en todas partes. Hay excepciones políticas, sí, claro, que “casualmente», nunca llegan al poder.

¡Ah! Pero la casta está siempre en sus cosas, pero no en la cosa del corazón del hombre inocente común, ese que sufre cotidianamente y que a veces, con frecuencia, se le agotan las fuerzas para seguir sobreviviendo y termina llorando solo, en un rincón de su miseria, viendo como sus hijos son vilmente crucificados por los que sirven al sistema.

Hoy, los señores y señoras (algunas burdas y grotescas figuras que se quejan si la prensa dice algo que les molesta) alejados del verdadero Dios y adorando al oro y al poder (o al demonio mismo), están ocupados en otra cosa “importante”: las roscas, alianzas, trenzas para ver como siguen en el puesto, como no pierden el poder, cómo obtienen más poder. Mientras tanto, las balas de la injusticia sigue matando corazones en esta guerra invisible que se libra en todo el mundo y en esta Patria.