El gobierno nacional estima que en el año 2019 las exportaciones argentinas crecerán un 20,9%, y que gracias a esto, el PBI caerá tan sólo un 0,5%, dado que el resto de los componentes de la demanda agregada (consumo e inversión) se proyectan con caídas más importantes.

Sin embargo, existen serias dudas respecto a estas estimaciones. El precedente no es bueno; por cierto, todas las proyecciones macroeconómicas que han hecho los funcionarios de Mauricio Macri han sido duramente refutadas por la realidad.

En el proyecto de ley de Presupuesto Nacional, el poder ejecutivo transmite su apuesta al comercio exterior, y lo hace proyectando una dólar promedio de 40 pesos para todo el 2019, y una inflación acumulada del 34,8% anual. Con estos datos, estima que las exportaciones crecerán un 20,9%, lo que ayudaría a equilibrar el desbalance comercial que sufre la economía argentina desde hace varios años.

Sin embargo, la lógica del gobierno puede verse duramente contrastada por dos cuestiones que se han verificado en la realidad. En primer lugar, que las exportaciones siguen estancadas en el orden de los 58.000 millones de dólares anuales, a pesar de que el tipo de cambio nominal se cuadriplicó desde finales del año 2015 (a partir de la liberación de los controles cambiarios). De hecho, las exportaciones del período enero-setiembre de 2018 (lapso durante el que se registró la mayor variación del tipo de cambio) apenas aumentaron un 3,6% respecto al año 2017.

>Te puede interesar: La suba de las naftas es una decisión política

Es de suponer que la capacidad exportadora tarde unos meses en reaccionar al nuevo tipo de cambio, pero es ahí donde aparece la segunda cuestión de relevancia: el nivel general de precios y el incremento de los costos internos de la economía argentina.

La amenaza de un nuevo atraso cambiario vuelve a recorrer los pasillos del Palacio de Hacienda. Resulta que la verdadera variable que afecta la competitividad de las exportaciones, es el tipo de cambio real, que mide el precio relativo de los bienes y servicios de la economía argentina con respecto a los precios de sus principales socios comerciales (en función del flujo de comercio de manufacturas); esto, por supuesto, habida cuenta del tipo de cambio nominal (cantidad de pesos se necesitan para adquirir un dólar).

A finales de septiembre el dólar traspaso el techo de los cuarenta pesos y el índice del tipo de cambio real tocó máximos que no registraba desde finales de 2009 y principios de 2010. Con la devaluación que se aceleró a finales de agosto, la competitividad aumentó considerablemente, a niveles que no se observaban desde hace más de 8 años, cuando se instauraron los controles cambiarios.

Sin embargo, esta mejora registra dos problemas: por un lado, con el nuevo programa monetario, implementado a partir de octubre, el tipo de cambio nominal se contrajo hasta los 36 pesos, alrededor de 12% menos que en septiembre, deteriorando la competitividad lograda por el efecto devaluatorio. Por otro lado, la presencia del conocido efecto pass throgh hizo que la devaluación se traspase casi de inmediato a precios internos, en una elevada proporción y considerable cantidad de bienes y servicios. Es por ello que en setiembre y octubre se registraron tasas de inflación muy elevadas, incluso a niveles record de toda la gestión macrista.

Esta combinación entre la baja del tipo de cambio nominal y suba de precios internos disipó el índice real conseguido por la devaluación y junto con el problema estructural de las exportaciones argentinas, amenaza con el éxito de las proyecciones del gobierno nacional, que son, por cierto, el único aspecto positivo de una economía que pinta para mal.

Como es sabido, en Argentina, la devaluación no resulta suficiente para mejorar el perfil exportador del país. Sin una política de desarrollo serio y sostenible, las proyecciones del gabinete económico se encaminan a repetir sus lamentables fracasos.

*[email protected]