Por Walter Graziano

La mayor duda que hoy tenemos todos los argentinos es que nos deparará la economía en 2020. Y razón no nos falta. Ocurre que muy pocas veces -en lo que va del milenio, sólo hacia fines de 2001- la economía estuvo en una situación tan calamitosa como para que los pronósticos acerca del año que se aproxima sean tan diferentes.

¿Qué nos puede deparar 2020? Aparentemente, el nuevo Gobierno se encamina a aplicar un plan gradualista cuyos pormenores -esto se escribe hacia el traspaso de mando- aún se desconocen aunque se presumen. No habría que esperar medidas extremas: ni congelamientos de precios y salarios, ni anclaje del dólar , ni metas de emisión cero. Por lo contrario, es probable que la relación con el FMI sufra sus altibajos dado que la filosofía de quienes asumen el poder es reacia a incorporar en su credo la idea de que la inflación se origina centralmente en la emisión monetaria.

Para argumentar eso tienen un as en la manga: entre agosto de 2018 y agosto de 2019 no se emitió un solo peso de base monetaria y aun así la inflación superó holgadamente el 50%, guarismo que en otras naciones hispanoamericanas se tarda entre 20 y 30 años en alcanzar. Sin embargo, si bien es cierto que sin emitir moneda hemos acumulado un récord de inflación, el empezar a emitirla de manera febril sólo puede reavivarla. Todo indicaría que el tridente Guzmán-Kulfas-Pesce está al tanto de esto.

Por consiguiente, las voces que han causado alarma hace algunas semanas pronosticando -como lo hace la extrema derecha liberal vernácula- la chance de una hiperinflación en 2020 se están equivocando. El Banco Central no se va a lanzar al vacío en una carrera emisionista. Eso no va a pasar. Los economistas de Alberto Fernández tienen claro que el deterioro salarial evidenciado en los últimos años no puede recuperarse de la noche a la mañana y cualquier incremento inicial que se otorgue a los salarios va a ser mesurado. No hay que esperar ni la hiperinflación libertaria que probablemente jamás llegará, ni un Rodrigazo, ni el Arca de Noé.

Si las cosas le salen bien al nuevo equipo económico, la inflación de 2020 será en torno al 40%. Esa cifra puede parecer decepcionante a más de uno. Y en verdad lo es. Pero ocurre que en Argentina vastos sectores aún identifican un “plan de shock” con una salida devaluatoria brutal que pulveriza el valor de compra de los salarios. Esa identificación termina provocando que nuestros políticos no quieran saber nada con este tipo de terapias cuando la realidad en cambio indica que muchas veces el mejor remedio no sólo contra la inflación, sino también contra los bajos salarios reales y contra el desempleo viene por el lado de aplicar un plan que derrumbe la tasa de inflación a un solo dígito -si es posible muy bajo- anual.

Es sencillo entender por qué una baja tasa de inflación incentiva mejores salarios y mayor empleo. Si la tasa de inflación es baja, los empresarios pueden calcular sin demasiado riesgo sus costos futuros, sus ventas y sus beneficios. Por lo tanto, pueden sacudirse la parálisis inversora que los ataca cada vez que hay un cimbronazo económico del cual no se pueden defender. A no engañarse: con tasas de inflación superiores al 15%/20% anual siempre ocurren fenómenos no previstos a comienzos del año que terminan aguando la fiesta a una significativa variedad de sectores. El nivel de imprevisibilidad que tiene una economía con alta tasa de inflación conspira entonces contra el empleo y los salarios que terminan siendo las principales víctimas de inadecuadas políticas monetarias, fiscales y cambiarias como tantas que hemos tenido en Argentina.

A pesar de ello, en público y en privado muchos integrantes del nuevo equipo económico se muestran muy confiados en la posibilidad de doblegar la tasa de inflación del país de a poco. Ojalá lo logren. Pero lo ocurrido con el ominoso ejemplo de las políticas económicas de Mauricio Macri debe servir de ejemplo. Macri también asumió el poder con la idea de doblegar la inflación de a poco. Para ello confió en el endeudamiento externo para financiar así los desajustes fiscales que enfrentaba en 2016, 2017 y 2018.

Se pensaba que tomando deuda en dólares durante 3 años se podía “comprar tiempo” para derrotar la inflación, la que a la postre, hacia lo que sería el “final de su primer mandato” sería compatible con las tasas de inflación que campean desde el Primer Mundo hasta recónditas zonas del planeta. Lamentablemente el endeudamiento externo terminó siendo una máquina generadora de inestabilidad, la cual, combinada con la deliberada política del Banco Central de atraer capitales golondrina al calor de altas tasas de interés nos ubicó no sólo en zona de gran inestabilidad, sino también al borde del default, el cual -mal que le pese a Macri- comenzó con su mal ideado decreto de “reperfilamiento” de la deuda pública de corto plazo.

Este Gobierno no empieza así. Arranca con la imposibilidad siquiera de renovar los vencimientos y sin el abundante crédito externo con el que contó Macri apenas les sirvió en bandeja a los fondos buitres todo -y aún más- de lo que estos demandaban.

Por lo tanto, debe formularse una clara pregunta antes de empezar a tomar medidas. Y ese interrogante es el siguiente: si Macri, con oleadas de dólares entrando al país en forma de endeudamiento y de capitales golondrina no pudo seguir un camino gradualista contra la inflación que acabó por provocar su caída, ¿qué le hace pensar que sin crédito ni externo ni interno va a poder doblegar a la inflación con el mismo sendero gradualista elegido?

Probablemente encuentre que esta pregunta no tiene una respuesta. Habrá entonces que medir el éxito o el fracaso económico inicial de este nuevo Gobierno monitoreando el día a día. Será el día a día el que dirá si finalmente hemos dado en la tecla o si todo es cuestión de esperar un poco para que desembarque en nuestras costas un “plan de shock”, el cual, bien elaborado no sólo extermina la inflación, sino que además reactiva la economía.

Fuente: ambito.com

[email protected]

Foto portada: Martín Guzmán, Matías Kulfas y Miguel Pesc