Por Carlos Duclos

Otra vez la desesperación extrema, el dolor infinito, el horror incomprensible se apoderó no ya de Francia, no ya de Europa, sino del mundo. Otra vez una naturaleza alienada y perversa asestó un mazazo demoníaco y asesinó a más de 80 personas, a más de 80 inocentes, muchos de ellos niños.

En este caso se ha tratado de una mente manipulada por perversos que han hecho de Dios una máquina de matar, que han burlado y siguen burlando descaradamente la verdadera ley de Dios que suena en todo el universo y que dice: “amarás a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu alma, con todo tu corazón y a tu prójimo como a tí mismo”.

Sin embargo, algunos entes del islam fundamentalista, extremista y terrorista, que usan al islam en realidad, pero no lo respetan, le han dado la espalda a los principios divinos y ponen en boca de Dios hasta la virtud de la misma muerte de inocentes.

Cualquier teólogo cristiano tendrá bastante razones para preguntarse si todo esto no es la preliminar de la aparición del anticristo.

Ayer la costa de Niza, esa avenida y esa playa preciosa en la que pasean franceses y turistas de todo el mundo, fue escenario de la muerte, escenario de vidas truncadas, de familias devastadas, de sueños aniquilados para siempre y de corazones de hombres de buena voluntad que no alcanzan a comprender tanta barbarie.

Le pese a quien le pese, debe decirse algo que disgusta a muchos, pero que forma parte de la realidad: Europa ha sido invadida por el mal. El mal reside en sus entrañas y, como queda demostrado, son vanos los permanentes y exhaustivos controles de seguridad en aeropuertos, estaciones de trenes para detectar terroristas que vienen de otros países. Las autoridades europeas no tienen control, y está a la vista, de la situación. Y ello es así porque sencillamente el terrorismo y los terroristas han nacido ya en Europa. No necesitan volar desde países como sucedía en décadas pasadas. Están adentro.

Pero es muy justo y extremadamente necesario, señalar que así como Europa tiene en sus entrañas al terrorismo, también lo tienen los países árabes. El reciente atentado en Turquía, entre otros, es una muestra. Y es más, también lo tienen en su seno los buenos y grandes musulmanes que han sido y son víctimas de este fanatismo y que deben pagar injustamente por la alienación de unos locos malvados que manipulan las mentes de algunas personas permeables, haciéndoles creer que matar complace a Dios.

Toda esta situación, anunciada ya en algunas columnas de opinión hace unos años, como lo hicieron otros colegas y estudiosos de ciertos temas, lamentablemente se irá incrementando y quien piense que todo esto es parte de una tierra lejana y que jamás podrá suceder en Argentina, sería bueno que recuerde que el lunes se recuerda el triste atentado contra la Amia, en el que murieron judíos, no judíos, jóvenes, hijos, padres, sin que hasta el momento se haya hecho justicia.

Las autoridades del mundo occidental y no occidental, cristiano y no cristiano, a veces cómplices con sus políticas de estas catástrofes, deberían empezar a comprender que las declamaciones no sirven cuando el mal asesina.

Tal vez no quieran comprenderlo, tal vez no les importe demasiado que se produzcan estos golpes mortales a inocentes.