Hacia junio de 1966, el comodoro retirado Juan José Güiraldes, director de la revista Confirmado y sobrino de Ricardo Güiraldes, decía: “Si para salvar…la constitución, un nuevo gobierno debe negarla de inmediato, habrá que optar”. Era la confirmación de que el golpe estaba en marcha, tanto que finalizaba su nota advirtiendo: “…creo que sólo un milagro salva a este gobierno”.

Tres años antes, el 7 de julio de 1963, Arturo Illia había sido electo presidente de la Nación. El contexto de debilidad del sistema institucional que proscribió la participación del peronismo, quedaba al descubierto con la humorada popular, que se jactaba de que el país contaba con tres presidentes: Illia, electo; Guido, interino; y Frondizi (depuesto en 1962), el constitucional. Las elecciones de 1963 marcaban también la debilidad del sistema partidario: una atomización de fuerzas había dado apenas un 25% de los votos para la fórmula ganadora.

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El gobierno de Illia, “custodiado” por las Fuerzas Armadas, tuvo un rumbo errático, imposibilitado –por su debilidad intrínseca (una escasa cantidad de votos y una negativa a conformar alianzas)- de consolidar siquiera aquellas medidas que congeniaban con el anhelo popular, como la anulación de los contratos petroleros, la ley de medicamentos y cierta inicial reactivación económica.

En septiembre de 1964, el general Onganía pronunciaba en la academia militar de los Estados Unidos, West Point, un discurso que marcaba la línea política del país. El jefe del Ejército decía allí que las FF.AA. estaban dispuestas a preservar los valores de la civilización occidental y cristiana. Definía, allí, al enemigo interno.

Del enfrentamiento entre Azules y Colorados había surgido un líder militar: Onganía, que así como defendió la salida institucional que benefició a Illia, sería el jefe mesiánico que se alzaría contra el Presidente cuando desde el establishment lo cuestionaron y acusaron de “tortuga”, por una supuesta inacción de gobierno.

Aparte de la honradez, Illia logró que la diplomacia argentina, conducida por el canciller Miguel Zavala Ortiz, consiguiera el respaldo de la asamblea general de las Naciones Unidas (ONU) en la que se invitaba “a los gobiernos de la argentina y del Reino Unido a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el comité especial” por la soberanía de las Islas Malvinas”.

Esta resolución es la 2065 de la ONU, aprobada el 16 de diciembre de 1965, recomendación que aún hoy, a 48 años, sigue siendo la norma esencial de conducta diplomática de la Argentina en el reclamo por el territorio insular.

Un contexto político y social en creciente ebullición caracterizado por el fenomenal Plan de Lucha de la CGT, la aparición de la guerrilla guevarista en Salta, el crecimiento electoral del peronismo en 1965 y su posible triunfo en 1967 y el enojo de militares con una política exterior que, por caso, los subordinaba a la comandancia brasilera en la intervención de Santo Domingo, contribuyó a crear un clima adverso para el gobierno y alimentaba las imágenes públicas que identificaban la gestión de Illia con la lentitud, la inoperancia y el anacronismo.

Así, cuando a partir de un primer año positivo, la situación económica comenzó a desbarrancar y se presentaron hacia 1966 los signos de una franca recesión, las críticas comenzaron a arreciar y -salvo algunos sectores radicales, otros pequeños partidos y buena parte de los medios universitarios-, una mayoría popular y la casi totalidad de las organizaciones sociales creían necesario un golpe. Un nuevo derrocamiento del maltrecho orden constitucional estaba cantado, pero aun así, Illia estaba convencido de que aquello no era factible. La voluntad intentaba sobreponerse a la cruda realidad.

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El 28 de junio de 1966, el gobierno de Illia cayó –según se ha dicho- como una fruta madura. El general Julio Alsogaray, de grandes contactos con la diplomacia norteamericana, desalojó personalmente al presidente de la Casa Rosada, tras un tenso careo en los despachos. Apenas alguna manifestación en Córdoba intentó detener lo inminente. Illia no era el hombre fuerte que buscaban los sectores del poder, alguien que pudiera encarar una profunda transformación. Detrás suyo había emergido el general Juan Carlos Onganía.

Semanas después del golpe, desde la revista Extra, el periodista Mariano Grondona alegaba: “Detrás de Onganía queda la nada. (…) Onganía hace rato que probó su eficiencia. La de su autoridad. La del mando. Si organizó el Ejército (…) ¿por qué no puede encauzar el país? Puede y debe. Lo hará”. Tres años más tarde, también Onganía saldría eyectado de la Casa Rosada.

En un nuevo aniversario del derrocamiento de un presidente electo por el voto popular, recordamos la escena que tuvo lugar en el despacho de la Casa Rosada, cuando Illia enfrentó, prácticamente en soledad, el desalojo militar.

Fuente: Inédito, 21 de junio de 1967; en Marcelo Cavarozzi, Autoritarismo y democracia, Buenos Aires, Editorial Eudeba, 2004, págs. 153-155.

En la ciudad de Buenos Aires, siendo las 5.20 horas del día 28 de junio de 1966, en el despacho del Excelentísimo Señor presidente de la Nación Argentina, doctor Arturo U. Illia, se encuentran reunidos acompañando al Primer Magistrado ministros, secretarios de Estado, secretarios de la presidencia, subsecretarios, edecanes del señor presidente, legisladores, familiares y amigos.

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Comunicado número ciento cincuenta

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El autor del comunicado número ciento cincuenta, el periodista Mariano Grondona, expresó: El Comunicado ciento cincuenta fue la única proclama revolucionaria de todos esos tiempos de inestabilidad que se publicó después de haber triunfado la revolución y no antes. Gobernaban los colorados. Los colorados eran fuertemente antiperonistas y querían prolongar el gobierno provisional del doctor Guido, a los efectos de desperonizar el país. Los azules tenían una idea como Lonardi, de integración y de retorno más rápido a la Constitución. Hubo un momento en que los azules vieron que, a menos que hicieran un pronunciamiento militar, los colorados se iban a consolidar; y mis amigos en la Escuela Superior de Guerra, donde yo era profesor y los coroneles azules también, Julio Aguirre, Lanusse, Levingston, Laprida, Nevares, no quiero olvidar a nadie, Sánchez de Bustamante, López Aufranc, me pidieron que hiciera una proclama. Yo escribí la proclama. La proclama convocaba a las Fuerzas Armadas a regresar a la Constitución y a reintegrar el no-peronismo y el peronismo armónicamente en el sistema político. El otro de los principios del movimiento era el regreso de la Constitución y el volver a vivir dentro de la Constitución. Desgraciadamente, después del 2 de abril de 1963, cuando hubo otro enfrentamiento entre Marina y Ejército, nosotros nos fuimos al Ministerio del Interior y predominó lo que a veces llamamos el espíritu violeta: es decir, ni azul ni colorado, una especie de transacción. El comunicado doscientos se escribió entonces, a través del cual, el peronismo volvió a ser proscripto en cierto modo, en las elecciones de julio de 1963, que triunfó el doctor Illia.

Comunicado 150

«El gran drama vivido en los últimos días ha sido la culminación de los esfuerzos y ansiedades de aquellos hombres que creyeron que, antes que nada, el país debía reencauzarse por el camino de la Constitución.
Nuestro objetivo en lo nacional es mantener el actual Poder Ejecutivo y asegurarle la suficiente y necesaria libertad de acción, en la medida que su cometido sea conducente al cumplimiento de los compromisos contraídos con el pueblo de la Nación, a fin de concretar en el más breve plazo la vigencia de la Constitución.

En lo militar, se persigue al restablecimiento de la justicia, base de la disciplina, el respeto a las leyes y reglamentos, sin discriminaciones en su aplicación.

Creemos antes que nada, que el país debe retornar cuanto antes al pleno imperio de la Constitución que nos legaron nuestros mayores. En ella y sólo en ella encontraremos todos los argentinos las bases de la paz interior, de la unión y la prosperidad nacionales, que han sido gravemente comprometidos por quienes demostraron no tener otra razón que la fuerza, ni otro norte que el asalto del poder. Sostenemos que el principio rector de la vida constitucional es la soberanía del pueblo. Sólo la voluntad popular puede dar autoridad legítima al gobierno y majestad a la investidura presidencial

Propiciamos, por lo tanto, la realización de elecciones mediante un régimen proporcional que asegure a todos los sectores la participación en la vida nacional; que impida que alguno de ellos obtenga por medio de métodos electorales que no responden a la realidad del país, el monopolio artificial de la vida política; que exija a todos los partidos organización y principios democráticos y que asegure la imposibilidad del retorno a épocas ya superadas; que no pongan al margen de la solución política a sectores auténticamente argentinos que, equivocada y tendenciosamente dirigidos en alguna oportunidad, pueden ser hoy honestamente incorporados a la vida constitucional.

Sobre esta base de concordia se ha de lograr entre todos los argentinos, que sólo desean trabajar en paz por la grandeza de la Nación y por su propio bienestar. Creemos que las Fuerzas Armadas no deben gobernar. Deben, por lo contrario, estar sometidas al poder civil. Ello no quiere decir que no deben gravitar en la vida institucional. Su papel es, a la vez, silencioso y fundamental: ellas garantizan el pacto institucional que nos legaron nuestros antecesores y tienen el sagrado deber de prevenir y contener cualquier empresa totalitaria que surja en el país, sea desde el gobierno o de la oposición.

Quiera el pueblo argentino vivir libre y pacíficamente la democracia, que el Ejército se constituirá, a partir de hoy, en sostén de sus derechos y en custodio de sus libertades.

Estamos absolutamente convencidos de que no habrá solución económica ni social de los graves problemas que nos aquejan sin estabilidad política ni paz interior. Las Fuerzas Armadas deben tomar su parte de responsabilidad en el caos que vive la República y enderezar el rumbo de los acontecimientos hacia el inmediato restablecimiento de estos valores.

Una vez cumplida esta urgente tarea, podrán y deberán retornar a sus funciones específicas con la certeza de haber cumplido un deber y de haber pagado una deuda. Confiamos en el poder civil. Creemos en nuestro pueblo. A sus representantes les dejamos la solución de los problemas argentinos. Como hombres de armas, cumplimos la sagrada misión de hacer posible la democracia, mediante la ofrenda de nuestras vidas. Que el pueblo argentino, sin distinción de clases ni de partidismos y dueño de las grandes intuiciones, sepa seguirnos en esta lucha, que es la suya. Levantemos, pues, las banderas que darán a esta tierra paz, progreso y vocación de grandeza: el imperio de la Constitución, la efectiva vigencia de la democracia y la definitiva reconciliación entre argentinos.»

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Continua….

El señor presidente de la República se encuentra firmando un documento, mientras que un colaborador aguarda a su lado para hacerse dedicar una fotografía. En ese instante irrumpe en el despacho un general de la Nación, precedido por el jefe de la Casa Militar, brigadier Rodolfo Pío Otero, una persona civil y algunas otras con uniforme militar. El mencionado general se ubica sobre el lado izquierdo del señor presidente y pretende arrebatar una fotografía que el doctor Illia se apresta a firmar…

El presidente de la República impide con gesto enérgico semejante actitud, produciéndose entonces el siguiente diálogo:

General: ¡Deje eso! ¡Permítame…!

Varias voces: ¡No interrumpa al señor presidente!

Presidente: ¡Cállese! ¡Esto es mucho más importante que lo que ustedes acaban de hacer a la República! ¡Yo no lo reconozco! ¿Quién es usted?

General: Soy el general Alsogaray.

Presidente: ¡Espérese! Estoy atendiendo a un ciudadano. ¿Cuál es su nombre, amigo?

Colaborador: Miguel Ángel López, jefe de la secretaría privada del doctor Caeiro, señor presidente.

Presidente: Este muchacho es mucho más que usted, es un ciudadano digno y noble. ¿Qué es lo que quiere?

General: Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe.

Presidente: El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo; mi autoridad emana de esa Constitución, que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto.

General: En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que abandone este despacho. La escolta de granaderos lo acompañará.

Presidente: Usted no representa a las Fuerzas Armadas. Sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted, además, es un usurpador que se vale de las fuerzas de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada.

General: Señor pres… Dr. Illia…

Varias voces: ¡Señor presidente! ¡Señor presiente!

General: Con el fin de evitar actos de violencia le invito nuevamente a que haga abandono de la Casa.

Presidente: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos; he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y Belgrano, le han causado muchos males a la Patria y se los seguirán causando con estos actos. El país les recriminará siempre esta usurpación, y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho.

Persona de civil: ¡Hable por usted y no por mí!

Presidente: Y usted, ¿quién es, señor…?

Persona de civil: ¡Soy el coronel Perlinger!

Presidente: ¡Yo hablo en nombre de la Patria! ¡No estoy aquí para ocuparme de intereses personales, sino elegido por el pueblo para trabajar por él, por la grandeza del país y la defensa de la ley y de la Constitución Nacional! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted, general, es un cobarde, que mano a mano no sería capaz de ejecutar semejante atropello!

General: Usted está llevando las cosas a un terreno que entiendo no corresponde.

Dr. Edelmiro Solari Yrigoyen: ¡Los que somos hijos y nietos de militares nos avergonzamos de su actitud!

Presidente: Con este proceder quitan ustedes a la juventud y al futuro de la República la paz, la legalidad, el bienestar…

General: Doctor Illia, le garantizamos su traslado a la residencia de Olivos. Su integridad física está asegurada.

Presidente: ¡Mi bienestar personal no me interesa! ¡Me quedo trabajando aquí, en el lugar que me indican la ley y mi deber! ¡Como comandante en Jefe le ordeno que se retire!

General: ¡Recibo órdenes de las Fuerzas Armadas!

Presidente: ¡El único jefe supremo de las Fuerzas Armadas soy yo! ¡Ustedes son insurrectos! ¡Retírense!…

Perlinger: Señor Illia, su integridad física está plenamente asegurada, pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran. Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…

Presidente: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo. (Dirigiéndose a la tropa policial.) A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!

Perlinger: ¡Usaremos la fuerza!

Presidente: ¡Es lo único que tienen!

Cuando Illia dejó la Casa Rosada, el 28 de junio de 1966, declaró ante el escribano mayor de Gobierno los siguientes bienes: su casa y su consultorio; tres trajes grises; un traje negro; dos sacos sport; tres camperas; cuatro pulóveres; ocho camisas de vestir; cuatro camisas de manga corta; diez pares de media; tres pares de zapatos negros; un par de chinelas; una salida de baño; ocho juegos de ropa interior; diez corbatas; tres pijamas; un par de anteojos negros y un portafolios. No tenía auto: lo había vendido.

26 de Junio de 1892 – Nacimiento de la Unión Cívica Radical

La Unión Cívica Radical es el partido nacional que hunde sus raíces en el nacimiento de la Patria misma: no es posible narrar la historia argentina sin hacer mención al Radicalismo, ya que en sus 124 años de vida ha sido un protagonista decisivo de la vida nacional.

Leandro Alem

Como partido político fue fundado el 26 de junio de 1891 por Leandro Alem, siendo uno de los más antiguos en vigencia en Latinoamérica y el primer partido político moderno del país. Gobernó en ocho ocasiones la república, en oportunidad de las presidencias de Hipólito Yrigoyen (en dos ocasiones), Marcelo Torcuato de Alvear, Arturo Illia, Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. También tuvieron origen radical los presidentes Roberto Marcelino Ortiz y José María Guido.

Orígenes

Con la llegada al poder de Juárez Celman en el año 1886, se confirma la vigencia de un sistema político basado en el fraude y la exclusión de las grandes mayorías de la participación y la representación política. En ese contexto, hacia fines de esa misma década, y ante la crisis económica que atraviesa el país y la falta de una alternativa política al “unicato”, un grupo de jóvenes comenzará a organizar un nuevo espacio político, a partir de la redacción de un documento, en el cual, dejan en claro que ha llegado la «Hora de la Juventud».

Estos jóvenes se comprometen a luchar por la vigencia de la autonomía municipal, la transparencia en los manejos públicos y los derechos políticos de las grandes mayorías, convocando a un mitin en el «Jardín Florida», el cual tendrá lugar en la ciudad de Buenos Aires el 1 de septiembre de1889. Ante la asistencia de unas 3.000 personas se renueva el fervor patriótico y la necesidad de retornar a los valores éticos. A esa demostración cívica asiste como invitado especial Leandro Alem, quien se convierte en el líder natural del emergente movimiento, y en esa misma jornada política quedará conformada la “Unión Cívica de la Juventud”.

En ese mismo año 1889 tendrá lugar un nuevo mitin político, esta vez en el «Frontón de la Cancha de Pelota», de la ciudad de Buenos Aires, y a esa nueva convocatoria concurre el doble de personas que al acto anterior. En esta oportunidad vuelve a hacer uso de la palabra Leandro Alem, y también habla Bartolomé Mitre. Finalizado el acto, se realiza una marcha por las calles de la ciudad y se reafirman los principios democráticos, integrándose además gente mayor a esta nueva agrupación política.

Así, se produce el nacimiento de la «Unión Cívica», cuya primera tarea será la conformación de esta nueva herramienta política en el interior del país. Pero si algo no querían hacer Juárez Celman, Roca y Pellegrini era ceder a los pedidos de los cívicos.

En consecuencia, Leandro Alem afirma que ha llegado el momento utilizar la “vía revolucionaria” con el fin de terminar con este régimen que oprime a todos. Comienza a prepararse entonces esta Revolución y ante esta decisión empiezan a producirse las primeras diferencias dentro de la Unión Cívica, Alem con sus seguidores entusiastas: Del Valle, Bernardo de Irigoyen e Hipólito Yrigoyen avalan esta idea de tomar el poder por las armas, con el fin de devolvérselo al pueblo.

Sin embargo,  Mitre no tiene ningún interés en participar de esta estrategia, porque en definitiva lo que quiere es volver a ser presidente de la República y no cambiar el estado de las cosas. Se marcha a Europa, pero deja a sus hombres dentro del movimiento revolucionario, los cuales se encargarán de traicionar la “Revolución del 90”.

Cuando Mitre retorna al país, en vez de reunirse con Alem para evaluar los hechos políticos que habían tenido lugar en su ausencia directamente se reúne con Roca y Pellegrini, con quiénes ya había formalizado acuerdos antes de marcharse. La Unión Cívica entra entonces en una fase crisis donde el desenlace es eminente, no tiene más razón de ser y se produce la lógica división.

Leandro Alem, convoca entonces al Comité Nacional, el cual presidía. Dicha reunión tuvo el 26 de junio de 1891 en la calle Cangallo 536 y entre los presentes se encontraban Martín Yrigoyen, del Valle, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T de Alvear, Barroetaveña, quienes junto a un nutrido grupo de dirigentes y afiliados ratificarán la línea principista y serán los gestores del nacimiento de un nuevo partido político, aunque debía realizarse la creación formal en la reunión de la Convención, convocada para el 2 de julio.

El Comité Nacional hizo público un manifiesto que había sido redactado este histórico día denominado “A los pueblos de la República”, donde se hace mención a la separación de los acuerdistas. Así nace la Unión Cívica Radical, cuyos postulados básicos los encontraremos en sus primeros documento: queda muy en claro que el Radicalismo es un partido político que luchará por lograr establecer los derechos políticos de las grandes mayorías excluidas de la participación política, y que enarbola las banderas de «La causa de los desposeídos» de Leandro Alem y la idea de «La reparación» de Hipólito Yrigoyen, adoptando dos principios que marcaran su lucha por la consecución del sufragio libre: la abstención y la revolución.

Principios y aportes

La Unión Cívica Radical se ha caracterizado por su ideología de inspiración igualitarista, habiendo desempeñado un papel decisivo para la conquista del sufragio universal y secreto masculino. Fue también el primer partido político argentino en presentar un proyecto de ley de voto femenino en 1919, que finalmente no prosperó dada la mayoría conservadora en el congreso. En 1927, en la provincia de San Juan (gobernada por el radicalismo bloquista) se aprobó el sufragio femenino, luego dejado sin efecto por el gobierno conservador.

Caracterizada por defender los derechos sociales y buscar el desarrollo y la dignidad humana en todas las etapas de la historia argentina, la UCR fue la creadora del descanso dominical y la jornada laboral de ocho horas, e ideológa del Artículo 14 bis de la Constitución Nacional, redactado por el entonces presidente del Comité Nacional, Crisólogo Larralde, el cual incluye el derecho a huelga que no estaba incluido en la constitución peronista de 1949.

Se caracterizó también por haber impulsado la instalación de la democracia liberal en el país, y por ser un partido ampliamente representativo de las clases medias argentinas durante la mayor parte del siglo XX. Su origen se remonta a la representación de las clases bajas inmigrantes y descendientes de inmigrantes, a quienes Leandro Alem denominaba «compañeros desposeídos», para reunir hoy en sus filas a todos ciudadanos que continúan con la lucha diaria por lograr la consolidación definitiva en nuestro país y para el beneficio de todos sus habitantes, de los valores republicanos, la libertad y la igualdad.

Uno de sus logros más importantes es la implementación de la reforma universitaria en el año 1918 a través del entonces presidente Hipólito Yrigoyen, asignando de esta manera un sistema de co-gobierno de las universidades públicas mediante estudiantes, graduados y docentes; la implementación de cargos por concurso y la universidad laica, expulsando de esta manera la educación religiosa de las universidades públicas. A su vez es el partido que mayor presupuesto asignó a la educación en la historia, siendo el 24 % del PBI durante el gobierno de Arturo Illia, es también el partido impulsor del uso de guardapolvos en los colegios públicos, ley sancionada durante el gobierno de Yrigoyen. Desde el año 1973 conduce de forma ininterrumpida la Federación Universitaria Argentina mediante su brazo estudiantil, la Franja Morada.

Otros temas altamente significativos para el país fueron instaurados por diferentes gobiernos radicales, otros fueron arduamente trabajados desde la oposición, y han sido y seguirán siendo nuestras banderas: nacionalización de los recursos energéticos, producción social de medicamentos, fortalecimiento de la educación pública, explotación racional de la tierra y acceso a la vivienda, integración con los países de la región, entre otros.